Querido G.,

Debes perder todo cuidado en que tu carta me ofenda. No solo porque fui yo quien te pedí tu opinión, no solo porque además tu pretendida dureza la expresas con el cuidado explícito de no ofender. También, perdona que te lo diga así, porque lo que ahí argumentas ni siquiera araña a lo que en ese texto, agresivo y crepuscular como pocos he hecho, se defiende. Sí, se defiende, afirmándose «en positivo» como pocas veces. Afirmación en la que, un poco para mi sorpresa, no entras en absoluto.

Todo mi texto, más todavía que otros, está recorrido por la voluntad de vivir sin doctrina, de manera no alineada, como única forma de habitar la tierra junto a una humanidad desconocida que solo podemos amar. Mis diatribas contra Kant, que tanto debieron alegrar a los pocos burócratas de la Universidad que me leen, lo son contra un modo de elevación ilustrada que nos aleja de una imprescindible minoría de edad, del atraso de una humanidad que (para seguir siendo humana) debe permanecer con las manos vacías.

Al ignorar esa vena afirmativa, tu carta podría ser (pero no lo es) una preocupante confirmación de mis más negros pronósticos acerca de la capacidad de comprensión, investigación creativa o búsqueda de una élite intelectual que hace décadas que no toca el sucio suelo de la soledad común, absorta como está en la religión laica de su torre progresista. Por eso tal élite apenas sabe nada, ni entiende nada, fuera del mantra dogmático de su aburrido sectarismo.

A riesgo de repetirme, intentaré contestar algo de tu correo, que creo que merece respuesta. A decir verdad, querido G., no sé muy bien qué texto has leído. Te dedicas, muy ofendido, a andarte por las ramas y a resaltar los párrafos más faltones de esa Crónica de una depresión anunciada («mamporreros», preciosa palabra que reivindico), pero sin entrar para nada en esa tensión violentamente afirmativa, desde un primer párrafo (antes del I, II…) que ignoras olímpicamente. Tensión cuyo tono afirmativo se multiplica en todos los apartados. Con sus defectos, mi texto es tan prolijo en afirmaciones como en ironías críticas.

Es cierto que podía haber cuidado un poco más el lenguaje, pero tampoco era necesario. ¿Para qué? Estoy harto de andarme a medias tintas con mi medio, al cual considero casi lo peor de eso que con cierta inercia todavía llamamos capitalismo, como si fuera cosa de otros, esos malvados neoliberales cuya corrupción conspira contra nosotros.

Mientras no haya un progresismo que consiga volver a tomar en serio lo trágico, lo irremediable de lo real, la izquierda (aunque sea «lacaniana») no será más que el ala alternativa de este genocidio a cámara lenta que llamamos cuidadosamente neoliberalismo. Intento pormenorizar algo de esta internacional del odio, que ignora todo lo que sea humanidad ahistórica, en esa Crónica que leíste con tan poco detalle.

Nacido para un balance de los últimos veinticinco años (Cruce se fundó en 1993), mi crónica es necesariamente agresiva con el estamento universitario español porque antes y durante es osada en una reivindicación de lo real (sea de la mano de Nietzsche, Agamben, Leibniz, el Comité invisible o Lacan) frente al cual la nomenklatura intelectual española, patéticamente vicaria de mandarines exteriores de segunda mano, no representa más que un cerrado complot. Lo de Barea (a quien, con un sectarismo tradicional, odiáis sin haber leído) es lo de menos, querido. Lo peor es la legión de pensadoras y pensadores muy distintos que ignoráis. Y sin embargo en esa Crónica se reivindican, todos ellos (también otro Foucault), fieles a lo «desconocido sin amigos» que es el núcleo de un ab-soluto que siempre vuelve.

Dije hace treinta años, al llegar a Madrid, que el caciquismo rural gallego es un juego de niños frente al caciquismo cultural madrileño, erigido (con los «santos» laicos que tenga a mano) contra el afuera desde el cual podría surgir algo distinto. Algo que sería tal vez una amenaza para la miserable exclusiva que el progresismo oficial (de Prisa a Podemos, aunque ya sé que a su vez se odian) pretende de la vanguardia histórica y el saber.

No sé, dicho sea de paso, si nuestro común amigo Alemán podría hablar con el tono que tú lo haces, ofendido gremialmente en nombre de un gremio que (por muy freudiano que se pretenda) se limita a repetir el sota-caballo-rey de la ideología hegemónica. Y ello al amparo de una izquierda que hace mucho tiempo es alma del sistema, mientras la derecha pone las armas.

También, sin ápice de acritud, tendría que decirte otra cosa. Para nada critico masivamente algo de lo cual me considero a salvo. Todo lo contrario. Primero, no solo no hablo de mí, sino que lo hago desde un absoluto impersonal que nos implica a todos, por narcisistas que seamos. Como sé que estoy hasta las cejas en lo que ahí quiero denunciar, y he participado en ello año tras año, me permito el lujo finalmente de hablar sin tapujos. Además, no tengo mucho que perder. Hace mucho tiempo que el medio universitario, mayoritariamente, me ignora o ningunea por costumbre. Hace tiempo que soy demasiado raro para encarnar un papel útil en los sutiles juegos de trilero que se necesitan para mantener el prestigio del saber en una Universidad que hace décadas que vive de rentas, llámense «Kant», «Foucault» o Žižek.

Permíteme que hable en plural. Con o sin Freud, vuestro canon ilustrado es tan doctrinario que tú mismo, recuerda, hasta hace poco ponías en duda la verosimilitud de mi viaje a la montaña. Tal vez porque no puedes ni concebir que alguien como yo («de derechas, pero que no lo sabe», según las simpáticas palabras excluyentes de Ch.) aborrezca hasta tal punto la mierda compacta que habéis reunido derecha e izquierda, eso que piadosamente llamáis neoliberalismo, como para desear echar a correr.

¿Sabes que dijo hace cuatro o cinco años un amigo de El País ante un texto mío que adelantaba algo (llevo años en eso) de lo que después dice Barea sobre el auto-odio hispano? «Tu artículo está muy bien, Ignacio, pero tiene un problema: no habla desde ninguna tribu ni habla para ninguna tribu». Éste es un problema muy hispano, el particularismo (Orgeta) imbécil, el retiro provinciano que nos permite agachar la cabeza bajo la arena.

¿Particularismo? Pura y simple cobardía, política y ontológica. Hipocondríaco complejo de culpa y dimisión de cualquier ambición mundial. «Nada que celebrar», dice el profesor Iglesias ayudando a todos los enemigos de esta nación. Éste es nuestro separatismo nacional, muy anterior al vasco o catalán. Esta sumisión ontológica y política, plagada de «hispanistas» que se ocupan de nuestra historia, le encanta al poder norteño que hace dos siglos nos sodomiza, aunque últimamente nos haya convertido en una encantadora excepción turística.

Creo que en tu caso te traiciona, además de una (hasta cierto punto) lógica solidaridad con un gremio que ha gozado hasta ayer de amplios privilegios, una lectura excesivamente ilustrada de Freud. Pero hay otros Freud, lo sabes, no sólo el que asoma en Lacan. Esa sólida formación eurocéntrica te impide captar el hilo de lo que algunos defendemos, antes, por en medio y después de todos los ataques. En este punto uno estaría más cerca de la ironía impolítica de Lacan que de esta policial ideologización que tiene atrapados a demasiados amigos.

Ideología que, finalmente, es un producto subsidiario de la religión, aunque sin la amplia cosmovisión de ésta. Ideología que dispara sus alarmas, no con Barea, sino mucho antes, con lo que hay de impolítico (de ahistórico) en Agamben, Foucault o Deleuze. Eso os impide leer, perdona de nuevo el plural, todo lo que no entre en la cuadrícula de la obsesión políticamente hegemónica del progresismo, única ideología (que no necesita ni una sola idea) de una sociedad internacional que debe flotar sobre la tierra y las culturas atrasadas.

Una pena en tu caso, querido, viniendo de un caballero como tú, y digo esto sin ninguna ironía. El Señor que todo lo entiende, no yo, ha querido que el mismo hombre encantador que nos acoge cálidamente en Cantabria saque las uñas ante un supuesto ataque que para nada tenía que estar dirigido contra él. Todo lo contrario, es a él a quien se le pide opinión sobre un largo recorrido que, al parecer, ha levantado ampollas. Y entonces ocurre que mi amigo se pone del lado sindical de los ofendidos y se cierra también él en banda. Cosas veredes.

Neoliberalismo, dices, como explicación mágica de todo los males. No, gracias. Eso sería volver a poner el mal en el tejado de los Otros, mientras nosotros (los que leemos a Foucault para violarlo) nos vamos «de rositas», como si fuéramos las víctimas de este horrible orden social del cual otros son responsables. Nuestra liberalismo existencial, transideológico, no atiende para nada a la infraestructura ontológica de eso que llamáis (perdona otra vez el plural) neoliberalismo, pues su base no es «económica», sino ideológica, una ideología inglesa (fíjate en mi texto) del cual el bestseller llamado Marx ha sido un funesto responsable. Hasta el punto de parecer haber convertido el espíritu del capitalismo en eterno, de paso que abarca el arco parlamentario entero, del pijo Iglesias al paleto Rivera.

Para terminar. Mi texto no es tan caótico, masivo o indiscriminado. No arremeto contra la filosofía del pasado (salvo Marx y, de otro modo, Kant), sino contra esta filosofía de sexenio que no sabe nada ni busca nada más que mantener sus miserables puestos. No arremeto contra el Cruce del pasado, Dios lo tenga en su gloria (junto con Sandra), sino contra esta prolongación patética que solo ha convertido, salvo excepciones, la pereza en programa. Mientras, de paso, nombro a cien autores que indican que el presente es otra cosa, que hay en él otra posibilidad.

En fin, no pasa nada, querido. Me ha gustado leerte, aunque te esperaba más sutil y comprensivo, y me ha gustado que me obligaras a contestarte. Es más (je), podría aprovechar esta carta para un segundo envío del mismo texto con un pequeño prólogo explicativo.

Te envío en venganza otro texto actual, no menos agresivo que el otro ni menos afirmativo, aunque volcado en distintos campos: Compasión programada, crueldad organizada. Tampoco te gustará, me temo. Pero nuestra amistad siempre se ha alimentado tanto de convergencias como de las divergencias. Todo ello teñido, igual que con Ch., de afecto y sentido del humor. Tal vez esto, y otras cosas, no habla nada mal de nosotros y de la relación que nos une.

Estaré en Madrid del 7 al 11 (me voy con J. el 12). A ver si conseguimos vernos y reírnos un rato, también de lo que no tiene fácil remedio. Un abrazo fuerte, a los dos, y hasta pronto,

Ignacio

Madrid, 31 de diciembre de 2019