Buenas noches, A.,

 

Son curiosos los equívocos en torno a esta vieja y (en cierto modo) simple cuestión. Primero, no estoy seguro de esa incompatibilidad de conciencia y realidad divina. Ni siquiera en Platón, creo, pero desde luego no en Descartes o en Berkeley. En estos dos últimos pensadores, y en Leibniz, Dios no es una sustancia distinta al fondo infinito («infinito en acto», dice Descartes) de una «mente cualquiera», del «sujeto metafísico» (Wittgenstein) fuera de cual no hay ninguna experiencia posible, ninguna posible realidad.

 

Y ésta es la otra cuestión: Un idealismo radical (lo que Kant rechaza como «idealismo dogmático», que pone más en Berkeley que en Descartes) no es una teoría del Yo, sino una afirmación del espacio absoluto de una mente cuyo fondo irreductibles es lo insondable. Una mente sin fronteas, que tiene el afuera dentro, dentro de la cual todo Yo aparece… por eso la noción de la identidad más íntima es tan inestable. Para estos autores (dentro de los cuales está Kant sólo de un modo secundario) es como si lo más íntimo del hombre no perteneciera al hombre, como si dentro de la persona anidase lo impersonal. De ahí que una mente cualquiera pueda pensarlo todo, incluso el propio cuerpo y el Yo. Por tanto, el hombre como ente diferenciado, homo sapiens o animal rationale, sería una especie que aparece dentro de un pensamiento que no es del hombre.

 

Tal vez por esta razón, Heidegger y otros insisten en que el humanismo no piensan suficientemente al hombre. Estamos ante una vieja afirmación: dentro del hombre como pensamiento no se excluye nada, ni lo inhumano ni el hombre como especie. Es imposible entender, creo, nada importante de Heidegger sin esta cuestión del ser-afuera como eje del Dasein. Aquello que después aparece como la Extimidad lacaniana o fondo inconsciente del sujeto. A su vez, Wittgenstein distingue entre «sujeto metafísico» (la mente cualquiera de Berkeley) y sujeto de la psicología , el Yo. Etcétera.

 

Después, en cuanto a la muerte… En el propio Sócrates, como maestro de Platón, aparece (también en las sesiones senior de A Coruña y Ferrol) la muerte como una posibilidad extrema, como la más alta tarea o el culmen de todas las tareas. En virtud precisamente de una oscuridad o desaparición que es anterior a toda muerte empírica, como si el hombre viniera de lo invisible y en la muerte volviera a lo invisible. Precisamente, en Platón, la anterioridad de la idea (después la preexistencia de Dios en el cristianismo) es lo que permite que la muerte pueda no ser ninguna tragedia, sino un tránsito que culmina al hombre.

 

Claro que la palabra conciencia es equívoca porque (sobre todo en la modernidad) tiene unas connotaciones psicológicas y antropocéntricas que están ausentes de Platón, San Agustín, Descartes o Leibniz… En toda esta línea de pensamiento, que llega hasta Schopenhauer y Nietzsche (en ella creo que no está Kant, que mantiene una posición ecléctica mucho más prudente que la del mismo Descartes), el antes y el después, libres de un comienzo y de una final empíricos, son de algún modo son presentes en la presencia real que se da en el sujeto… Lo que permite, cerca de los estoicos, que la muerte sea algo que se debe conquistar, una última tarea (radicalmente afirmativa) que envuelve toda otra tarea.

 

Piensa en una simple comprensión intuitiva del eterno retorno en Nietzsche, según la cual lo esencial del tiempo no es la linealidad que comienza y acaba, sino un circularidad que comienza y acaba en cada punto. Tengo que mirar algunos documentos (desde luego, ese Parménides de Platón), pero hay ya muchos otros trabajados que indican que en esta cuestión, nuestra tradición ilustrada, en versión empirista o continental (Kant incluido), ha desatendido demasiadas evidencias, tanto filosóficas como comunes. En cuanto a las segundas, repaso en mi texto «Materialmente» algunas de sus manifestaciones más inmediatas.

 

El daño que ha hecho el empirismo de corte anglo-pragmático a muestra manera de concebir la presencia, aliado con la ética protestante y su mentalidad de presencia contable, libre de espectros (esa posibilidad más alta que cualquier realidad) es inmenso. La alianza de esa filosofía insular de la tabula rasa con el pragmatimso capitalista ha dejado el arte, la religión y la misma filosofía como un adorno de sábado para una semana laboral dominada por la economía del tiempo. Habría que ver si el capitalismo, como espíritu, es otra cosa que esta absolutización del tiempo lineal, una religión de la cronología contable que no deja tiempo al tiempo, ninguna posibilidad de que dentro de la historia surja otra posibilidad, un devenir, un tiempo interior a la historia. Esto trituró el aura de la presencia, esa encarnación de una ausencia que constituye el primer recorrido de Steiner en Presencias reales.

 

La naturaleza misma no es naturalista: ama esconderse. Es un chiste fácil, pero no es la naturaleza la que teme al vacío, sino el capitalismo. En fin, intenté aportar en ese breve texto escolar unos cuantos índices empíricos de esa naturaleza mental última de la materia. Y esto no creo que sea ajeno a algunos debates de la ciencia contemporánea… donde Einstein aparece con frecuencia a la zaga de otros, no sólo Heisenberg o Bohr.

 

Ya habrá tiempo de hablar, pero sin esta cuestión radical del «idealismo» mi libro que lleva tanto tiempo en curso no tendría la dificultad que tiene.

 

En eso andamos. Continuará. Abrazos,

Ignacio

 

Madrid, 12 de marzo de 2015