Pizza, carne, helados, chocolate. Encontrar en la opulencia de tragar el suplemento de una pobreza de vivir que apenas podemos confesar. Nadie va a la terapia para adelgazar, sino para tener a alguien con quien hablar de las razones de su disgusto con la vida y con el cuerpo. Como nosotros, ellos se curan cuando aprenden a vivir con el mal que les constituye. ¿Puede haber otra cosa? Entre el espectáculo informativo y el determinismo social, hace tiempo que palpitamos en este reino inestable.

Y sin embargo, Arévalo (nos ahorraremos el Sánchez para evitar equívocos) corre el riesgo de no contentar a nadie. La buena gente de derechas verá aquí una aproximación herética a la religión, su mezcla con elementos espúreos. La buena gente de izquierdas verá ahí demasiada metafísica, demasiado «apolítica» y, desde luego, un exceso caótico de registros y temas. Con un gran pecado añadido: progresismo y reacción tampoco están deslindados. Demasiada complejidad en el mismo saco: La religión y la sexualidad, el desamor y la descendencia, el fracaso y las terapias, la fraternidad y la inmadurez. Como ahora mujeres y hombres estamos ya igualados por “saber hacer sólo una cosa”, ser cobardes, el resultado probable es que se dejará de lado esta complejidad para ir a ver Ágora o 2012.

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