INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y FLACIDEZ SEXUAL

Texto publicado el 7 de marzo de 2023 en Vozpópuli

Casi todo lo que triunfa y se visibiliza procede actualmente de una especie de puesta en limpio. Asistimos a una interminable museificación de los acontecimientos, a rehabilitaciones, derribo de estatuas y cambios de nombre en las calles. Conmemoraciones, cancelaciones y exigencias de petición de perdón. Todo tiende al blanqueo del pasado, a una depuración casi insólita, incluso si nos comparamos con épocas explícitamente victorianas.

¿Se pueden entender las expectativas progresistas en torno a la IA sin este entorno de nueva corrección moral? Por fin parece estar a mano la posibilidad de que hasta la inteligencia, uno de los registros más íntimos del ser humano, sea también blanqueada, depurada de sombras afectivas y oscuros prejuicios; de claroscuros natales, parciales y subjetivos. La nueva normalidad supone también una nueva objetividad. Esta oferta de limpieza es a todas luces demasiado apetitosa para ser fácilmente rechazada. En tal sentido, la especulación social en torno a la IA parece correr en paralelo a las expectativas de una personalización democrática del poder, una dispersión de la gobernanza, al fin gestionada por un individuo autosuficiente.

Esto a la vez que también crece una estatalización intensa. Es imposible separar a la IA, aquí y en China, de un intervencionismo estatal inusitado. Por lo mismo, de una intensificación del secretismo privado, que busca veredas sumergidas de escape. No hay avance sin pérdida. Por la antigua ley de acción y reacción, la transparencia lograda aquí producirá nuevas formas de opacidad allá, también de corrupción y delito. Dios ha muerto, pero porque todos debemos ejercer de dioses. Si el prójimo es hoy en día tan vanidoso y enigmático es para compensar un poder social que se ha vuelto invasivo. Lo que el Estado digital nos quita con una mano, una independencia personal que antes parecía irrenunciable, intentamos hoy compensarlo con la otra, concediéndonos una libertad de expresión y una regodeo en la rareza que no deben sentirse culpables de nada. No es tanto narcisismo, obligado a actuar para los otros, como un autismo ruidosamente conectado.

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ESTE TEMOR A PARARNOS. Un encuentro con el escritor Edgar Borges

1.Ya en el siglo XIX Gustave Flaubert estaba obsesionado con el avance de la estupidez. Tanto, que intentó hacer un monumental diccionario sobre el tema. ¿Crees que en el siglo XXI la estupidez se desbordó, hasta el extremo de ser epidemia?

La estupidez siempre ha sido una epidemia necesaria. Voy a romper una lanza a su favor. Para empezar, tampoco los elegidos somos tan listos. Hay que ser estúpido, y Flaubert también lo era. Quiero decir que, al menos con un hemisferio cerebral, es necesario siempre trazar unos límites fuera de los cuales no se entiende nada y estamos al borde de la intransigencia o el ridículo. El «avance» de la estupidez es en cierto modo un espejismo, pues todas las épocas -no solo en una sociedad tan normalizada como esta- tienen sus pautas masivas y un sistema de protección contra lo desconocido. Una sociedad es una mitología, una empalizada de defensa frente a la bestia del pantano. Y siempre hay bestias. En ese sentido, al menos con un pie, todo el mundo -no menos el príncipe que el mendigo- ha de adaptarse y fingir ser imbécil. Sin mentira colectiva no se puede sobrevivir. Es necesario por tanto infiltrarse en ella, ser agentes dobles, si queremos lograr algo en cualquier mundo posible. No es tanto el avance de la estupidez lo que debe preocuparnos, sino el retroceso de nuestras armas frente a ella, la crisis de una agilidad para fingir y lograr en la superficie de la infamia pequeños cambios. La gente parece idiota, y lo es, también en muchas de las supuestas excepciones que adoramos. Pero no hay que olvidar que la humanidad, también en sus ejemplares más bobos, tiene miedo. Así pues, hasta cierto punto los humanos estamos a la espera, mintiendo. El problema es encontrar el lenguaje para intervenir, una puesta en escena que deje señales, pequeñas huellas para una vuelta, para una inversión. Sea como sea el momento, siempre hay que tener algo de actor y algo de payaso para lograr parecer uno más y, a la vez, producir algún efecto mutante. De acuerdo en que es necesario despertar, resucitando al extraterrestre que llevamos dentro, pero es una batalla lenta para la que necesitamos tiempo. Diría que toda una vida.

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ELOGIO DE LA VIOLENCIA INTELECTUAL

Texto publicado el 26 de enero de 2023 en Vozpópuli

Leer no es sexy, es peligroso. En este punto tiene razón nuestra policía política inconsciente. Leer exige entrar en otro tiempo, atreverse a interrumpir el estrés ruidoso que nos salva del vacío y quedarse a solas, en una suspensión del sentido colectivo. Es atreverse a que «no pase nada», quizá para que ocurra algo en nosotros que habíamos aplazado. Si nuestro mundo marcha tan deprisa es porque teme lo que podría ocurrir en los pocos segundos que le concedamos al «tiempo muerto». Tal vez la lectura es dejar hablar, a través de alguien que también se ha parado, a un tiempo sin dueño ni definición. Y trabajar sobre ello, subrayando las líneas de un sentido imprevisto.

Releer, volver atrás, cavilar, saborear el timbre de las palabras. Quizá un libro que no hay que releer tampoco vale la pena leerlo una sola vez. Mala cosa, si nos ha ayudado a vivir y a entender de otro modo el pasado y sus pecados, que un libro no se aprenda casi de memoria.

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ALMAS TALLADAS

Texto publicado el 8 de enero de 2023 en Vozpópuli

«Amigues míes, estoy llene de alegría». Dysphoria mundi, Paul B. Preciado

A pesar de ser larguísimo, y de repetirse más que la cebolla, hay que reconocer que el libro de Preciado apenas tiene desperdicio. Conviene hojearlo, aun con cierta fatiga, para conocer al detalle el tipo de amenaza normativa que se cierne sobre los habitantes del llamado primer mundo. Preciado se propone hacer mutante, más sutil y eficaz, una vieja internacional del odio. En cierto modo lo consigue, de la manera más correcta posible. Tal vez es esta una de las razones por las que un conocido diario estadounidense, también la adorada J. Butler, lo declaran uno de los más importantes filósofos de la actualidad. Por su complicidad íntima con el tipo de coacciones que van a estar de moda durante mucho tiempo, como alternativa a la rancia opresión heteropatriarcal de ayer, estamos ante un auténtico best seller político. Conviene entrar en él para conocer por dónde vendrán algunos de los disparos que nos buscarán como diana.

No hay por qué negar que el Dysphoria mundi puede despertar en los más radicales hijos de Occidente, lectores de Debord, Foucault y Tiqqun, la ilusión de una revolución todavía pendiente, el cambio que le daría una última forma posible a la vieja aspiración ilustrada de evitar un universo humillado por la economía y el espectáculo. Es en realidad una ilusión funesta, pues nos obstaculiza perseverar en la posibilidad humana de atreverse por fin a existir, sin muchas esperanzas pero también sin miedo. Pero es una ilusión que Preciado despliega con una muy actualizada inteligencia. ¿Por qué atender a unas minorías que, con respaldo estatal, prometen prolongar con estilo «microfísico» el abuso que el estado ejerce sobre nosotros? Precisamente por eso, porque encarnan la violencia correcta que viene.

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