Querido A.,

Sí, por fin nos entendemos. Y además me has convencido plenamente. Disculpa primero lo de la boda, pero es que asocio inevitablemente el verano, aparte del delicioso «chiringuinihilismo», a su corolario natural, el compromiso matrimonial. También, llegado el caso, en sus versiones belga u holandesa.

Me has convencido: no enviaré nada a tus correos, no vaya a ser que aumente mi halo narcisista en tu cabeza y, por encima, mi mala fama en esos desconocidos coruñeses que me desconocen. Que además, desconocen a todo el mundo, pues no aparecen nunca a nada que no sea suyo. Lo cual que me recuerda, por cierto, a lo más granado de la particular Universidad que tenemos el privilegio de gozar.

Perdona de nuevo mi fe en mis extrañas criaturas y la insistencia en mi auto-promoción. Pero me asombra que tú, precisamente tú, no hagas memoria. La autopromoción no desciende únicamente del inevitable narcisismo: siEcce homo es en parte auto-celebración, lo es porque su autor no tiene quien le celebre nada. La autopromoción es también pura y simple subsistencia: el «auto», sin descartar la autolisis, es lo que nos queda cuando no hay ningún medio de transporte institucional, público o privado, triunfal o victimario, que nos empuje.

Esto aparte, claro está, de que uno pueda siempre comerse los propios mocos: por ejemplo, en el mítico, solitario O Picón. No olvides que yo ni siquiera gozo del prestigio y el apoyo de una minoría de víctimas selectas, más o menos reconocidas por todos los comisarios políticos de la época. Se llamen o no A. T.

Sin ninguna acritud, de verdad, abrazos y gracias de nuevo. Sí, por revelarme algo en lo que todavía no había caído,

Ignacio

Madrid, 24 de julio de 2016