ESTE TEMOR A PARARNOS. Un encuentro con el escritor Edgar Borges

1.Ya en el siglo XIX Gustave Flaubert estaba obsesionado con el avance de la estupidez. Tanto, que intentó hacer un monumental diccionario sobre el tema. ¿Crees que en el siglo XXI la estupidez se desbordó, hasta el extremo de ser epidemia?

La estupidez siempre ha sido una epidemia necesaria. Voy a romper una lanza a su favor. Para empezar, tampoco los elegidos somos tan listos. Hay que ser estúpido, y Flaubert también lo era. Quiero decir que, al menos con un hemisferio cerebral, es necesario siempre trazar unos límites fuera de los cuales no se entiende nada y estamos al borde de la intransigencia o el ridículo. El «avance» de la estupidez es en cierto modo un espejismo, pues todas las épocas -no solo en una sociedad tan normalizada como esta- tienen sus pautas masivas y un sistema de protección contra lo desconocido. Una sociedad es una mitología, una empalizada de defensa frente a la bestia del pantano. Y siempre hay bestias. En ese sentido, al menos con un pie, todo el mundo -no menos el príncipe que el mendigo- ha de adaptarse y fingir ser imbécil. Sin mentira colectiva no se puede sobrevivir. Es necesario por tanto infiltrarse en ella, ser agentes dobles, si queremos lograr algo en cualquier mundo posible. No es tanto el avance de la estupidez lo que debe preocuparnos, sino el retroceso de nuestras armas frente a ella, la crisis de una agilidad para fingir y lograr en la superficie de la infamia pequeños cambios. La gente parece idiota, y lo es, también en muchas de las supuestas excepciones que adoramos. Pero no hay que olvidar que la humanidad, también en sus ejemplares más bobos, tiene miedo. Así pues, hasta cierto punto los humanos estamos a la espera, mintiendo. El problema es encontrar el lenguaje para intervenir, una puesta en escena que deje señales, pequeñas huellas para una vuelta, para una inversión. Sea como sea el momento, siempre hay que tener algo de actor y algo de payaso para lograr parecer uno más y, a la vez, producir algún efecto mutante. De acuerdo en que es necesario despertar, resucitando al extraterrestre que llevamos dentro, pero es una batalla lenta para la que necesitamos tiempo. Diría que toda una vida.

2. ¿Consideras que la sociedad actual está dominada por un constante impacto contra las emociones?

¿Contra las emociones o a favor de ciertas emociones fáciles, gregarias? Tal vez el capitalismo siempre ha usado unas emociones organizadas para huir de otras, más espontáneas. Por ejemplo, usar la emoción de estar juntos y sentirse salvados para evitar la emoción de estar solos, al borde de una revelación ante el misterio del mundo. El enfriamiento pavoroso de los humanos en esta sociedad, fenómeno que constituye el primer cambio climático, se mantiene a base de una especie de fascismo emocional. Nos pasamos el día rodeados de un clamor -el fútbol, las noticias, las modas- que debe evitar que sintamos el silencio de vivir. En este aspecto, la movilidad espectacular es el mejor medio para mantener las almas congeladas. Vivimos en una especie de automatismo dinámico. El muro del Este cayó porque era completamente ingenuo para lograr este propósito, clave en una cultura que teme a la existencia mortal como si fuera la peste.

3. ¿Qué puede hacer la filosofía ante la avalancha de la idiotez?

La filosofía también es idiota, parte de la estupidez triunfante. No hay más que asomarse a las tonterías perezosas que casi siempre decimos los filósofos, no solo Hariri, para comprobarlo. Los pocos que dicen algo distinto -Badiou, Agamben y otros- son despreciados por la tribu compacta de los pensadores oficiales. Quizá la filosofía tiene que ser un poco idiota si quiere influir, al menos en una pequeña medida. Ahora bien, seas fontanero o escritor, lo grave es ser idiota con los dos hemisferios cerebrales, con las dos manos. Tanto en el gremio de filósofos como en la comunidad de simples humanos, es necesario tener un pie fuera, un oído fuera. De otro modo no veremos las señales de peligro ni la necesidad de un cambio, tomando las bobadas que circulan como si fueran la palabra de Dios. Por radicales y auténticos que nos sintamos, seremos así parte del problema, no de las soluciones. La pregunta es: ¿tenemos hoy el valor para tener un pie fuera, para escuchar algo que no esté homologado por la circulación imperante? Temo que la idiotez y el conformismo pueden tomar formas mucho más sutiles de las que imaginamos desde nuestra cómoda minoría, más o menos reconocida. Es tal el peso actual del conductismo normativo, el que nos hace visibles, que incluso muchos psicoanalistas toman a Lacan como el líder de una nueva secta, a la que hay que obedecer para que funcione cohesionada. Por esta vía, todo el mundo acaba diciendo lo mismo. Si la autopercepción fuera tan reconocida, uno se sentiría obligado a ser un vagabundo medieval que piensa contra la sociedad de los medios, esta prensadumbre de la mediación sin fin.

4. La industria editorial ha reducido la ficción literaria a un entretenimiento basado en el guión de los telediarios. Pero la filosofía también está siendo usada para vender soluciones mágicas. ¿Qué se puede hacer desde los márgenes?

Armados de paciencia y humor, todo lo que se pueda hacer es desde los márgenes, manteniendo -al menos- un ojo en esa otra posibilidad. Mejor que el público no se dé cuenta, pues hoy se teme más que nunca a la ambivalencia moral de las afueras. No hay más que ver cómo necesitamos demonizar a diario la humanidad que subsiste al margen de nuestro bienestar dopado. Así pues, es importante el entrismo, fingir una buena relación con las corrientes mayoritarias para ejercer algún efecto perceptible. Esto también significa que debemos renunciar o desconfiar de casi cualquier triunfo momentáneo, de un efecto inmediato. En principio, la máquina social no aplaude más que memeces, pero a veces se cuela un virus. Apostemos por ellos, pero tenemos que saber que su mayor peligro es el éxito. Con las réplicas de un triunfo masivo, hasta los virus pierden su virulencia. Debemos estar dispuestos a un nomadismo viral continuo, abandonando incluso los pocos y modestos éxitos que logremos. Como ves, frente a esta sociedad blindada en el espectáculo del vacío, estoy planteando una estrategia a medias mística, a medias militar. Es un poco agotadora, pero nos ahorrará mucho gimnasio y mucha serie televisiva, ambos bastante aburridos.

5. ¿El ejército más poderoso del poder es el pueblo?

Espero que no, que no sea así y que los pueblos resistan -aunque sea discreta y sordamente- al poder. Conscientemente o no, los pueblos son «populistas», refractarios al sectarismo de la estupidez media de lo político. Aunque con una mano hayan de fingir obedecer, eligiendo entre las baratijas que se les sirven. Al pueblo le salva su relación con la ley de la gravedad, el hecho de vivir tocando el suelo. Esa mugre, ese esfuerzo y humillación diarias, constituye hoy una fuente de sabiduría. Siempre que encontramos una persona que resiste a la infamia de moda, encontraremos también en ella, aunque sea bajo cuerda, algo de una fortaleza popular que sortea la neurosis con la psicosis. En otras palabras, una fortaleza que mantiene a raya las humillaciones democráticas de esta época con la elemental y antigua dureza de vivir. Atreverse a ser un peligro, bajo la costra de una aparente normalidad, es la única manera de no sucumbir a la oferta envenenada de un bienestar compartido, oferta horizontal que es el colmo del hechizo de las ideologías.

6. Detrás de la prisa y de la desubicación del espacio tiempo, ¿se desarrolla la mayor forma de conquista contemporánea?

Me temo que sí. Es un tipo de conquista que, con frecuencia, se puede ahorrar las armas y la sangre gracias a operar con el miedo y la persuasión. Quitándonos la ilusión independiente de pararnos, coaccionándonos con la posibilidad de una ingravidez compartida, los poderes en curso desactivan las libertades de raíz, en el mismo deseo. La primera expropiación que sufre la humanidad democrática es su nada. Pocas cosas podían ser más nocivas que esta pérdida de soledad, esta cesión de un espacio propio para el tiempo muerto, a solas con el silencio del mundo. Ese espacio secreto no es aristocrático, es la médula de la experiencia y la resistencia populares.

7. Parafraseando a Handke, ¿hemos perdido el «momento de la sensación verdadera»? ¿El paraíso perdido es la derrota de la quietud?

Todo momento de parada es un potencial momento de descubrimiento. El instante es infinitamente superior al tiempo cronológico igual que la existencia es infinitamente superior a la sociedad: por lidiar ambos directamente con la muerte. Y con la muerte viva, en acto. Es imposible encontrar una película de terror que no comience por una parada accidental, donde la existencia desnuda aparece. Nuestro miedo actual a detenernos nace de que solo estamos preparados para sensaciones con teclado, y no para acontecimientos perceptivos que puedan cambiarnos. Mientras vivamos encantados de habernos conocido será poco menos que imposible tener sensaciones imprevistas, verdaderas. Cualquier sensación es verdadera como tal, por eso corremos sin parar para no tener destino y no recordar ninguna sensación original. La mentira comienza hoy por poder mentirse a sí mismo, impidiendo que las sensaciones lleguen a la cabeza. Sobre todo entre las élites «cultas» -o sea, prisioneras de la información-, la velocidad de recambio es el gran arma para que no se produzca el acontecimiento del encuentro sensitivo. A toda costa, se trata de no sentir nada que ponga en jaque nuestra sagrada identidad, una empresa del Yo que es la base narcisista del capitalismo de servicios. La multiplicidad de sensaciones, elegidas por su efectismo, debe procurar que no se produzca ninguna percepción real, que con frecuencia rozará fantasmas para los cuales no estamos preparados. El ocio es así la gran industria en un país «avanzado». En un plano psíquico, la trampa de la diversidad funciona. Entre una franja horaria y otra, nada debe alterar la velocidad de escape del consumidor. Siguiendo la banda audiovisual que nos acompaña, nos estresamos como espectadores lo que nos hemos ahorrado como trabajadores. No tener tiempo «para nada» no es algo inocente. Ante todo, no debemos tener tiempo para nuestra nada. Si tal inanidad entra en escena, el entero espectáculo que nos salva se derrumba. En tal sentido, sí, el único enemigo del sistema es la quietud que puede concentrar la verdad en un punto.

8. ¿Qué te llevó a ser filósofo?

Lo mismo que me llevó a sobrevivir. La voluntad arcaica de defenderme, de no sucumbir a las órdenes de homologación servil propias de esta época. Quiero pensar que aproveché una cuna privilegiada de amor y cuidados para resistir en un modo de ser común que dialoga con un subsuelo mortal anterior a esta normalización de clase media. La filosofía, que por lo demás está en cualquiera, es solo una forma de sostener una independencia para la que sirven muchas otras vías. Teleoperadoras, filósofos o electricistas, lo importante es encontrar algo que nos sirva de arma. Ninguna sociedad, y esta menos que ninguna, nos va a regalar una existencia propia, distinta a la humillación triunfante. Como máximo, se nos permitirá ser una franquicia de marca blanca, esa que se vende como sucedáneo de una vida que hemos puesto en consigna. Por razones de todo tipo, esencialmente corporales, mi instinto me alejó de esa forma moderna de servidumbre.