«El virus que debilita a la humanidad es el miedo»

Entrevista publicada en O Sil y en Tercera Información
por María Rodríguez
12 de abril 2022

Pregunta: – En una sociedad global, dominada por la tecnología, por lainteligencia artificial, por el consumismo, con continuas crisissocioeconómicas y políticas, ¿qué lugar debería ocupar la filosofía?Respuesta: – La filosofía debería ser, desde cierta distancia solitaria, elreverso de nuestro espectáculo obsceno, discutiéndole a los medios laversión de lo que es la actualidad. Mejor dicho, hablando de un presente queno cabe en esta caricatura que llamamos «actualidad». Se trata de leer elpresente entre líneas, adivinando lo que está enterrado en el batiburrillode una sociedad que funciona en circuito cerrado, girando sobre su odio alafuera. Pero me temo que hay tantas filosofías como periódicos, así que cadauna tiene su visión de lo que es real. Y muchas veces, en ausencia de esadistancia atávica con nuestra velocidad colectiva, la filosofía parece soloun eco «intelectual» de la misma ceguera de los medios. En mi caso, y en elde algún filósofo que admiro como Agamben o Badiou, discutiría la simpleidea de «sociedad global», que en realidad solo es válida en el círculovicioso de los temas de moda, dentro de nuestra redundancia viral.Realmente, ¿qué es «global»? Poco más que la uniformidad del consumoinformativo y el endiosamiento de las modas, un conductismo de masas queentretiene a una décima parte de la humanidad. Todo esto es una engañifa,pues en la misma Europa buena parte de la Francia, la España o la Italiareales viven sumergidas bajo esa superficie espectacular. Pero lo que ocurreen un día y un lugar cualquiera resulta invisible para nuestroimpresionismo, de origen autista. Tras la corteza de su ideología política,un ser humano tiene problemas y potenciales soluciones muy secretos, casiinconfesables. Aunque el trabajo de un carpintero se vea afectado por laguerra en Ucrania, debido al coste del material, del combustible y losportes, él tiene que buscar una solución local. Donde está la ley generalsiempre hemos de buscar una fuga, una trampa vital. Pienso que vivimos en unabsoluto local que se debate con el peligro. La vida y la muerte, latranquilidad y la inquietud, tienen siempre una base singular y personal.Con frecuencia, el resto solo es un barullo para enredarnos. Nuestradependencia de la mitología global es enfermiza, endeuda el alma y loscuerpos. No digo que tengamos que volver a otro individualismo, que yafunciona en demasía. Digo que tenemos que buscar soluciones elementales quehan de tener un sesgo común, libre de una «interdependencia» que estádirigida por expertos que ni nos conocen. Tus propias preguntas, pienso,brotan de un suelo de vivencia que nunca tiene cobertura planetaria. Tantoen la pasada pandemia como en la actual guerra, sobran respuestas «globales»y faltan preguntas vitales, distintas. Nuestros orgullosos valoresuniversales son, desde hace décadas, una disculpa para la sordera y laagresión.P: – Hoy el hecho de pensar, ¿resulta más difícil que antes? La sociedadactual, ¿está perdiendo esa capacidad, la de ser crítica ante los poderes?Desde su experiencia de profesor, ¿cómo ve a las nuevas generaciones?R: – Pensar siempre fue difícil. Si hoy resulta más difícil que antes es talvez por dos razones. Primera, porque se trata de pensar nuestro presente,que es envolvente, no un pasado sobre el que guardemos una cómoda distancia.Segunda, porque el poder de contaminación mental de la llamada sociedad delconocimiento es inmenso, tanto o más opresivo que el de una mitologíamedieval. Desde mi experiencia como profesor, y como adulto rodeado dejóvenes, no sé muy bien qué pensar de las nuevas generaciones. Pervive unaadorable energía juvenil, un coraje y una generosidad intactos, atemporales.Al mismo tiempo, hay toda una moda joven, mimada por el sistema, que es casilo peor de este mundo. Ser joven nunca fue garantía de nada: los neonazisson jóvenes. A cualquier edad la juventud es un don, una actitud de aventuraque nunca debimos perder. Pero hoy existe una trampa mortal con cara juvenilen la conexión masiva, dirigida en la sombra por cerebros seniles. Nuestradiversión obligada esconde una especie de fascismo emocional manejado porexpertos muy maduros. Bajo la costra novedosa de estar al día buena parte delo que el sistema nos ofrece es reiterativo y viejuno. Si un cambioverdadero fuese posible, tendría que venir de una alianza, en cada uno denosotros, entre el corazón y la cabeza. Entre una jovialidad muscular, quenunca debemos perder, y un cierto temple anímico. La verdad, no sé si esecambio se puede sentir muy próximo.P: – En su obra ha analizado la sociedad y el mundo actuales. Durante lapandemia escribió En espera y Sexo y silencio. ¿Que ha supuesto parausted el Covid y cómo se ha reflejado la experiencia en estos libros, en suforma de afrontar el momento? ¿Qué pretende con ello?R: – Escribí mucho en estos últimos años, madrugando incansablemente paraapartarme de la histeria colectiva y seguir pensando sin pánico, al margendel estado de excepción permanente que difunde el Estado-mercado. Lapandemia fue también un experimento temible de gobernanza basado en laobediencia masiva. Intenté librarme de todo eso y seguir afrontando una vidacomún que siempre fue mortal y nunca debe sentirse segura. Ni tampoco cederante el miedo al peligro, unos accidentes externos que son inevitables. Esosdos libros, muy distintos, tienen en común el himno al coraje de una viejalibertad. Actualizan también una ironía crítica sobre los grandes mitosgregarios de este momento histórico, unos titulares que nos hacen esclavosde una percepción falsa y masiva de la realidad. Pienso que nos hace faltaun nuevo realismo, que tendrá que volver al suelo y atreverse a ser sucio,muy poco correcto.P: – Realmente, ¿es el Covid el virus que más ha debilitado física ymentalmente a la humanidad?R: – No, el virus que más está debilitando a la actual humanidad es elmiedo. Y la consiguiente depresión, que le da la espalda incluso a latristeza. Lo contrario de la vida no es la muerte, sino el miedo. Parece queesto lo sabe muy bien el poder y sus expertos aliados, que se pasan la vidaasustando a la gente para que así dependa de la solución global que ellosmanejan. El miedo es necesario, sobre todo en la medida en que nosdespierta, pero tenemos que modularlo. En el fondo, cada uno de nosotrosestamos bastante solos, como hace mil años. Igual que entonces, hay quemorir un poco cada día para poder ser eternos e inventar un modo deinsolencia con el pánico inducido por el poder de turno.P: – Cuando estamos a punto de recuperarnos de la pandemia y de su crisissanitaria, social y económica, se produce la invasión rusa, un conflictolarvado que justamente estalla ahora. ¿Es una casualidad?R: – No lo creo. Una cosa y otra tienen en común la histeria ante lo otro,un pánico infinitamente manipulable. Tal como lo encaramos y lo provocamos,pienso que no es ninguna casualidad este conflicto con los rusos. Parece quelos gobernantes, y un «cuarto poder» que casi siempre es cómplice de lacasta política, buscan mandar desde la excepción, desde una catástrofeinminente que mantiene al público cautivo y lleva las poblaciones a unaobediencia bovina. Tal vez por esta razón el comando estadounidense denuestra indignación, tan unánime como sorda, no tiene ningún interés enacortar el conflicto de Ucrania.P: – ¿Qué opina del papel que están teniendo los medios de comunicación ylas redes sociales en esta espiral?R: – Esta es la palabra clave: espiral. Los medios y las redes se dedican aalimentar una dependencia viral, en bucle. El sistema busca que nadie tengaimpresiones propias, libres de la empresa política y el inmenso negocio dela percepción masivamente guiada. La función de los medios es adelantarse alas sensaciones populares, lograr que la más elemental percepción estéregida por los grandes grupos de opinión y los modelos políticos sectarioscon los que debemos encarar el mundo. Este colectivismo ilustrado,personalizado a la carta para que cada uno tenga un papel de espectadorinteractivo, es un sistema tan despótico como el viejo feudalismo. Pero máseficaz, pues se apodera de las almas con una violencia autista, vegana. Poreso tanta gente parece abducida. El derecho de pernada se cambió por elderecho de mirada, donde cada uno puede aportar su opinión en una vigilanciaintensiva. La libertad de expresión es el cebo que hace invisible nuestranula libertad de acción.P: – La dinámica en la que estamos muestra retrocesos y síntomas de lo quealgunos autores consideran una medievalización. ¿Qué piensa usted?R: – No estoy lejos de ese diagnóstico, aparte de que hoy no sabemos casinada de una Edad Media sistemáticamente injuriada. Parece ser que todo loque permanece en la sombra implica hoy un déficit. Por todas partes funcionauna especie de feudalismo horizontal, inclusivo y transparente, que no nosdeja respirar. También la coacción es horizontal y dispersa. Hasta en lasalud, en la orientación sexual y en la alimentación, tenemos que seguir lasmodas dictadas por el Estado-mercado. Como se ha dicho, somos prisionerospolíticos del terrorismo de la actualización, de un entretenimientoviolentamente inclusivo.P: – ¿Qué se podría hacer para rebelarse contra esta dinámica de retroceso yquién podría o debería hacerlo, teniendo en cuenta que también la políticaestá en crisis?R: – La política es parte de este espectáculo de entretenimiento que tienela función de mantener apretadas las filas, detrás de nuestros líderes ynuestras tropas. Esto no quiere decir que no debamos elegir con cuidadoentre las distintas alternativas: en este conflicto con Rusia, Corbyn oMélenchon no son lo mismo que Biden o Johnson. Lo mismo ocurre con ScottRitten, Pablo Iglesias o John Mearsheimer frente al automatismo maquilladode una Ursula von der Leyen. De Pedro Sánchez ni hablo, pues es un simplecamarero de la corrección europea, de nuestro servilismo ante un delirioestadounidense que cree hablar en nombre del bien universal. Ahora bien,estas elecciones políticas, entre ideologías tan distintas, dependen de unainsurrección personal que debemos mantener contra viento y marea. Nadie va abrindar cobertura a la vida de cada uno, a nuestra común soledad. Solo apartir de ella podemos encontrar nuevas comunidades que resistan a lainfamia global, en realidad muy sectaria.P: – ¿Tiene en proyecto algún nuevo libro ahora mismo?R: – Ninguno, por ahora me los he prohibido. Estoy muy ocupando en defendery explicar esos dos libros que, modestia aparte, considero tan necesarios,Sexo y silencio y En espera.P: – En alguna ocasión me ha comentado que tiene una mentalidad«apocalíptica» ante los desafíos actuales. ¿Cómo ve el futuro de lasociedad, cuando menos la europea? Supongo que Galicia está dentro de estecontexto general. ¿O ve alguna particularidad en nosotros?R: – La palabra «apocalipsis», etimológicamente, recuerda la idea de revelaralgo desde lo oculto. Pienso que solo una nueva sacudida anímica puedesalvarnos, librándonos también de una envolvente legión de salvadoresprofesionales. Para eso habría que atreverse, en algún momento crucial, aestar solos. ¿Cómo ser optimista en el momento actual, cuando los poderesestablecidos consiguieron una obediencia de masas tan perfecta, sin límitesaparentes? En este punto, no sé si la obediencia toma en España nivelesparticularmente apocalípticos. Siento decir que Galicia casi siempre pareceun reflejo melancólico del miedo incrustado en el resto del estado. Elfamoso «sentidiño» podría ser una versión hipocondríaca de la servidumbreque se vende en toda Europa desde el norte, envasada especialmente para lospaíses vicarios del sur. En pocas partes la obediencia fue tan unánime comoaquí, donde las voces discordantes son tachadas rápidamente de negacionistaso «hijas de Putin». Es como si la positividad triunfante fuese una verdadreligiosa que solo puede tener herejes, aunque hoy no se les lleve al fuego,que nos apesta, sino a la invisibilidad y la cancelación. El silencio al quese condenan las voces disidentes es la cara siniestra y oculta de ladiversión espectacular, conseguida con una alianza temible de mayorías yminorías, de derecha e izquierda. ¿Se puede dar algún cambio importante eneste panorama de servidumbre interactiva? No parece fácil, pero quién sabe.La gente vive como hechizada, inmersa en una especie de automatismo anímico,pero a la vez podría estar aguardando algo. Lo cierto es que hoy en díaapenas conocemos a los vecinos, así que mejor preservar un fondo de dudaoptimista.

EN ESPERA

Lo que sigue es una breve presentación del libro En espera escrita para un pequeño pueblo gallego donde no son habituales las discusiones en torno a libros de filosofía.

EN ESPERA

Se ha dicho que buena parte de las amenazas exteriores que vivimos a diario, sean o no reales, tienen una saludable función de blanqueo mental y anímico. Después de un telediario y su línea de desastres, la vida de cualquiera parece más normal, más justificada en su prudencia, en su discreto retiro.

Estamos acostumbrados a no dar un paso sin pedirle permiso a la sociedad o al estado. Nuestra normalidad actual incluye una interdependencia que no dejó de ganar puntos en estos últimos años de pandemia. Todo son etiquetas para sentirnos seguros. Vivimos rodeados de protocolos informativos que nos guían, poniendo en manos de los expertos las anomalías imprevistas. Sin embargo, en cada asunto importante nadie puede ocupar el lugar de nuestras decisiones personales, a veces muy solitarias. La vida común no tiene protocolos que la cubran. No hay una norma para ser padre o hijo; ni para llevar bien tal o cual carácter, que nunca fue elegido; ni para querer o ser querido; ni para ser feliz o infeliz.

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O moucho voa. Consultorio filosófico.

Lo que sigue es la transcripción, con una nota añadida, de la entrevista radiofónica de Miguel Vázquez Freire a Ignacio Castro sobre el libro En espera.
Es de agradecer que el diálogo transcurriese con la máxima cortesía, cuando las dos posiciones filosóficas son probablemente muy distintas.

MVF. Tu libro se llama En espera. Entiendo que sugieres que, en esta amable sociedad del bienestar que invita a una felicidad hedonista y superficial, los poderes nos sitúan en una permanente espera de algo que no se sabe bien lo que es, pero que en cualquier caso nos desprovee de auténticas expectativas creadas por nosotros. Cito de tu libro: «Es lo real lo que está suspendido, en suspenso, en una vida que debe quedar para mañana. Para aplazar lo real, nuestro ambiente debe tomar la forma de una amenaza incierta, una especie de esperanza negativa que justifique el estado de espera». Para comenzar nuestro diálogo, te invito a que prosigas esta idea, desarrollándola.

IC. Nos pasamos el día amenazados por catástrofes que justifican nuestro encierro. Esta es una sociedad amable y sonriente en la que la felicidad es un horizonte diario casi obligado. El poder, en aras de tal obligación saludable, nos sitúa siempre en espera de una mañana que nunca llega. Pienso que lo real, la existencia mortal que constituye a la vez la única inmortalidad posible de cada quien, está suspendida en función de ese horizonte de dependencia. Se trata de una falsa interdependencia que sigue en manos de los expertos, una nueva casta sacerdotal que nos dirige, amenazándonos con mil peligros. Vivimos en una sociedad de esclavos del mañana, bajo una especie de arresto domiciliario portátil que poco tiene que envidiar a las viejas dependencias del pasado. A pesar de tantas llamadas a la inmediatez, pocas veces fue tan difícil vivir en presente el famoso carpe diem de los latinos. En modo vibración, vivimos rodeados de un reemplazo perpetuo de alternativas que dificulta al máximo respirar el momento, tomar distancias con este cortoplacismo neurótico para sentir y pensar por cuenta propia. Lo que los poderes buscan es que el individuo esté interminablemente estresado, emplazado a la siguiente entrega en la serie social que nos envuelve. Esto quiere decir que la moderna separación capitalista, la alienación que preocupaba a Rousseau, Marx y muchos otros -incluidos Arendt y Heidegger- ha pasado a ser ligera, portátil, líquida. El pequeño relato es en este aspecto un genial ardid de nuestra razón histórica, pues ha logrado una separación molecular, fundida con la piel de nuestros deseos. La alienación se ha hecho hedonista y espectacular, proporcionándonos cobertura de paso que nos sentimos libres y nos expresamos ruidosamente. Esto dibuja un panorama que me parece inquietante, una prisión que se confunde con la multiplicidad de la diversión diaria. El escándalo incesante del entretenimiento virtual hace llevadera la precariedad real de nuestras vidas: si todo es precario, excepto el horror de los otros, nada lo es. Argumento en este libro que vivimos una especie de violencia perfecta donde la víctima goza de un ambiente sin paredes tangibles. La república de la visibilidad, con su alta definición, ha sumergido en registros invisibles la violencia que nos anula. Es imposible separar el triunfo de las nuevas tecnologías de un distanciamiento real, de una alienación móvil y veloz. El resultado es que la gente, al menos en el entretenimiento que rellena el tiempo muerto, no siente límites por ningún lado, pues vivimos rodeados por la madre de todas las paredes, un poder social que se confunde con la imagen flexible del tiempo. Vivimos en el útero de un esencialismo normativo que logró fundir el poder del viejo Estado con, por así decirlo, la anarquía hedonista de la vida civil. Es lo que Deleuze llama estatismo continuo. No me parecen nada inocentes las nuevas formas de ubereconomía horizontal que se han puesto en marcha. Han logrado que las nuevas jerarquías de la identidad, el maltrato al que nos someten, sean invisibles.

MVF. Tu libro, me parece, va a contracorriente de muchos lugares comunes que rodean al pensar, que también está en los ciudadanos. Así, si lo que se advierte, casi por todos los lados, es una preocupación por la seguridad y la protección, y eso es lo que se demanda del estado, tú te rebelas contra esa actitud del ciudadano-infante, que siempre está lloriqueando a los pies de «papá estado». Cito de nuevo: «Tendemos a un ideal de seguridad, el más peligroso del mundo, que consiste en no dar la vida por nada, ni siquiera por una propia existencia que hemos depositado en consigna«. De nuevo, te pido que seas tú quien prosiga esta reflexión.

IC. Me rebelo porque tal seguridad, esta inter-dependencia que se nos vende como panacea, en absoluto opera sin coste político, en una tarifa plana anímica o existencial. Las personas que ponen «en consigna» social su independencia y sus decisiones soberanas están abandonando el único territorio, necesariamente clandestino, desde el cual pueden ser libres. Creo que es así de sencillo. Vivimos en medio de una heteronomía inyectada a golpe de sonrisas, aplausos enlatados y espectáculo barato. La coacción del miedo a ser señalado está siempre detrás. Pienso que hasta el venerado Kant se asombraría de esta obediencia, del endeudamiento mental que se ha introducido en el ciudadano medio. En espera intenta una reversión de este panorama usando algo así como una subversión de Marx en el vientre de Nietzsche. ¿Por qué? En realidad, no vivimos solo bajo el dictado de la economía. Por debajo está toda una metafísica, el dogma de una circulación infinita que promete convertirnos en nuevos dioses –Just do it!-, aunque encadenados en red a una elite de expertos que nos vende, para mañana, una tierra prometida. Por supuesto, eso nunca llega -su esencia es no llegar- y ni siquiera es una tierra de ningún tipo. Más bien es la ilusión envenenada de liberarnos de la gravedad terrenal y de una humanidad exterior que consideramos infecta. Es esta promesa irreal de eliminar el dolor, y separarnos de la antigüedad elemental de vivir, la que nos enferma. Intento dar armas mentales para resistir este estado uterino de cosas, ayudando a que se pueda volver sobre nuestros pasos para que la existencia cualquiera pueda tener, otra vez, la última palabra. ¿Es esta idea necesariamente escandalosa? Solo a partir de un regreso a la soledad mortal puede haber comunidad. Si una mujer o un hombre no afrontan su zona de sombra, lo único intransferible que nos hace humanos, todo lo que nos queda es el espectáculo de la «interdependencia», sedante virtual de un inconfesable aislamiento real. La circulación interminable, este imperativo de actualización que aparentemente nos hace contemporáneos de clase media, nos condena también a ser súbditos de la radiante religión civil y su casta correcta, sin sangre en las venas. En este punto, muchas ideas de Marx están dramáticamente anticuadas. Es preciso meterlas en la batidora de Nietzsche para que adquieran un filo cortante y liberador.

MVF. Hay en tu crítica a este orden social asfixiante un equívoco que se puede suscitar en el lector, una confusión que yo diría que es análoga a la que se derivó de ciertas lecturas del Foucault teórico del biopoder. Algunos interpretaron un, para mí inexistente, giro foucaultiano individualista, casi neoliberal. Justamente tú te adelantas a esta posible interpretación cuando, por un lado, dices: «Cada ocupación, también el crimen, tiene un carácter social y terapéutico. Realmente, la especie que está en indefectible proceso de extinción es, valga la paradoja, la especie individuo«. Enseguida haces esta otra precisión: «El éxito individualista también supone una salida (exit) del ser individual, el de la soledad común». E insistes: «Del mismo modo que el narcisismo, que se tolera o se estimula en cualquiera, el individualismo es la forma psicológica de lograr que cada cual se aferre a una identidad definida e ignore su más potencial fondo de duda, aquello que le hace común y lo puede convertir en cualquiera«. Me gustaría que contribuyeras una vez más a escapar de cualquier equívoco respecto de esa posible interpretación individualista de tus palabras. Como acabo de citar, no creo que sea el tipo de ser individual que quieres reivindicar.

IC. Primero, creo que el individualismo no es el demonio. Si lo es, es un diablo que recorre de parte a parte el conjunto de nuestra cultura, también en sus variantes de izquierda. Por debajo de las proclamas socializantes está siempre el despotismo de la ambición personal y partidaria, su estrategia autista. Ahora bien, si Foucault fue víctima del anatema individualista, qué me puede esperar a mí. Lo tengo más bien crudo. Foucault es un comunitarista nietzscheano. Un comunista post-nietzscheano o como queramos decirlo, pero no tiene nada que ver con el individualismo que nos ha inundado. Precisamente él critica, bajo el título de biopoder o biopolítica, una feroz normativa de insularización vital, médica y narcisista, que entra en los tejidos de la carne individual y nos convierte a todos en hologramas parlantes, en epítomes personalizados de una obediencia inmanente. Muy lejos de esto, Foucault propone un tipo de comunidades de subsuelo o de plebe, comunidades ocasionales que no tienen nada que ver con esta fiebre luminosa por las identidades empoderadas y reconocibles. Mi libro intenta prolongar, en una cruda actualización que quizá Foucault no entendería, su pasión por un pueblo que falta. No lejos del Baudrillard que ironiza sobre el teórico del biopoder, En espera critica un capitalismo violentamente alternativo, una cultura de rotación rápida que genera una nueva y desarmante verticalidad, pues late oculta en una ilusión horizontal. No existe lo comunitario más que episódicamente, en virtud de la fuerza ocasional de alianzas singulares. Nuestra horizontalidad media es completamente demagógica, pues su interconexión viene solo después de un inmisericorde aislamiento de los seres. La energía obscena de nuestra comunicación proviene de una comunidad desarraigada, liquidada de raíz. El narcisismo del aislamiento identitario es la base del espectáculo social del reconocimiento. Solo se puede sumar masivamente átomos aislados, neutralizados: es nuestra soledad la que comunica, expresándose a gritos. En espera defiende un regreso a la penumbra común que nos hace humanos y permite que se funden comunidades opacas que no tienen que rendir cuentas a ninguna transparencia, aunque se presente como encarnación democrática de Dios. ¿Qué es lo común? Lo que proviene de una desgarradura o una fuerza de irrupción, un golpe en la mesa de nuestra eterna siesta. Un golpe que puede ser de humor, por ejemplo, muy alejado de nuestro formato obsesivo de la violencia. Si lo es, la fuerza de esa irrupción -ese acontecimiento de Badiou que al progresismo político le cuesta tanto entender- es de una violencia fundadora, afirmativa. Pero claro, estamos a años luz de esta senda, ya que por casi todas partes se niega el descenso a una existencia que es intransferible y, por lo mismo, enérgicamente comunitaria. Defiendo un progresismo, pero no político sino existencial, un progresismo «agnóstico» que no necesita otra meta distinta a que la vieja vida común y mortal prosiga, con los humanos hermanados a lo real de la tierra. ¿Es esto pedir demasiado?

MVF. Cito de nuevo tus palabras: «El anuncio continuo de la catástrofe, inminente a la vez que externa y futura, es la tapadera ideal para olvidar la catástrofe que somos nosotros«. Continúas más adelante: «Coincide con la aversión ya ‘global’ hacia todo lo difícil, lo lento y oscuro». Cuando leo estas palabras y más adelante veo cómo denuncias esta sociedad de la diversión que trata de escapar inútilmente de su temor al aburrimiento, al tedio infinito, no puedo dejar de evocar a Pascal, la reflexión pascaliana sobre la diversión como forma desesperada de intentar huir de la condición inevitablemente mortal de todo ser humano. Supongo que también puedes encontrar aceptable la analogía con la figura de Pascal.

IC:  Sí, Pascal y muchos otros humanistas alientan cerca de mi libro. Cuando En espera critica esta catástrofe global inyectada, publicitada a diario para que no veamos la debacle antropológica que está en marcha en nuestras interioridades arrasadas, me encuentro cerca de pensadoras y pensadores muy distintos, que no se sentarían en la misma mesa. Pascal, Heidegger, Weil, Sartre, Arendt y muchos otros han avisado con acentos diferentes de la dialéctica infernal que mantenemos entre el espectáculo mundial, su propuesta obscena de salvación, y una inconfesable soledad personal. Se dijo en distintos sitios que el llamado calentamiento global es el efecto de rebote de un insólito enfriamiento local. En este punto En espera tiende hilos de complicidad con muchos nombres que, desde perspectivas laicas o religiosas, han levantado la voz de alarma ante la aversión creciente hacia lo lento y oscuro, en aras de una fe cuasi religiosa en el dios de la transparencia y la homologación. Una vez más, Nietzsche fue el adelantado crítico de esta fe contemporánea que amenaza con dejar en pañales oscurantismos y dependencias de antaño. Estamos ante una especie de feudalismo ligero y veloz que nos convierte a todos en siervos voluntarios de un horizonte plano de salvación integral. Me parece que no exagero del todo cuando, junto a otros, advierto del peligro de este esencialismo occidental de hoy en día.

MVF. Con todo, debo decir que percibo en tu crítica una radicalidad en el rechazo a la democracia en la que vivimos, radicalidad en la que incluyes la descalificación de la ciencia, el laicismo, el feminismo e incluso los derechos humanos, es decir, todo lo que constituye el núcleo mismo de la democracia en la que vivimos. Esto me hace preguntarte si no te preocupa la coincidencia de tu crítica con la agenda de la ultraderecha en este momento, que también incluye la crítica de cuanto tú criticas.

IC. No. Vamos a ver, Miguel. Mi libro no es «radical», critica más bien la radicalidad del sistema, el despotismo emocional en el que vivimos. En espera utiliza de fondo una sabiduría de abuelas. Es solo «radical» en este dogma adelgazado y móvil en el que vivimos, una especie de integrismo de la flexibilidad infinita. Mi libro tiene un trasfondo humanista que le permite citar a nombres muy distintos en la crítica de este -digamos- totalitarismo disperso en el que se han transformado las democracias. Zambrano, Ortega, también Jünger y personas que no se sentarían cerca de él, como Simone Weil, pueblan estas páginas. No critico «la» democracia, ni «la» ciencia ni «el» laicismo, sino la conversión de todo eso en una nueva ortodoxia intocable. La simple repetición del insulto «negacionista» significa que vivimos en un afirmacionismo histérico y positivo, un dogma que es terrible porque se pasa la vida buscando herejes. No hace falta leer a Chomsky, ver las cintas de M. Moore o deletrear a Gore Vidal. Antes y después de Hiroshima y Vietnam, las democracias han sido de una extrema crueldad en los cien países que hemos arrasado. Sin ir más lejos, el Canadá cool de Trudeau, en connivencia con la derecha neoliberal autóctona, ha extraído más oro de México que España durante siglos. Tomemos esta despiadada agresividad exterior como un índice de la violencia normativa y psíquica que se ejerce día a día sobre el ciudadano medio, cada día más comunicado virtualmente y más mudo realmente. Critico con detalle esta violencia política «perfecta». Por lo demás, no me preocupan las posibles coincidencias extrañas de mi libro. Me preocupa la consecuencia más que probable, la total indiferencia con la que va a ser recibido en un universo progresista de paz falsa donde se ha prohibido que la sangre salpique la limpieza de nuestras pantallas planas. Que me llevasen a la hoguera tal vez no me molestaría tanto, pero creo que no va a ocurrir. Hoy a los herejes no se les quema, pues el humo molesta: se les silencia. Las posibles lecturas de mi libro no son, por lo demás, cosa mía. Una vez publicado, cada lector -tú mismo- tiene todo el derecho a hacer la suya. Si alguien de la extrema derecha, cosa que dudo, tiene la generosa valentía de leer este libro, adelante. Un día u otro tendrá que saber que En espera es una crítica despiadada, al estar movida por una antigua piedad, de un orden político también despiadado cuya propuesta de salvación metafísica rechazo en bloque. No «radicalmente», pero sí con una ironía oblicua. No me preocupa coincidir con Trump u Obama en que la tierra es redonda o en otras verdades elementales que hasta el tonto del barrio pueden suscribir. No hay ningún peligro serio de coincidencia con ninguna facción extrema del universo político. Podría decirse también que mi libro mantiene coincidencias con Debord y los situacionistas, con el Comité Invisible, etc. Y eso también es cierto, pero a la vez no lo es. Sí y no, porque hay en En espera un fondo trascendental y humanista que lo acerca y lo aparta al mismo tiempo de distintos pensamientos críticos. En muchos aspectos, tengo que ver con Badiou, Baudrillard, Foucault y Deleuze. Pero casi todos ellos, como buenos franceses, mantienen una relación ilustrada con la tierra, con el Deus sive natura espinosista. que está muy alejada de mis presupuestos. En espera tiene buena relación con una religión intuitiva que está en todas partes, también en un ateísmo sensible. En resumen, no pienso que este libro, ni ninguno de los míos -semejantes quizá en campos paralelos-, sea asimilable a ningún extremo del espectro político. Más bien pasará desapercibido por un planeta que, por «radical» que sea, respira ciego y sordo ante lo real, con esta indiferencia política que hoy es el auténtico dogma triunfante*.

MVF. Ahí va la última pregunta. Hay una cierta percepción, que yo tengo como lector, de una búsqueda de la diferencia que se sitúa con un acento dominante, frente a esa otra dimensión que mueve a la filosofía desde siempre, que es la búsqueda de la verdad. Esta búsqueda tiene obviamente una cara dogmática, que tú criticas como imposición de lo verdadero como único, pero también tiene otra cara -entiendo que es la que tú pretendes- que es el reconocimiento de que la búsqueda incesante que no va a tener nunca una conclusión cerrada que justifique esa pretensión dogmática. Pero claro, en la aceptación de esa segunda cara, que yo presumiría que es la tuya, el diferencialismo te lleva en un determinado momento a hacerle una especie de juego al lector en el que le dices que incluso con aquellos autores que tú sigues, como J. Coupat, Tiqqun o el Comité Invisible, también de ellos tienes que reivindicar la diferencia. Y claro, la pregunta que esto finalmente me suscita a mí es ¿no existe ahí el peligro de olvidar la búsqueda común de la verdad? Porque en la búsqueda común de la verdad aparece, o debe aparecer, tanto la diferencia como la coincidencia.

IC. De acuerdo contigo en esas dos caras de la verdad. Pero esto es lo más difícil del mundo. ¿Qué es la verdad más que aquello que nos divide? Siembra comunidad al precio de poner delante de nosotros algo difícil, oscuro e inestable. No es solo un capricho popular esa idea de que la verdad es triste. De ahí que huyamos de ella para entretenernos con la opinión, que siempre circula y genera fácil compañía. No es tan raro que la verdad nos deje un poco solos y nos haga peregrinos, prometidos o condenados -según se quiera ver- a otra posibilidad, un poco agotados y obligados a partir de nuevo desde cero. Se dijo alguna vez que nómadas son los que se aferran a una región central que no cabe en ningún sitio. Esto tiene siempre connotaciones de teología negativa. Uno puede conectar con voces muy distintas y al mismo tiempo no quedarse ahí, no casarse con ellas «hasta que la muerte nos separe». Deleuze decía que es parte de la fidelidad a los clásicos la traición. Y para Valente irse es, llegado el caso, una forma extrema de permanecer. Aparte de esto, Miguel, los nombres con los que me asocias, Coupat o Tiqqun, son algo limitado en relación a ciertos grandes del pensamiento, se llamen Platón, San Agustín, Leibniz o Nietzsche. Ellos no son susceptibles de formar una escuela porque nos invitan siempre a partir, a seguir caminando. Lacan es una cosa, profundísima, viva y cambiante. La vulgata lacaniana es otra historia, mucho más repetitiva y tediosa. Tal vez por esto Foucault decía que tras la última imagen de Hegel, en la que creemos apresarlo, nos espera otro Hegel más problemático todavía. Al fin y al cabo, amamos a ciertos pensadores no por lo que dijeron, sino por lo que hicieron, reventando la imagen que la historia tenía del hombre y de una época.

*Agradezco la franqueza brutal de esta pregunta, más todavía cuando otros la pueden pensar sin formularla. Nadie tiene la culpa de que la izquierda le haya dejado a la derecha emblemas que antes eran suyos, intrínsecos a una resistencia libertaria ante la nivelación capitalista. De acuerdo en que los extremos se pueden acercar peligrosamente. Pero también el «centro» de nuestro sistema es un extremo, una radicalidad que se acerca siempre a la coacción, a veces al terrorismo de estado, en ocasiones al tedio infinito o al espectáculo obsceno. En todo caso, mi libro trata precisamente de una legalidad democrática que, presentándose como inclusiva e inocente, es violentamente normalizadora. La estadística de suicidios, la depresión crónica y las enfermedades que se extienden -por no hablar otra vez del cáncer- son el síntoma de una violencia correcta que está sumergida en el primer plano, tras las violencias groseras -estatales e individuales- fácilmente localizables. No sé si la extrema derecha aplaudiría mi simpatía por todas las culturas exteriores que tildamos de atrasadas y despóticas. Si lo hace, es su problema. Por lo demás, ningún pensador, se llame Marx o Nietzsche, Weil u Ortega, tiene la culpa de los efectos que pueda provocar, que hasta ahora -en mi caso- ha sido aproximadamente ninguno, tanto por la derecha como por la izquierda.