Querida M.,

Aunque no sé si esperabas algún tipo de respuesta, disculpa esta enorme dilación en escribirte unas pocas líneas. Aparte de mis mil “ocupaciones”, entendí que tu postura era, como tantas veces, tan madurada que sólo se limitaba –siguiendo mi petición- a explicarse, sin necesitar de recabar de nadie la confirmación. Como ahora nos separamos durante todo el verano –o más, nunca se sabe-, te escribo para agradecerte todo este curso que me has brindado y este penúltimo “trabajo escolar”, aunque ya sé que tu carta no era exactamente eso.

Nada que objetar en serio y en profundidad a tus explicaciones, “Noemiriam”, en parte por el agradecimiento y el asombro que me producen tu seriedad, tu forma insólita de tomarte las cosas. En este punto, sólo una pregunta personal: ¿no te dificulta esa seriedad la vida, sobre todo entre tus compañeros jóvenes? En otras palabras, y aquí creo que la respuesta será afirmativa por lo que he visto en clase, ¿eres capaz de compatibilizar esa seriedad con el sentido del humor que hace falta para vivir? Para vivir… desde luego hoy, pero a lo mejor también en tiempos de Cristo.

Después, en el orden de las pequeñas observaciones, algunos comentarios cómplices con tu escrito. Yo también sospecho de la Filosofía como orgullosa disciplina. Más todavía sospecho de Hegel, a pesar de su buena relación con el Romanticismo y el Cristianismo. Es muy posible que él acentúe el “clasismo” entre Amos y Esclavos en su forma grandiosa de comprender qué significa “enfrentarse” a la muerte.

Con todo, no sé si es necesario, también en Jesucristo ante a sus discípulos, entrar en la muerte. Quiero decir, entrar en la muerte como en una morada destinada al hombre. Atravesar la muerte como si no fuera mala y pasar al otro lado… para encontrar ahí la voz de un Padre, tal vez de una Madre. El antropocentrismo del que se acusa a los cristianos es un equívoco, ya que la figura antropomorfa del Hijo, encarnación de un Dios Padre al que se le puede hablar y mirar al rostro, es un puente para pensar lo “inhumano” de la vida mortal, una vida terrenal que sólo puede ser eterna al precio de atravesar el calvario de este valle de lágrimas y aprender a morir. Aprender a morir como si no fuera nada: “Dejad que los niños”, etc.

Existe un curioso libro, un libro de un “ateo” llamado Badiou, que pone precisamente en una portentosa tecnología para atravesar la muerte, para vivir la muerte y resucitar al otro lado como un inmortal (Lázaro), la capacidad extraña del cristianismo para crear una comunidad universal que no hace distingos entre los hombres. Una comunidad cosmopolita que, después del tiempo portentoso de los estoicos, logra hablar para “todos los hombres”, humanos de culturas, tierras y condición muy distintas. Creo firmemente, como creo que lo haces tú, que el cristianismo es una excelente actitud que permitiría que esta época fuera menos cruenta con todo lo débil, pequeño y oscuro, maltratado una y otra vez por casi todos los poderes. Incluida una juventud a veces furiosa.

Volviendo a Cristo. Tal vez el Señor lo es porque es el Salvador del Tiempo, pero desde el tiempo mismo. El ser capaz de conseguir que cada segundo sea la “puerta por la que puede regresar el Mesías”. Por tanto, el Hijo capaz de tener otra experiencia del tiempo, como una infancia que se abre en medio del estruendo de la historia. Es posible que en este punto mi querido y atormentado Nietzsche sea, a pesar de todo, más fiel al espíritu del cristianismo que el mismo Hegel. Él se pretendía protocristiano, o postcristiano, pero posiblemente mantenía con el Césarde la Historia una relación tan moderna e ilustrada que le dificultaba volver al Dios de la vida, al Dios de los seres marginales de las afueras –lisiados, mujeres, endemoniados, prostitutas, niños-, de la mortal vida común.

Tu carta es tan rica en matices, M., que podría extenderme tres folios más sobre las cosas que me sugiere. Pero no hace falta. Habrá tiempo. Y si no lo hay, hasta aquí hemos llegado. No ha estado mal.

Nada más entonces, inolvidable alumna. Reitero mi agradecimiento por este curso completo y mi enhorabuena por tu actitud y tus logros, incluido ese premio de El País del que he oído hablar. Sólo decirte además –probablemente, tu inteligencia ya lo sabe- que, por razones harto complejas, no he tenido el “mejor año” de mi vida docente. Tampoco con vosotros, uno de los mejores cursos que he conocido nunca. Lamento si por ello, contigo y con tus compañeros, me ha faltado a veces el sentido del humor y la gratitud que, con todos mis defectos, forma parte de mi naturaleza.

Frente a mi estilo irónicobélico, que es un poco así desde los 25 años –después de una juventud bastante mansa e ingenua-, no deja de asombrarme tu “mansedumbre”, tu paciencia inteligente para abordar las situaciones. Quiero decir, esa dulzura sonriente que no deja de ser, aunque no sea consciente, toda una tecnología, una poderosa “arma” de construcción masiva. ¿Recuerdas?: “Sé que Miriam tiene sus armas”.

Ya hay demasiada gente colérica y seca en el mundo. Por favor, no cambies. Te deseo, de verdad, el mejor de los verano.

Hasta pronto,

P. D. Una muestra del tono un poco sombrío de este año es el fragmento que, disfrazado bajo otro nombre, os pasé en el último trabajo. ¿Recuerdas?: “Hoy asistimos a una maduración precoz y aberrante de los jóvenes. En la enseñanza, por ejemplo, es casi imposible una relación personal entre profesores y alumnos (espero que los alumnos la mantengan entre ellos). Tanto si son buenos estudiantes como si no, los estudiantes están saturados de estrategias, frente al mundo y frente a los profesores (que, de acuerdo, tampoco son muy presentables, humana y profesionalmente). Los jóvenes de 17 años aparecen ya cristalizados en su personalidad, con un doble fondo insondable, con dos o tres capas impenetrables que hacen imposible la franqueza, la humanidad de una relación clara. Al dogmatismo eterno de la juventud (después de haber adorado a sus mayores, el joven los encuentra un poco patéticos y cree haber llegado a “la verdad”) se le suma hoy el narcisismo que es estimulado por el consumo, los mimos que reciben de toda la sociedad y de sus padres, el autismo que fomentan las nuevas tecnologías: mi perfil y sus amigos agregados, etcétera. El resultado final es que, entre los jóvenes, hoy nunca conoces a nadie, nunca sabes realmente con quién estás. Tal vez sea un poco pesimista, pero el viejo humanismo de la enseñanza parece en vías de extinción”. Creo que esta hipótesis no es justa con vosotros, con tus compañeros de clase. ¿Pero es del todo injusta con la media aritmética de una juventud que anda por ahí? Dime que me equivoco, por favor. Si algún día de este verano te aburres un poco, tal vez podrías puntualizarme algo al respecto… ya para el 10 del año que viene.