Ayer hablé con un amigo que está en tránsito. Sentí en Antonio, ahora Pilar, lo mismo de siempre, un parecido humor amargo, similar sufrimiento y hasta un timbre de voz familiar, aunque afinado «en femenino» por la ingestión de hormonas. Si todo va bien, y es de desear que así sea, Pilar acabará alcanzando una nueva y cálida comunidad humana. Será pronto el ser humano de siempre, con semejantes dudas, parecida angustia y similar humor, entre jovial y negro. Algún día morirá, como todos nosotros. Es un deber moral amar su eternidad mortal, su modo de ser, su manera manantial.
1. Al margen de la piedad obligada hacia todos los seres que sufren, es difícil no vincular la mercadotecnia del cuerpo «trans», de cuya fobia podemos hoy acusar a cualquiera que argumente valores morales de reserva, con nuestra vocación contemporánea de liquidar todo lo que sea referencia natural, herencia natal. Se dijo ya hace tiempo que la nuestra es una cultura del tránsito y el desarraigo, del aplazamiento perpetuo y la deconstrucción de cualquier intensidad real. Este es el motivo de fondo de la posverdad y la deconstrucción: el complot gregario contra lo «asocial», lo impolítico que late en la vida de los cuerpos.