la ausencia necesaria

¿Existen acróbatas de la inmovilidad? Es posible que, allí donde esté, el artista -epítome del hombre cualquiera- permanezca en perpetuo tránsito. Aunque parezca inmóvil, un viaje interminable se puede concentrar en él, vibrando en un solo punto. Esto emparentaría a algunos de nuestros modernos con el brujo de la antigua tribu, que también estaba embarcado en metamorfosis y trances in situ, aunque parezca distraído y ocupado en tareas intrascendentes.

 

Juan Carlos Meana nos narra en La ausencia necesaria las estaciones de un viaje a los bordes de Europa, a una Bulgaria donde la tierra todavía humea. No es solo que subsistan en esa esquina del orbe ecos de viejos conflictos, sino que la realidad, todavía no numerada por la furiosa voluntad de control que marca nuestro nivel de vida, humea con un aura de lejanía. La historia occidental sepulta en los sótanos todo lo que sea pasado, indefinición y ruina. En otros lugares, apartados de la alta velocidad del desarrollo, la lentitud fulgurante de una inmediatez sensitiva puede permanecer todavía en primer plano.

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