Existencialmente, el argumento podría ser: ¿Cómo llora la gente, cómo es la gente al sufrir, sin máscaras? Pero no, el tema es más político. Amas de casa humildes y funcionarios desesperados. Todos ellos unidos por una especie antigua de dolor, el de la humillación. También por una especie antigua de brillo, el de la conciencia moral. Y una entereza, hasta cierta ironía en la desgracia. ¿Es esto poco en un tiempo cuajado de víctimas impotentes, de noticias de impacto y estrellas?

Aprovechando la falta de conocimiento del público, el cambio de ambiente de la era Obama y el fin de algunas restricciones del equipo de Bush, se presenta en España «la última película de Michael Moore». En realidad, se trata de una cinta dos años anterior a Slacker uprising, un trabajo de 2008 sobre la juventud norteamericana que no vota. Documental largo y explosivo sobre el estado de la sanidad pública en EEUU, Sicko había sido prohibida con la disculpa de que infringía las restricciones legales a los viajes de ciudadanos estadounidenses a Cuba. Toda la cinta es bastante indigesta para cualquier administración estadounidense, demócrata o republicana, pero lo peor es que termina con el tratamiento médico de un grupo de norteamericanos, afectados por el polvo de las Torres Gemelas en los trabajos de ayuda, que han de acudir a Cuba porque su propio gobierno les abandona. Se comprende que la administración Bush hiciese todo lo posible para retirar de la circulación esta entrega del ya odiado Moore. Y tengamos en cuenta que, a diferencia de la «antiautoritaria» España, una prohibición gubernamental supone en los obedientes EEUU la desaparición virtual del objeto en cuestión.

Ver texto completo