Sí, M., en buena medida tienes razón: se trata de dos análisis de la realidad muy distintos. Yo también sentí eso al releer la carta que te envié después de leer el libro tuyo. Es posible que, si tuviera otro texto disponible para ese sábado, me hubiera ahorrado el que publiqué, «Heterofobia y homofobia». Con todo, la verdad es que releí mi texto con cuidado, intentando separar tu libro (hasta en el título de mi texto), y otros usos de él, de mi lectura, sesgada por una preocupación sobre el uso político del sexo que viene de antiguo y ha dado lugar a distintas reflexiones.

En «Heterofobia y homofobia» no niego en absoluto que haya marginados por motivos sexuales, sólo vertí serias dudas sobre la conveniencia política de focalizar hoy el asunto por ahí, así. Y además en los castigados Balcanes, no en USA o en Francia. La realidad de la discriminación, en Belgrado, Betanzos y Nueva York, es sencillamente abominable, sea uno homosexual, heterosexual, zoofílico o portador de orientaciones discretas como la sensibilidad, la timidez o el tartamudeo.

Siempre hay una grieta por la cual se puede colar el infierno que son los otros-todos-juntos. La reciente películaLa caza, de Th. Vintenberg, ambientada en la modélica sociedad danesa actual, es un ejemplo entre mil de esa ferocidad medieval que cohesiona a las sociedades.

Pero, claro, no creo que mi texto se desvíe de los problemas reales, aquellos que «hacen a la gente infeliz». Menos aún creo que sea fácilmente utilizable para enmascarar la intolerancia de los violentos, que nunca han necesitado lecturas. Como puedes imaginar, estoy casi habituado a ese tipo de discriminación suave que me deja rápidamente fuera del pastel social y como fácil cómplice inconsciente de varios fundamentalismos. Pero no pasa nada, creo que comprendo bastante bien tu incomodidad.

Hablamos. Para que todo siga, te envío «Víctima y verdugo», un texto muy distinto (salió una versión anterior, este pasado jueves, en fronterad) acerca de la discriminación estándar que puede estar detrás del caso A. Lubitz, heterosexual que sufrió hasta convertirse en un monstruo. No lo disculpo en absoluto: merecía la muerte, y a su manera (nosotros querríamos otra) la obtuvo. Pero intento pensar a raíz del caso en qué tipo de discriminación media vivimos, incluso cuando el entorno es bastante democrático, como es el caso de la actual Alemania.

Me pregunto qué tipo de asedio mayoritario e invisible está implícito (y más tal vez en la veloz Alemania que en la lenta Serbia) en nuestra apuesta masiva por la visibilidad compartida velozmente, eso que llevó a un tal Andreas a morir matando. ¿La democracia requiere que la discriminación no sea étnica, ni sexual, ni religiosa, sino correcta, masiva y cultural, numérica, indetectable? De acuerdo, pero el día que todos seamos integrados no habrá más que marginados, todos por igual. El caso Germanwings indica que es necesario prepararse para esta discriminación masiva, personalizada contra la heterogeneidad de cualquiera.

Abrazos,

Ignacio

Madrid, 5 de abril de 2015