Querido S.,

Sí, acepta mis disculpas, pues he tardado semanas en leer con un poco de calma tu texto “El colegueo como índice de la prima de riesgo” y creo que he dejado otros anteriores sin leer ni comentar. En fin, gajes de esta ocupación que nos invade, valga la redundancia.

Escribes bien, con soltura, y con una Stimmung irónica que no hace fácil separar lo que defiendes de aquello que criticas. Pero, claro, has de tener en cuenta que poseemos probablemente biografías un poco distintas y yo sé del colegueo muy poco, aunque también lo haya sufrido. No soy un animal universitario, nunca he pertenecido a la Universidad, no sé casi nada de los entresijos internos de los pasillos de la meritocracia (aunque me imagino lo peor), no vivo día a día en ese ambiente, etc.

Por tanto, seguro que hay matices en tus ironías que se me escapan. Me dedico a vivir y a estrellarme, también a divertirme, de vez en cuando a pensar, y poco más. Apenas tengo tiempo de reparar en el caldo institucional que en un país como éste debe dar lugar a mil corrupciones de baja intensidad.

Con todo, aunque me repugna el intelectual orgánico que tanto pulula en los ambientes institucionales de esta bendita nación, por un lado echo mucho en falta lo que llamaríamos simplemente educación, el cuidado de las formas que podría pasar por “colegueo”. Hasta cierto punto, estoy a favor. Creo que existe un escandaloso déficit de educación e “hipocresía” en las puestas en escena y creo que cuidar todo eso nos evitaría algunas depresiones. Me cuesta incluso ser tolerante con esta zafiedad de las costumbres que yo, con un maniqueísmo habitual, asocio al narcisismo intelectual y al plus introducido por la juventud y las tecnologías.

Después, valoro mucho la amistad y no sé si la mezclas con lo que llamas colegueo. La amistad que está en la base del pensamiento, la relación con “lo desconocido sin amigos” (Blanchot) que permite cultivar la distancia precisamente como eje de la amistad. Amigos son los que comparten una parecida relación con una distancia insalvable. En tal sentido, la amistad está en la base de la filosofía, que sería tanto amor al saber como saber del amor, de la inevitable ignorancia que nos puebla.

Sin embargo, dentro de la corriente de simpatía que me produce la ambivalencia de tu texto, tal vez he echado en falta alguna referencia a la soledad, la desolación sin la cual la amistad y el pensamiento no son nada. Me imagino que es inconcebiblemente pastoso el ambiente universitario donde día a día se cultiva esa negación del pensamiento llamada “hábitos de investigación”. Pero también me consta que incluso en la Universidad queda algo de esa planta rara del pensador solitario, sea cual sea la relación que mantiene con el inevitable colegueo de despachos y pasillos.

“Producir colegas, agentes que invierten en su capacidad de producir opinión”. Sí, pero está también la cuestión de la diferencia entre la verdad y el saber. Creo que toda verdad, aunque la porte un profesor universitario, exige la crisis momentánea de lo que sabemos. Es decir, la crisis de los lazos sociales que nos mantienen día a día.

Pensar, ser de alguna manera un intelectual, incluso ser profesor en un sentido no gremial, tiene alguna relación, supongo, con el coraje para atender a los signos exteriores, que pululan por fuera del rebaño social, esa horda que fuera y dentro de la universidad impide pensar y, antes, percibir. Pensar como el hábito de resistir en las “vacuolas de no comunicación” sin las cuales sólo somos el epítome de una función social ya avalada por los clichés.

En fin, tal vez por falta de hábito, seguro que me cuesta entrar en la ironía de esos matices institucionales con los que juegas.

Gracias por enviarme tus escritos, aunque pocas veces consiga estar a la altura. Tengo mucho interés en que leas esos Comentarios que te envié hace unos días, independientemente del hecho de que tengan mucha relación con los debates de aquellos días.

Me consta que estás muy ocupado, pero ese texto tiene la virtud de referirse a un exterior que no permite ningún colegueo.

Un abrazo y gracias por todo,

26 de junio de 2013