Buenas tardes, L.,

Antes de nada, de nuevo, disculpas por esta escandalosa dilación en contestarte (tu «trabajo voluntario» debe llevar un mes en mi casa). Aparte de la cuestión de las notas, tu carta está muy bien. Más que nada porque, en la asignatura de Psicología, haces confesiones… y esto es lo único que tenemos para decir algo que no suene aburrido y resulte distinto. No tenemos más que emociones, sus confesiones. Eso pienso.

En ningún trabajo de semana santa, en ningún trabajo, nunca (lo sabes), he pedido que dijerais algo distinto a lo que sentíais o habíais percibido. Nunca quise otra cosa que lo que haces en esas tres hojas: decir lo que piensas, lo que sientes incluso, sobre esto o lo otro. Además, como tengo ojos y oídos en la cara, nunca he creído que fueses «una más del montón». Siempre te sentí atenta, educada e hipersensible.

No necesitas mi aprobación: la tuviste a los pocos días de conocerte. No tenías nada que demostrar pues, más o menos, sé quién es cada quién. Hago inevitables generalizaciones, a veces con tono de humor o un poco amargas. Digo también cien tonterías en cada clase, pero con todo eso solo intento provocar que cada cual se muestre un poco, tal cual. Tú enseguida te mostraste.

Como a algunos otros, te vi al poco de llegar a esa aula 14. Siempre tuviste mi respeto como persona. A lo mejor tu bendita timidez o inseguridad te ha hecho dudar, en este punto, más de la cuenta.

Te creo también cuando aseguras parecerte a la Christine de Lady bird. Todo ese laberinto de no aceptarse, de querer ser otra, de huir de las raíces y de la propia naturaleza. Todo eso, más la dosis de inseguridad consiguiente, es propio de la gente elemental que se busca sin cesar. Ese modo de ser es con probabilidad más frecuente de lo que imaginamos y de lo que la gente confiesa. Personas con las que tal vez no podrías llevarte bien en ese grupo de 35 alumnos pueden padecer (quizás con otra intensidad) ese síndrome común a ti, a mí y a algunos otros. Los socrático-freudianos que nos buscamos sufrimos esa inseguridad, una dubitativa inestabilidad de donde, a la vez, viene nuestra fuerza.

Me quedo con muchas ganas de conocer a ese compañero de piso, increíblemente sensible, que ha cambiado tanto tu percepción de las cosas. Más aún si él te recuerda algo de mí. Todos estamos deseando conocer a nuestro «doble» (hermano, primo, amigo o enemigo) para ver cómo, tanteando, podemos seguir aproximándonos a esa X tan difícil que es uno mismo.

Tu mezcla de cólera y serenidad me va, qué te voy a decir. Es posible que esas Cartas a un joven poeta, donde Rilke se explica sobre cien cosas del mundo moderno, desde el amor al temor, digan mucho de ti misma. Si aún no las tienes te las puedo regalar. Es posible que, por tu modo de ser, te las deba.

Mi aparente transparencia, y en esto no te revelo nada nuevo, brota de una buena relación con un fondo sombrío que está más o menos prohibido por la urbanidad moderna. Todas esas prohibiciones me las he saltado alegremente a la torera, siempre. A veces me esfuerzo en disimular, si no conozco el terreno que piso, pero procuro pasar cuanto antes a ese descaro que me da salud. Sé que afrontar mi «perdición», tratando cuanto antes la espontaneidad de mis límites y dudas, es la fuente de mi «salvación».  Nietzsche decía: «Solo soy dueño de mí cuando estoy desprevenido». No me parece una mala frase.

Creo que en Lady Bird la hermana Sarah le insiste a Christine en que, con la atención que pone a su entorno, ya tiene el amor. Solo hace falta que le de nombre: Sacramento, Christine…

En fin, querida, ha sido un placer. De verdad,

Ignacio

Madrid, 7 de mayo de 2018