1         ¿Cuál es el secreto de la composición, de esa extraña resistencia de algunos seres humanos al éxito y al fracaso? Tal vez que la deformación pueda en ellos más que la formación, que la sensibilidad -y la piedad- para con la anomalía pueda en ellos más que la seguridad de la norma. Y por «deformación» no entiendo tanto otra formación alternativa, una especie de contraformación, como la «formación» que opera en nosotros la no-forma, el rumor del exterior sin narración. La fidelidad a esa duda es la que obliga a un temblor adolescente en medio de la mejor salud. A morir y volver a renacer, mutando.

Cuerdas es preciosa porque al cantar pone en suspenso lo que sabíamos de las cosas, del paso del tiempo. No le hace falta letra: lo dice todo justo en esa ambigüedad calculada, sostenida. Con esa economía de notas donde «menos es más», Cuerdas huye del espectáculo en el que cae con frecuencia la música, tanto la popular como la contemporánea. Hace sonar al piano como si quien toca no supiera tocar, con cierta potencia de no sonar. Con el atraso, digamos, el subdesarrollo que nos constituye, que nos debe constituir si queremos estar atentos a lo aún no llegado.

3 Lo pulsado repentinamente, seco, grave, casi percutido. La atmósfera de resonancias que es cortada por notas externas, que golpean por fuera. Partitura goteada que alude a una «puntuación sin texto», al uno a uno de la existencia. Una textualidad que se materializa en cada anotación, en la discontinuidad que la enlaza con lo siguiente. Todas las músicas se parecen en que desorganizan la sucesión temporal, la cronología. Provocan que ocurra lo atemporal en el tiempo, ese «halo de lo ahistórico» que no admite razón, sino vivencia. En cierto modo, resucitan el «érase una vez» que suspende el sentido.

4 Le conceden una segunda posibilidad al sonido, al sentido. Una sola nota que se repite no es una sola nota. Puede dibujar una bóveda, otro registro de la percepción. Hacer que una nota no sea sólo una nota. La cuerda golpeada nos avisa de que ya en la cuerda pulsada por el martillo había algo raro, una anomalía en espera. Sentido sin sonido, sonido sin sentido. Una nota puede ser muchas cosas. La repetición extiende lo que nunca será agotado, captado plenamente. Lo idéntico regresa con el mismo enigma y crea serie, la inminencia de algo que se acerca y nunca llegará del todo.

5 Explosiones secas, eco, piano percutido. No creo que Cuerdas venga de la nada. Habrá bebido en diversas fuentes alemanas y francesas, en Stockhausen y otros. Tiene sin embargo la virtud de no encapsularse en lo ya oído, en maltratar el cliché que nos rodea desde todas las corrientes y nos protege de lo que suena por fuera. En este aspecto, esta obra ha atravesado la nada, la ignorancia que no puede expresarse, lo que calla para siempre en el centro. Al sonar desde ahí, crea un ritmo hipnótico, cercano al trance.

6 No abandona la nave del sentido, el bosque de la simplicidad. Cuerdas no se enquista en un platonismo negativo, en el habitual wagnerismo fractal -sin Walhalla- que abandona el sonido común hacia la escucha especializada, hacia la complejidad ingenieril. Ésta obedece a la formación profesional del ojo y del oído que es parte de la división del trabajo, de la división del ocio, del negocio global de la seguridad. Por el contrario, Cuerdas tiene el valor de no abandonar una simplicidad en la que nos sentimos en peligro. Algo que no sabemos puede ocurrir, ya ha ocurrido.

7 Esta pieza es grave, inquietante, dramática. Habla desde una depresión sonora: la del hombre del subsuelo, cuando todos se han ido. La melodía de la rutina ha fracasado y nos limitamos a recoger los restos del naufragio. Por eso mismo, se parece a una canción de cuna para hombres adultos que saben demasiado y necesitan volver a una verdad que sólo ocurre -repentinamente- en la crisis del saber. Por primera vez, también por última, con una improbable prolongación en el tiempo. La crisis del saber es la condición para el rejuvenecimiento del deseo. El fracaso es la condición para que el sueño siga.

8 Ahí trabaja la canción, en ese agujero negro que cambia lo que sabíamos del día, pues confirma algunas sospechas nocturnas -en el corazón del día- según las cuales lo real está habitado por espectros. Cuerdas dibuja un lugar posible, aunque no se lo pueda localizar en ningún sitio. Una posibilidad para el sentido real. Lo otro -la complejidad que no cae, que no se precipita- supone huir hacia la torre de marfil de la abstracción sin tierra, en suma, en dirección del platonismo eufórico o tétrico que deja intactas las melodías de moda y el poder del experto.

9 Para cambiar la envoltura sonora, para socabar la letra de la melodía global, es bueno que en la música contemporánea haya un eco de experiencia, de estructura, de atmósfera o lo que sea que recuerde a la vida y se pueda repetir. Y esto -repito- no es ningún límite porque la vida, su simplicidad, es lo más extraño del mundo. Cuerdas es memorable porque es difícil y a la vez sencilla. En ese sentido, nos introduce a la inseguridad del mundo, crea la emoción de un peligro que para el que no estamos nunca preparados, aunque vagamente lo recordemos. Habíamos pasado por ahí, pero lo habíamos «olvidado»: nadie quiere recordar que la vida es mortal.

10 Trayendo a escena lo que todo el mundo sabe pero ha olvidado, porque no tiene traducción en el orden del concepto, la música siempre ha de romper el canon, maltratar el cliché, aunque uno pertenezca a una escuela y parezca cómodo en ella. Al escuchar algo culto, complejo, conceptual, la pregunta es siempre: ¿Estuvo o no estuvo el autor allí? ¿Ha pasado por ahí? Si la respuesta es no, es que no hay poética en esa construcción y por lo tanto, sólo encontramos un -como máximo «interesante»- amasijo de ruidos robados aquí y allá. Eso puede valer como experimento en ciernes, preparación de un experimento. La música viene después, cuando la abstracción se materializa en una forma reconocible, que recuerda a un fragmento de vida. No hay nada más abstracto que la figura, una forma que concreta ahí una experiencia irrepetible de lo abstracto. La repetición es la forma en que la singularidad acaece.

11 En la música clásica, culta o popular, está claro que el autor estuvo en algún lugar. Lo que ocurre es que el sitio es de una obviedad de la que estamos hartos, pues repite las consignas de los medios, le pone letra a la melodía global. Cuerdas es magnífica porque no es ni una cosa ni la otra. Dibuja un lugar (topos) que no está en ningún lado, que pertenece a la utopía de cualquier sitio. La «cualqueridad», esa deriva del sentido, es clave para que haya obra, algo que pertenezca a cualquiera. Aunque esa experiencia cualsea, terapéuticamente impersonal, se logra en el extremo de la formación técnica, de la competencia profesional y de la patología personal. Sin la ruptura que provoca la forma violentamente nueva no escuchamos el regreso al sentido de la tierra. ¿Hay algo más extraño que la tierra? Existe la música porque el sentido de la inmediatez es, al pie de la letra, intraducible.

Madrid, 22 de mayo de 2008.

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