Hola, A.,

Cierto, necesitamos la analogía de la hoja en blanco con manchas oscuras. Horizonte y figuras, claros y sombras. Y algo que pese, que huela, para que la percepción, la lectura y el pensamiento sean algo más que combinaciones de palabras, ese “compartir” que tanto nos neutraliza. Me encanta que suscribas mis aullidos, que en realidad quisieron filtrarse con ironía y análisis un poco más frío.

Llámame en Navidades, por favor, aunque el rasgado diciembre lo pasaré probablemente en Galicia. Mi madre murió en mayo, otro evento analógico (¿de qué es analógica la muerte, del misterio de todo lo vivo?), y mi familia, siete hermanas muy distintas, no están sobradas de atención y cuidados. Ni yo tampoco, dicho sea de paso.

Me encanta también que me recuerdes en sitios que no conozco. No, no he visto De profundis, Tampoco La vida de Adèle, que me han asegurado que vale la pena.

No, no me enfureceré mucho. Pensaré en ti y seguiré tejiendo una mezcla de cólera y alegría pueril.

Besos y hasta pronto,

Madrid, 29 de noviembre de 2013

Querido J.,

Estoy completamente de acuerdo contigo en cuanto a la xenofobia endogámica, el racismo interactivo que señalas en la cultura europea. Lo que me sorprende es que me lo achaques a mí también. No sé si pudiste leer mi Sociodependencia con un poco de calma. A veces soy un poco barroco, pero sólo intenté denunciar ferozmente este nuevo racismo de la interactividad, esta profunda alianza de la izquierda y la derecha “desarrolladas” en mantener nuestro integrismo del vacío, un horizonte adelgazado y luminoso frente al cual los otros siempre son atrasados, tiránicos, oscurantistas, totalitarios, etc.

Y estoy de acuerdo contigo que fuera de nuestro encierro “desarrollado” perviven formas de comunidad y de invención política que nosotros, a través del puritanismo ilustrado, hemos sepultado en la más opaca privacidad, esa que sólo tiene salida en la obscenidad del espectáculo.

Los puntos 9 y 10 señalan expresamente a las otras culturas del exterior como el constante chivo expiatorio de nuestro malestar interno el signo intolerable de una vitalidad que hemos reprimido aquí. Son en este sentido, tanto las culturas latinoamericanas, como eslavas o islámicas, el signo de la otredad expulsada de nuestro parque temático. Pero el texto ya comienza con una descripción del absoluto local, esa relación con las sombras del reposo que entre nosotros ha quedado para la reserva india del arte y el rock.

Así pues, me centro efectivamente en el abc de la cultura eurocéntrica, pero para denunciar ahí la aparición de una negatividad, una atrofia vital equivalente a lo que podría ser el “hambre” o la “inseguridad” en las zonas que llamamos atrasadas. Zonas que en realidad es todo el mundo menos nosotros, estas diez naciones separadas que ignoran su propio fondo popular.

En suma, estamos de acuerdo en el fondo, aunque mi lenguaje te haya despistado un poco. Animaos mañana y ya veréis cómo más o menos en estos términos se reproduce la polémica.

Un abrazo,

Madrid, 29 de noviembre de 2013