ejecuciones de tarifa plana

Después de un largo encarnizamiento, la muerte de Rita Barberá no era tan inesperada. Lo que ocurre es que, en una buena cacería, nunca se mira a los ojos de la presa: se apunta únicamente a su silueta. Por eso los mismos medios que tensaron la soga hasta el límite pueden participar enseguida en los consabidos homenajes lacrimógenos. La sociedad de la información es así: carece completamente de memoria y, por tanto, del más mínimo complejo de culpa.

 

Porque además no debemos olvidar que lo que llamamos sociedad global se asienta en un sectarismo imbécil. Si el otro no es de los nuestros, si además carece de cobertura en el poder de las puertas giratorias y, por encima, su popularidad decadente garantiza un pico en el índice de audiencia, la impunidad de la agresión está servida.

 

Toda sociedad, llegó a escribir Freud, se edifica sobre un crimen cometido en común. Ninguna sociedad deja de ser potencialmente brutal, siempre necesitada de demonios a los que sacrificar impunemente. Además, si no hubiera enemigos a los que perseguir -lo de menos es que sean judíos o musulmanes- ¿cómo justificar hoy nuestra necesidad urgente de cohesión social, que debe permitir que ya no se sienta la tierra, ninguna común condición mortal?

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