Querido J., me da un poco de vergüenza hablar de algo que he vivido a distancia, sin mancharme directamente con la sangre y las lágrimas de seres humanos que no habían hecho nada para merecer esto. Pero he de decir que un «sismo» -así se dice en México- es un epítome de lo que puede ocurrir todos los días, aunque en ello no perdamos un solo hijo y nuestra casa no se derrumbe. Lo cierto es que sin catástrofes, sin la experiencia del dolor y los límites, no habría comunidad humana. Ya nacer -dicen- es traumático. Pensemos además en las catástrofes diarias que necesitamos para despertar y salir de nuestra duermevela de seguridad. ¿No es la seguridad nuestra auténtica y primera catástrofe, cristalizando nuestro autismo ante el prójimo? ¿La tierra tiembla para que recordemos que en todo lo fundamental -el suelo- el tiempo no pasa y el hombre sigue, para bien y para mal, en idéntico desamparo, pegado a la supervivencia?

El famoso «silencio de Dios» es una metáfora del silencio de lo real. Como la necesidad de las cosas -su causalidad- es infinita, resulta incalculable para toda medición humana, sea científica o técnica. En el México de hoy es también significativo el silencio de la ciencia. Pero aún, su parloteo, cuando no tiene apenas nada que decir en cuanto a una predicción real. ¿Es posible entonces que el silencio de la Tierra, su temblor impredecible, sea algo que necesita el blablabla mundano, que no cesa de confundir a los humanos?

Por lo pronto, aunque es una triste ganancia, gracias a esta desgracia México por fin no se ha avergonzado de sí mismo. Ha encontrado una amplia comunidad desinteresada e incluso ha visto cómo algún político parecía un hombre de carne y hueso. Es un precio muy caro, de acuerdo, el que los mexicanos han pagado por esta recuperación antropológica. Pero no está en nuestra mano elegir el curso de formación que necesitamos para seguir siendo humanos. Sea lo que sea el manido cambio climático, la tierra sigue siendo indiferente frente a nosotros, soberana ante nuestra gloriosa historia e inescrutable desde ella. Es posible que esto consiga que la nación mexicana vuelva a ser un poco más sureña, menos fascinada por el modelo de autista opulencia que le han inyectado los rubios elegidos del norte.

Madrid, 24 de septiembre de 2017