MANIFIESTO CONSPIRACIONISTA (Pepitas de calabaza) «Sea educado. Sea profesional. Esté dispuesto a matar»

A pesar de la debilidad mental que aqueja desde hace décadas a las naciones históricas de Occidente (el predomino cultural estadounidense algo tendrá que ver con esto), algún día ocurrirá con Julien Coupat, que no tiene nada que ver con el libro que comentamos, lo que en su día ocurrió con Guy Debord. Después de perseguirlo, hostigarlo e injuriarlo durante décadas, el Estado Francés impidió hace quince años que la Universidad de Yale comprara a sus herederos el archivo del anticapitalista Debord declarándolo Tesoro Nacional y añadiendo que pertenecía al patrimonio cultural de Francia y a la «historia del pensamiento». Les hago una apuesta. A lo mejor hay que esperar a que se muera el perro para que se acabe la sarna, pero algún día ocurrirá con este libro, y con alguno de sus autores clandestinos, que llegarán a formar parte oficial de la titubeante historia del pensamiento occidental.

Be water. No cabe criticar a la Inteligencia Artificial por sus defectos provisionales, sino por su ideal ariodigital de perfección. En otras palabras, por su voluntad planetaria de segregación, buscando un apartheid portátil, sin muros ni alambradas. La intención política de este Manifiesto es mostrar que el fin de la Inteligencia Artificial es operativo, es decir, económico y militar, encauzado a un estricto control estatal de las poblaciones. «Los principios seguirán estando ahí, como lo han estado en el pasado, pero ya solo existirán para ser invocados en la teoría y violados constantemente en la práctica». Es tal la inteligencia natural de este libro, a la hora de pensar qué hay detrás de la actual digitalización forzosa de las poblaciones, que uno estaría tentado de proclamar el clásico: Absténgase los tibios. Pero no, no sería justo. El caudal de información anómala y escondida, que este libro sirve acerca de la secta tecnocrática que nos sodomiza, es de tal calibre que incluso los ingenuos, que no compartirán en absoluto la rabia subversiva de este libro, pueden encontrar en él un capital valiosísimo para su información, para actualizar las novedades con las que entretienen sus encuentros culturales.

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INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y FLACIDEZ SEXUAL

Texto publicado el 7 de marzo de 2023 en Vozpópuli

Casi todo lo que triunfa y se visibiliza procede actualmente de una especie de puesta en limpio. Asistimos a una interminable museificación de los acontecimientos, a rehabilitaciones, derribo de estatuas y cambios de nombre en las calles. Conmemoraciones, cancelaciones y exigencias de petición de perdón. Todo tiende al blanqueo del pasado, a una depuración casi insólita, incluso si nos comparamos con épocas explícitamente victorianas.

¿Se pueden entender las expectativas progresistas en torno a la IA sin este entorno de nueva corrección moral? Por fin parece estar a mano la posibilidad de que hasta la inteligencia, uno de los registros más íntimos del ser humano, sea también blanqueada, depurada de sombras afectivas y oscuros prejuicios; de claroscuros natales, parciales y subjetivos. La nueva normalidad supone también una nueva objetividad. Esta oferta de limpieza es a todas luces demasiado apetitosa para ser fácilmente rechazada. En tal sentido, la especulación social en torno a la IA parece correr en paralelo a las expectativas de una personalización democrática del poder, una dispersión de la gobernanza, al fin gestionada por un individuo autosuficiente.

Esto a la vez que también crece una estatalización intensa. Es imposible separar a la IA, aquí y en China, de un intervencionismo estatal inusitado. Por lo mismo, de una intensificación del secretismo privado, que busca veredas sumergidas de escape. No hay avance sin pérdida. Por la antigua ley de acción y reacción, la transparencia lograda aquí producirá nuevas formas de opacidad allá, también de corrupción y delito. Dios ha muerto, pero porque todos debemos ejercer de dioses. Si el prójimo es hoy en día tan vanidoso y enigmático es para compensar un poder social que se ha vuelto invasivo. Lo que el Estado digital nos quita con una mano, una independencia personal que antes parecía irrenunciable, intentamos hoy compensarlo con la otra, concediéndonos una libertad de expresión y una regodeo en la rareza que no deben sentirse culpables de nada. No es tanto narcisismo, obligado a actuar para los otros, como un autismo ruidosamente conectado.

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ESTE TEMOR A PARARNOS. Un encuentro con el escritor Edgar Borges

1.Ya en el siglo XIX Gustave Flaubert estaba obsesionado con el avance de la estupidez. Tanto, que intentó hacer un monumental diccionario sobre el tema. ¿Crees que en el siglo XXI la estupidez se desbordó, hasta el extremo de ser epidemia?

La estupidez siempre ha sido una epidemia necesaria. Voy a romper una lanza a su favor. Para empezar, tampoco los elegidos somos tan listos. Hay que ser estúpido, y Flaubert también lo era. Quiero decir que, al menos con un hemisferio cerebral, es necesario siempre trazar unos límites fuera de los cuales no se entiende nada y estamos al borde de la intransigencia o el ridículo. El «avance» de la estupidez es en cierto modo un espejismo, pues todas las épocas -no solo en una sociedad tan normalizada como esta- tienen sus pautas masivas y un sistema de protección contra lo desconocido. Una sociedad es una mitología, una empalizada de defensa frente a la bestia del pantano. Y siempre hay bestias. En ese sentido, al menos con un pie, todo el mundo -no menos el príncipe que el mendigo- ha de adaptarse y fingir ser imbécil. Sin mentira colectiva no se puede sobrevivir. Es necesario por tanto infiltrarse en ella, ser agentes dobles, si queremos lograr algo en cualquier mundo posible. No es tanto el avance de la estupidez lo que debe preocuparnos, sino el retroceso de nuestras armas frente a ella, la crisis de una agilidad para fingir y lograr en la superficie de la infamia pequeños cambios. La gente parece idiota, y lo es, también en muchas de las supuestas excepciones que adoramos. Pero no hay que olvidar que la humanidad, también en sus ejemplares más bobos, tiene miedo. Así pues, hasta cierto punto los humanos estamos a la espera, mintiendo. El problema es encontrar el lenguaje para intervenir, una puesta en escena que deje señales, pequeñas huellas para una vuelta, para una inversión. Sea como sea el momento, siempre hay que tener algo de actor y algo de payaso para lograr parecer uno más y, a la vez, producir algún efecto mutante. De acuerdo en que es necesario despertar, resucitando al extraterrestre que llevamos dentro, pero es una batalla lenta para la que necesitamos tiempo. Diría que toda una vida.

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AFTERSUN (Charlotte Wells, 2022)

Es significativo el papel del boca a boca en unos tiempos donde los grandes medios acaparan la imbecilidad global. Te hablan bien de una película. Vas. Comienza entonces algo lento y quebradizo, donde parece que no puede pasar nada. Piensas: «Ah, ya me la sé». Y no, afortunadamente no es así. Conforme avanza la cinta, gota a gota, cierta tristeza te va sobrecogiendo. Nunca subestimemos el poder de lo nimio y los detalles. Wells entra en ellos y saca joyas intangibles.

Tenemos todo tipo de cremas para ocultarnos, también del sol. No las hay todavía para protegerse de la vida, pero sin duda nos está matando un tipo de sobreprotección que rechaza las grietas. No es de descartar que a Calum, uno de los dos protagonistas de esta historia sin argumento, le falte, en su melancólica indefensión, algún trauma que le hubiera rehecho a la «normalidad», a la capacidad de mentir en la ficción social compartida. Si es una obligación moral de los tímidos -y padre e hija lo son- estar armados y ser temibles, con solo once años Sophie parece más valiente y madura que su padre.

Calum es tan cordial como enigmático. Difícil no quererle. No porque presintamos que ha desaparecido en la bruma del tiempo, sino porque -en pleno mediodía de unas vacaciones turcas- él es la desaparición encarnada, con los bellos ojos dubitativos de los perdedores. Por lo que sufre en silencio, hasta le perdonamos -igual que hace su hija- que la deje sola en la escena inolvidable del karaoke, y que la abandone después la noche entera. Esta escena es quizá de las más impactantes, donde la cobardía de él queda a flor de piel y donde ella, con la voz quebrada y desafinada, sostiene la letra de una canción que lo dice todo. No se entiende, sin embargo, por qué el actor que hace de padre, Paul Mescal, es la celebrada estrella de este largometraje. Su hija Sophie, Frankie Cotio, resulta adorable con sus bromas y sus caritas de hámster, su silencio observador y alguna imponente frase metafísica.

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