Hola, A.,

Como te decía, gracias por escribir. Pero, ¿no mezclas demasiadas cosas en esas no tan vagas ideas que te «han salido»? La bondad de enfrentarse a la cultura-apisonadora con cierta caricatura de toda resistencia: el chamanismo celta, la doctrina de Cristo guardada por la Inquisición, el linchamiento a navajazos, etc.

Entre la España cañí y rancia, que yo también odio (incluso en su versión gallega), y la estupidez global debe haber un amplio campo de maniobra. ¿O no? Si no, no hay nada que hacer: ¿o vestir peineta o escuchar a Lady Ga-Ga y Tarantino? Entiendo que el mundo contemporáneo es estúpido y uniforme, como todos, pero no puede serlo tanto, tiene que haber más opciones.

A ellas me refería, a la necesidad de ahondar de un mundo que (en versión oriental, latina, eslava, árabe, judía o angloamericana) resiste a la mundialización. Adoro muchas américas, de Rulfo a Wallace Stevens, de Whitman a Lispector. También de Colombia a Brasil, de Nueva York a California, de Comet Gain a Snyder. También en la brutal nación de D. Trump y Hillary (nación, según M. Moore, basada en el genocidio) hay momentos humanistas maravillosos, profundamente analógicos del espectro terrenal. Por ejemplo, incluso en ese discurso de S. Jobs en Stanford que no todo el mundo ha escuchado. Desde luego, en esa película llamada Boyhood, que no se ha atendido lo suficiente. Etcétera.

La cultura americana tiene derecho a existir y «pisotear» aquí y allá alguna otra, igual que Francia, Italia, España, Turquía o Israel. Lo que discuto es que tenga derecho a arrasarlo todo. Por eso me hace ilusión que haya individuos, naciones y culturas enteras que resisten esa forma democrática de genocidio; si hace falta, incluso con las armas.

Las mías, mis armas, son conceptuales. Contra lo que se rebelaba mi artículo era contra una admiración paleta que coge el cliché de todo eso porque le basta para huir de nuestro ser, caricaturizado y auto-despreciado de una forma que otras culturas (ni la francesa, ni la italiana; ni la rusa, la angloamericana o la alemana) nunca se habrían atrevido.

Adoro la cultura de John Berger y desprecio nuestro auto-odio, quiero decir, esta admiración provinciana que sentimos para escapar de nuestras maravillosas raíces ignoradas, de Oaxaca a Pontevedra, de Sevilla a Lavapiés. Para que veas, querido Aníbal, hasta qué punto mi actitud de fondo es bastante «anglófila», te envío «Out», el artículo que ayer publiqué sobre el famoso brexit. Está en mi blog y en mi web. Pero, no sé por qué, tampoco ha tenido mucho éxito. ¿Soy esta vez demasiado anglófilo?

¿Vendrás el jueves a la presentación de mi Roxe de Sebes? Es un libro muy cercano a la cultura de Thoreau, Emerson y Whitman. Mucho más cercano a esa andadura silvestre que a la rígida Francia, obsesionada con la Historia y temerosa de todo lo que sea Naturaleza.

Abrazos y gracias de nuevo por escribir,

Ignacio

Madrid, 26 de junio