Queridos,

 

Os envío un comentario sobre el texto de Badiou. Adoro a este hombre, pero la verdad es que mi texto (publicado diez días antes que el suyo) fue más breve e incisivo, pensado directamente al calor del momento. No es que ello constituya un mérito por sí mismo, de acuerdo.

 

Badiou, bastante mayor en años, sigue mostrando un encantador arrojo. En esa denuncia de la abstracción monetaria como única universalidad posible, en esas deliciosas ironías sobre el pacto republicano que exalta la misión civilizatoria de Francia a sangre y fuego. En esa orgullosa República laica, no menos integrista (Todos somos policías) que el mundo musulmán con el que se enfrenta, que sospecha de los suburbios, los velos y las barbas de algunos jóvenes maleducados, los sombríos bares de las afueras. Sí, todo esto es reconfortante.

 

Nada que objetar a esa calificación de crímenes fascistas con la que analiza el atentado contra Ch. Hebdo. Nada que objetar tampoco cuando recuerda que la revista satírica, como cierto Voltaire, seguía a su modo el juego de nuestros usos policiales contra medio mundo.

 

Dentro de esta satisfacción genérica que me producen las intervenciones de Badiou  (también la denuncia de una expresión amordazada que explica que él mismo retrase su respuesta), no comparto, empero, la letra de algunos momentos. El «verdadero universalismo» no será el de una bandera comunista que despliegue una nueva potencia a escala mundial. Tal vez excesivamente ilustrado, Alain parece desconocer la fuerza de las distintas culturas, así como el poder (racional y razonado, mal que le pese al credolaico parisino) de las religiones.

 

No hay otra universalidad que la de la contingencia: me encuentro más cerca de esta afirmación de Deleuze. Es decir, de una universalidad episódica, eventual, comunidad contingente construida a golpe de encuentro (o de enfrentamiento) entre singularidades que ejercen su fuerza. Y no hay más que vectores de fuerza en el mundo (también las lágrimas lo son) y sus posibles y deseables pactos ocasionales. La única paz posible es la de un equilibro amistoso de fuerzas. En este sentido, aunque ya sé que decir esto tampoco es muy correcto, el hecho de que los latinoamericanos, los rusos, los chinos y los árabes, busquen su modo de fuerza mundial es bueno para que la sangre no llegue al río.

 

Volviendo a la cuestión de las religiones, no creo que en estos jóvenes asesinos hubiera mucho de nihilismo. Su disposición al martirio (señalado ya en el hecho de que se olviden un DNI en el coche que acaban de robar) va por otro lado, y lo analizó muy bien Baudrillard en El espíritu del terrorismo, a raíz del 11-S. Esa voluntad criminal y suicida tiene más que ver con la desesperación de una frase que un día circuló en los territorios ocupados por Israel: «No pueden matarnos. Ya estamos muertos». Esto más, naturalmente, el implemento de arrojo y de reconstrucción anímica (que le llamemos fanatismo a eso no cambia nada) que proporciona una fe, un credo religioso sin el cual no pueden vivir los pueblos. La misma Francia, con su furia ilustrada, es un ejemplo. A todo esto, hace más de diez años, el famoso artículo de Baudrillard establecía un curioso paralelismo entre esta voluntad mártir musulmana y la de los primeros cristianos.

 

Pero, en fin, se trata de pequeñas diferencias de matiz en un texto que me gusta. A pesar de algunos despistes anticuados, Badiou siempre tiene la ventaja de decir lo que piensa, al margen completamente de la inercia progresista. Virtud que, evidentemente, no pertenece a todo el mundo.

 

Abrazos,

Ignacio

 

 

Madrid, 8 de febrero de 2015