La enseñanza, la brutalidad de la juventud, el envejecimiento y el cansancio. La putrefacción de las
relaciones en la inercia, la desaparición –peor aún, la dimisión– de los padres. Y además, ¿cuál es la
enfermedad de vivir cuando los seres humanos no padecen ningún mal en particular? Detachment, «El
profesor», es existencialmente antiespectacular. Nada de crímenes ni de sexo. Nada de gags desternillantes, de intrigas de poder, de malvados de pesadilla. Y sin embargo, El profesor de Tony Kaye (Londres, 1952), el mismo director de American History X, resulta seriamente perturbadora. De pocas películas como ésta habría que decir que es conveniente, si nos acercamos, tomar algunas precauciones.

Desde el comienzo uno se da cuenta de estar ante algo que le va retorcer en el asiento. Todas las preguntas que nos podamos hacer –sobre nuestra corrupción moral, sobre los hijos, sobre la juventud y la muerte, sobre la familia y la enseñanza, sobre la soledad y la aberración que es nuestro orden social– están en esos 100 minutos, apretados en un tornado bajo altas presiones.

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