Estrategias fetales

Intentamos analizar un genérico de distribución masiva, idolatrado por todas partes. Se trata de una media algebraica juvenil que no existe exactamente en ningún cuerpo ni en ningún estadio determinado. Desde luego, no en el hombre de carne y hueso que, joven o no, siempre permanece abierto a potencias de las que poco sabe. Acaso esta juventud es solo un peligro tendencial en todos nosotros, conviviendo a la vez con tendencias contrapuestas. Sería entonces, solamente, un peligro que exageramos para intentar definirlo.

Cada edad, no hace falta decirlo, tiene su tontería, unas taras que se curan o se pudren con el tiempo. La infancia, junto a su percepción anómala y una inocencia que habría que proteger, se arma de un despotismo del que más vale defenderse. La juventud, junto a sus sueños comunitarios y su generosa rabia contra la hipocresía mundo, siempre ha padecido un sectarismo injusto, cierta apresurada soberbia. Asociada al peso de su experiencia, pero también al de la sociedad civil y el Estado, la madurez camina -aunque en Elogio del amor Godard sea más optimista- cerca de una creciente reserva, una prudencia a veces miserable. Por su parte la vejez, junto a su generosidad afable y curiosa, a una ocasional probidad y un humor desenvueltos, mantendría el natural egoísmo de la despedida, la amargura de los que decaen. Entre todas las edades del hombre, tal vez la ancianidad es la que no tiene ninguna tara, aparte del pecado mortal de una memoria que nos recuerda el ser lento que somos. ¿Es por esta razón por la que hoy los abandonamos?

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