Presentación del libro Antropofobia (de Ignacio Castro Rey), por Juan Manuel de Prada y el autor.

Juan Manuel de Prada e Ignacio Castro Rey presentan el libro Antropofobia (Pre-Textos) en la librería Enclave de Madrid. 17 de Abril de 2024.


Antropofobia. Inteligencia artificial y crueldad calculada Ignacio Castro Rey

INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y CRUELDAD CALCULADA (Preguntas de Emilia Lanzas para ¡Zas! Madrid)

1. Intuición e instinto como dimensión de lo humano son conceptos sustanciales que recorren tu libro Antropofobia. Inteligencia artificial y crueldad calculada. Pero ambas conductas, afirmas, son una creación ex nihilo y, por tanto, irreproducibles, fuera de cualquier programación tecnológica. La operatividad de las máquinas, por muy avanzadas y sofisticadas que sean, sin estos y otros atributos, ¿siempre será una lerda semblanza humana?

Así lo creo. La singularidad de cada ser, cuerpo y mente a la vez, es irreproducible. Y lo es porque un cuerpo, humano o no, no es un organismo autógeno, como el individualismo capitalista nos ha hecho creer, sino un modo de participar en la indeterminación exterior. La inteligencia surge del «asombro» (Aristóteles) ante una exterioridad que nos inquieta. El intelecto nace del roce con lo otro: para «resolver problemas», según se suele decir. Necesitamos entrenarnos en una alteridad que nos recorre, incluso interiormente, pues nunca sabes muy bien qué eres. La mejor dotación cerebral heredada se atrofia si hace una vida plana y no sale de su zona de confort. El hambre agudiza el ingenio. Si fuéramos dioses no tendríamos nada que pensar. No lo somos, estamos rozados por el misterio de la finitud. De ahí surge el pensamiento, para ahondar en la dificultad de un origen no elegido y lograr darle forma, darle palabras para aceptarlo. Desde esta presión de la existencia, que compartimos con otros seres, la intuición y el instinto son un salto cognitivo repentino que nos permite ver, crear algo que aún no estaba admitido. Lejos de esta escandalosa verdad común, que admite una enormidad en cada ser, la ideología fuerte de la IA parte de una concepción insular del individuo y una noción acumulativa del intelecto. Según ella, la velocidad combinatoria es la característica más sobresaliente de un humano que parte de una tabula rasa, desde cero. Fijémonos en que se trata otra vez del tradicional esquema neoliberal que vincula un aislamiento inicial y una conexión posterior. Es un esquema elitista y completamente ingenuo, pues ningún ser nace aislado, sin el alma de una multitud dentro. El resultado de esta ideología, ¿cómo no iba a ser una caricatura de lo humano?

2. Pero entonces, ¿de dónde procede la enorme expectación en torno a la IA?

De la antropofobia, la aversión al enigma de existir y la esperanza de acabar con una singularidad que impone respeto y levanta límites a la dominación. No ataco la necesidad de herramientas fabulosas, sólo la ideología supremacista con la que están asociadas. El aparente optimismo digital se alimenta de un fúnebre pesimismo, terrenal y comunitario. La cultura humana brota de la enorme naturaleza «inhumana» que alienta en cada uno de nosotros. La persona más inculta del mundo, la menos informada, puede sorprendernos con brotes de inteligencia completamente inesperados. Sobre todo, ante una mentalidad como la nuestra, habituada a manejar códigos normalizados. Incluso la propia historia de la ciencia muestra que el genio humano no depende primeramente de la combinatoria de elementos previos, recibidos de una formación que sirven otros. Como máximo, eso sólo produce buenos profesionales, buenos funcionarios. El ingenio es otra cosa, siempre da un salto. Pero como la mentalidad de la IA es dualista, y parte de una Tierra mecánica e inerte, ignora la fuente sombría de la inteligencia, una desprogramación natal que nos mantiene vivos. Como la singularidad de cada inteligencia es irreproducible, resulta inevitable que las mejores invenciones de la IA sean una torpe semblanza de un cierto tipo de humanos. La palabra «generativa» intenta poner el acento en la creatividad de los nuevos dispositivos, pero el resultado de la inteligencia artificial sólo reproduce modelos empiristas previos. El peso de China, India, Pakistán y otras naciones en el universo hightech indica que la alta definición tecnológica depende de la alta indefinición de vidas, material y anímicamente, muy alejadas del ideal del orden acumulativo y progresivo occidental. De Gödel a Steve Jobs, la biografía de las cabezas visibles de la ciencia y la tecnología insinúa que lo más «alto» se alimenta de sótanos existenciales poco menos que inconfesables.

3. Asimismo, continuando con la idiosincrasia de los individuos y su reproducción tecnológica, apuntas que el peligro de las mejores máquinas está en la ausencia del mal, afirmación que no deja de resultar paradójica…

No hace falta leer a Baudelaire para aceptar que las amapolas surgen de las escombreras. Donde hay una paradoja solemos estar ante una interrogación que habría que investigar, una verdad naciente que nos desorienta. Si se puede decir que la mejor inteligencia artificial es «idiota» es debido a que le falta el temor, la ansiedad y los sueños que están en el más simple de los niños. La ausencia de desorden, sufrimiento y maldad, coloca inevitablemente al más sofisticado ordenador al servicio de otro ser, que ha de tocar la suciedad del suelo y saber del mal. Sólo la concepción insular de una inteligencia limpia y adánica, típica del sueño maniqueo angloamericano, ha podido concebir que el intelecto depende de un progreso acumulativo que deja atrás estadios primitivos. El propio Whitman, que los líderes de la IA no han leído, se reiría de esta ilusión, furiosamente elitista y discriminadora.

4. Afirmas que «el primer problema político y moral de la Inteligencia Artificial (IA) es su uso progresista y democrático… », y añades que «…el último progresismo es cómplice con el genocidio antropológico en marcha». ¿Querrías ampliar estas dos declaraciones?

Claro. La IA no sólo es temible si cae en las manos de esos seres maléficos que pueblan nuestro imaginario de las afueras. Lo que es preocupante en esta mitología redentora es la sustitución que en democracia se pretende hacer con un ser humano que «apesta» cada día más, pues es imperfecto y está lleno de defectos. De ahí la esperanza mesiánica en unos algoritmos limpios y libres de «sesgo» que, acoplados en los cuerpos, nos cambiarían la vida. La vieja ingeniería social de una raza superior se dispersa ahora en una ideología de clase media «para todos», un anhelo digital que promete introducir el antiguo delirio de «elevación» en cada uno de nosotros, logrando un avatar de alma y cuerpo. Todo esta pretensión sería cómica si antes no fuera aberrante, pues su proyecto está ligado a una concepción de la existencia común como algo atrasado, lento y catastrófico. No creo que sea una casualidad que la IA fuerte coincida con las imágenes espantosas que Occidente tiene del exterior, también con la hecatombe y la hambruna inyectadas en Gaza. El nihilismo capitalista necesita una humanidad despreciable para poder creer en la redención post-humana de una nueva élite, separada de la tierra y conectada a nuevo cielo virtual. No sólo la IA tiene un origen militar, también posee en sí misma la función de denigrar a una inteligencia común que el dualismo de la IA nunca ha admitido. Los gurús de la IA no son fascistas, pero su desprecio de la intuición y la inteligencia natural indica hasta qué punto la promesa tecnológica depende del desprecio que el progresismo occidental ejerce sobre las facultades comunes del hombre. Por eso la IA es también inseparable de una ilusión de despegue extraterrestre de la sucia tierra. Desde el prólogo a La condición humana, Hannah Arendt ya lo dijo todo acerca del odio que está incrustado en el sueño tecnológico. Desde él no dejarán de llegar nuevas guerras. La primera, contra las tecnologías silenciosas que todavía duermen en nuestros cuerpos. La metafísica tecnológica del poshumanismo no se merece nuestro miedo, sino una nueva beligerancia, armada con su propia tecnología punta.

5. Otro de los puntales del desarrollo de la high-tech son sus aplicaciones en el arte. Se usan términos como «redefinir el arte», un «arte de vanguardia». Tu opinión es categórica: ¿qué se puede crear que no sea desde la nada y la incertidumbre? ¿Qué puede crear un ingenio que no sabe nada del miedo? Y añades: «La inteligencia tiene su sede en el corazón».

Corazón es una forma de referirse a unos circuitos «reptilianos» del cerebro que son mucho más potentes que los registros meramente operativos, categoriales o combinatorios. Sólo pensamos a fondo lo que antes hemos intuido, sentido y vivido en un desorden de sensaciones. El afán casi animal de salir de un atolladero o una trampa está también detrás del genio personal en los videojuegos, el ajedrez o el Go. En lo que respecta al arte, son irrisorias las pretensiones de sustituir la inventiva personal, que brota de la necesidad de darle forma a algo que duele, por una formación tecnológica «superior». Tales pretensiones puritanas son propias del supremacismo norteño, aunque últimamente estén maquilladas con aromas del sur. Toda la gente que está obsesionada con una singularity que debería romper con la comunidad humana anterior sabe muy poco de la vanguardia contemporánea del arte, ni de Rothko ni de Sokurov. Probablemente tampoco sabe mucho de sus propias madres. La ideología poshumana ignora un arte que ha usado muy distintas tecnologías corporales para resolver el espectro real siempre latente. Los mejores programas están entrenados con nuestra experiencia, a veces clandestinamente y sin pedirnos permiso. Aún así, dado que les falta una relación viva con la potencia mortal, su combinatoria sólo logrará reproducir una ilusión mediocre. Nos pasamos el día imitando modelos juveniles. Esto explica el aburrimiento que caracteriza a la vida urbana occidental, necesitada continuamente de espectáculos obscenos para sentir emociones. La pornografía, metida hoy hasta en la sopa, es la cara oculta -no tan oculta- de la transparencia tecnológica. Nada que sea fácil, fluido y transparente es capaz de entender el laberinto terrenal. Sólo lo arrasa, como estamos viendo en los bosques y tantos territorios antropológicos. Si hay todavía una revolución tecnológica pendiente, estriba en intentar entender una existencia misteriosa. Eso es lo que hacen artistas como Bill Viola.

6. Se está realizando una fortísima inversión en capital (dotaciones millonarias públicas y privadas) y una gran divulgación y propaganda (todos a una: políticos, empresarios, periodistas, intelectuales, científicos) en aras de lo positivo que entraña la revolución tecnológica. Como indicas, esta expectación obedece a una clara estrategia marcada, y no precisamente inocente. ¿Cuál crees que es la preponderante finalidad de la IA y de todo el desarrollo tecnológico?: ¿El conductismo de las masas?, ¿La obediencia sin fisuras que, como dices, pronosticaron Kafka y Aldous Huxley?

Me temo que las peores sospechas son legítimas. Como siempre en los dos últimos siglos de Occidente, se trata de darle otra vuelta de tuerca al retiro de la humanidad elegida, la del «primer mundo», a un limbo virtual desde donde pueda dirigir una nueva solución final que acabe con una humanidad que es inteligente desde la profundidad de sus sentimientos. La IA se presenta como el sueño de una vieja libertad llevado por fin a la intimidad humana y al alcance de cualquiera. La realidad es que coincide con una obediencia pasmosa de la humanidad desarrollada al circuito cerrado, en bucle, en que se mueve la humanidad de las redes sociales. Somos más libres que nunca, se dice, pero lo cierto es que vamos a los mismos sitios y consumimos las mismas marcas, en cuanto a las noticias y en cuanto los ideales. ¿Será casualidad? Pruebe a encontrar en el mundo tecnológico una opinión sobre las cuestiones de género, sobre Rusia o los musulmanes que sea realmente distinta. Es intento imposible, enseguida tachado de negacionista. La liberalidad del universo tecnológico es falsa, pues este nació asociado a un conductismo masivo.

7. Igualmente, apuntas, son máquinas creadas desde una concepción pragmática y capitalista que, sin embargo, no podrían haberse dado si no existiera una determinada sociedad dispuesta a entronizarlas. ¿Qué nos caracteriza actualmente, en qué nos hemos convertido?

Tal vez no hemos prestado suficiente atención a la ciencia ficción. Reparemos en el aspecto y los gestos de la gente urbana que nos rodea, sea en el transporte, en la calle o en el trabajo. Nos hemos convertido en seres inescrutables. Sin ninguna clase de espontaneidad, todo en la humanidad desarrollada es estrategia de visibilidad. Las intenciones reales permanecen en la sombra, por eso nos llevamos tantas sorpresas. Casi todas las películas de terror, un género triunfal, tienen relación con un ser humano que actúa como nosotros, pero al que no conocemos en absoluto. En cierto modo se podría decir que el poshumanismo de la IA llega tarde, pues la mutación del material humano ya se había producido. La humanidad que admira a la IA, antes ya había roto con sus padres. Hoy no es fácil siquiera conocer a nuestros hijos, a nuestros hermanos. En este punto, como en tantos otros, no parece exagerado decir que, en nombre de un Occidente «global», el norte ha violado al sur. Le ha hecho hijos bastardos en las generaciones mutantes que vienen. Esto podría parecer rencoroso. Realmente, no lo es. Creo que es urgente una alianza de la energía primordial de la juventud con una anciana ironía que sigue ahí, a la espera. Veo más probable esa alianza en los países que consideramos «atrasados» que en las naciones altaneras de la primera fila, en la tecnología de la seguridad democrática y la solidaridad aséptica que llamamos «derechos humanos».

8. La más primigenia barbarie convive con la aséptica y, en apariencia, benefactora IA. Sin embargo, hay puntos en donde ambas se unen, como en la cita que recoges del historiador israelí Yuval Noah Harari —al que denominas como uno de los profetas de lo tecnológico — contenida en su libro 21 lecciones para el siglo XXI, que creo importante que comentes por su tremendo pronóstico: «Lo que los palestinos están viviendo hoy en día en Cisjordania podría ser simplemente un burdo anticipo de lo que miles de millones de personas acabarán por experimentar en todo el planeta».

Me sorprendió esa cita de Harari, a quien considero un pensador mediocre bastante previsible. El mundo actual es tan extremo que hasta él acierta a veces. Lo que Harari, miembro de la comunidad tecnológica de los elegidos, no podía prever es que la cultura israelí tuviera que enviar a la más espantosa «edad de piedra» a millones de personas que en Gaza y en Cisjordania se oponen a nuestro modelo supremacista de humanidad, a su consiguiente apartheid. La separación se arma fácilmente de tecnología y viceversa, la tecnología facilita la separación. Es la pesadilla de un bucle perfecto de seguridad. Creo que sólo se puede romper si una cultura desarrolla una espiritualidad tan baja como alta sea su eficacia técnica. Desgraciadamente, en las democracias del capitalismo occidental, esa alta indefinición parece condenada a ser el culto de lujo de algunas minorías.

9. Dices que «la mentalidad tecnológica vive bajo el supuesto imperativo de ganar tiempo… ». Retomo la pregunta que tú mismo te haces: ¿para qué quieren que ganemos tiempo?

No soportamos el tiempo real, la finitud que se coagula en los espacios. Nuestra obsesión es la cronología –Time is gold– porque el tiempo, acelerado y contabilizado, es la manera de adelgazar el espacio y conseguir que la vida real no pese, logrando escenarios virtuales donde no pueda ocurrir nada imprevisto. Pero esta ilusión numérica está basada en una ficción, en la retirada a una burbuja. De hecho, nuestro mal humor proviene del rencor por todo lo que, en aras de una seguridad ficticia, no hemos dejado que ocurriera entre nosotros. Fijémonos en que el cero, base de nuestra ideología binaria, ni siquiera existe: es sólo una convención, una abstracción operativa. La «nada» no existe, ni la oscuridad ni el silencio absolutos. Siempre hay algo, rumores que crepitan mezclando opuestos. Emulando un viejo refrán, diría que no hay más vacío que el que arde. Ese es nuestro gran temor, a la vez infantil y senil. Mientras no lo superemos, nuestras herramientas tecnológicas tenderán a convertirse en una promesa que es tóxica. Su ideal de seguridad nos separa de los otros y de nosotros mismos, pues desactiva el umbral donde cuerpos y mentes se encuentran. La IA no es criticable tanto por sus defectos circunstanciales como por una voluntad de limpieza y perfección que es inmisericorde en este mundo sangriento.


consultorio filosófico. Ignacio Castro Rey

Consultorio filosófico

consultorio filosófico. Ignacio Castro Rey

Con lo difícil que se ha vuelto vivir, tal vez no sobra lo que podríamos llamar un «filósofo de cabecera». No hablo sólo de una consulta para dudas conceptuales o literarias, sino también de un acompañamiento personal para dudas existenciales, más o menos inconfesables. Esta idea se corresponde además con la dimensión práctica que, desde Epicuro, ha tenido la filosofía. Efectivamente, es imposible pensar sin transformase a la vez en otra cosa.

Un hecho nuevo de esta época es la dimensión de la soledad, sobre todo en las ciudades. La psicología ha crecido mientras la humanidad, su capacidad de escucha, decrece en caída libre. Según un pensador español la escucha es el plano más alto de la acción. Pero escuchar es asomarse a una zona irresuelta de dudas y conflictos. Difícilmente puede ocurrir eso si vivimos integrados en una cultura del llenado, un radiante bienestar que excluye las sombras.

Durante mucho tiempo todos nos hemos creído autosuficientes. Fuera de tal narcisismo, en esta consulta filosófica se ofrecen no tanto lecturas, que también, como un contacto directo con otra voz de lo vivido. Incluidas preguntas que, por lo visto, hoy no se le pueden hacer a nadie. El tono de las sesiones y su duración serán tan variables como lo sea cada encuentro. Preferiblemente presencial, puede ser asimismo on line. El filósofo escuchará lo que atormenta a una persona que no suele hablar de eso ni tiene cerca oídos atentos para el otro lado de la consagrada imagen de cada uno. No se trata de la confesión cristiana, respetable. No es tampoco la consulta del psiquiatra o del psicoanalista, también respetables. En este caso la persona que escucha y habla no lo hace desde ninguna doctrina que haya que mantener como horizonte. Sencillamente, se buscará darle palabras al rumor secreto de una existencia. El filósofo que escucha va a tener inevitables prejuicios. Precisamente se trata, por ambas partes, de hacerlos tambalear en cada sesión. Es lo primero que se ofrece, una serenidad que brote del mal común que nos hace sufrir.

Para cualquier aclaración añadida están disponibles un correo, eyeless@ignaciocastrorey.com, y el teléfono 690219277. Puedes también, contactar conmigo enviándome directamente tus comentarios, gracias.

Que tengáis un buen día,

Ignacio Castro


    Zambrano, Pasolini o J. R. R. Tolkien. La casa encendida

    'Avisadores de incendios' 7 may - 6 jun en la Casa Encendida

    Avisadores de incendios es un estudio sobre doce figuras literarias. De Zambrano a Simone Weil, se ha hablado en nuestros clásicos de una función antropológica de regreso, facilitando en la cultura la vía de acceso a una verdad sumergida, que no puede pervivir en la luz pública. Quienes en la actualidad han defendido la transmisión del fuego de esa vitalidad suelen anunciar a la vez un peligro que se acerca, asediando mentes y cuerpos. La idea central de este ciclo es estudiar doce figuras literarias donde ese brío y ese temor siguen patentes, configurando en el público inquietudes y sueños. Todos los nombres escogidos encierran un tormento personal y están vinculados a la urgencia ética de volver a pensar esta época desde el subsuelo. De muy distintas maneras, ellas y ellos apuestan por una resurrección, pero avisan también de una catástrofe que nos está poniendo a prueba.

    Para volver a la letra de tal intensidad, proponemos estudiar estas figuras al margen de las respectivas «escuelas» que puedan haber creado. Los discípulos son la consecuencia inevitable del impacto de una obra vigorosa, pero a la vez pueden convertir en otro canon lo que nació con una tensión original que hizo derivar nuestro modo de vivir y pensar. Cambiando la imagen que teníamos del presente, estas mujeres y hombres son memorables por lo que hicieron, no sólo por lo que dijeron. Cuando se trate de un escritora celebrada, intentaremos arrancarla de su cliché. Si es un autor difícil, incidiremos en la comunidad potencial de sus obsesiones.

    Cada una de las sesiones se organiza en torno a la conferencia de un lector de la figura del día, no necesariamente un «especialista». Naturalmente, con el consiguiente debate entre los inscritos. Con una duración de dos horas en cada tarde, el taller incluirá un breve texto introductorio del coordinador, un servidor, más un listado de obras de referencia sobre el autor y, si es posible, material audiovisual significativo.

    Los avisadores y acompañantes son los siguientes: Karl Kraus: Sandra Santana; María Zambrano: José Luis Villacañas; G. K. Chesterton: Santiago Alba Rico; Pascal Quignard: Miguel Morey; Peter Handke: Carlos Pardo; Ingeborg Bachmann: Ada Naval; Simone Weil: Elizabeth Duval, Juan Rulfo: Yuri Herrera; Miguel de Unamuno: Juan Manuel de Prada; J. R. R. Tolkien: Jordi Pigem; Pier Paolo Pasolini: Ana Iris Simón; Eduard Limónov: Ignacio Castro.

    Ni que decir tiene que estáis todos invitados a inscribiros y participar. También invitados a publicitarlo cuanto deseéis.

    CALENDARIO AVISADORES DE INCENDIOS

    7 de mayo (martes): P. Quignard: Miguel Morey
    8 de mayo (miércoles): I. Bachmann: Ada Naval
    9 de mayo (jueves): S. Weil: Elizabeth Duval
    21 de mayo (martes): J. Rulfo: Yuri Herrera
    22 de mayo (miércoles): M. de Unamuno: Juan M. de Prada
    23 de mayo (jueves): G. K. Chesterton: Santiago Alba Rico
    28 de mayo (martes): M. Zambrano: José Luis Villacañas
    29 de mayo (miércoles): J. R. R. Tolkien: Jordi Pigem
    30 de mayo (jueves): K. Kraus: Sandra Santana
    4 de junio (martes): P. P. Pasolini: Ana Iris Simón
    5 de junio (miércoles): P. Handke: Carlos Pardo
    6 de junio (jueves): E. Limónov: Ignacio Castro

    Inscripción


    Bergamín y Agamben

    Bergamín y Agamben

    Conocí a Pepe –o más bien Pepe se me apareció, porque la suya era siempre, por humilde y profana, una aparición- en Lereci, hacia finales de los años sesenta. Venía de París –su segundo exilio después de haber pasado veinte años en México y en Uruguay- sin documentos (Malraux, que le había conocido durante la guerra civil, le había proporcionado un permiso una tantum) para encontrarse en Roma con Ramón Gaya y otros exiliados amigos. Comenzó entonces una amistad –o un encantamiento- que duró hasta su muerte en 1983, siguiéndole alegremente y à corps perduen París, después en Madrid y Andalucía, y finalmente en el País Vasco, donde se refugió en sus últimos años para apoyar a los independentistas contra España.

    Sus casas: en París, una especie de pasillo en una antiguo edificio de la rue Vieille du Temple; en Madrid, primero una habitación en la Plaza Mayor, después un pequeño apartamento con terraza en la Plaza de Oriente, 6, donde lo visitamos Ginebra y yo en más de una ocasión. Cuando le dejamos en su casa de San Sebastián, donde vivía con su hija Teresa, supimos que no lo volveríamos a ver.

    Es a él a quien debo mi aversión hacia toda actitud trágica y mi inclinación a la comedia –a pesar de que más tarde entendí que la filosofía está más allá o más acá de la tragedia y de la comedia y que, como sugiere Sócrates al final del Banquete, quien sabe componer tragedias sabe también escribir comedias. Y también gracias a Pepe entendí hace mucho tiempo que Dios no es monopolio de los curas y que, como la salvación, yo podía buscarlo sólo extra Ecclesiam. Cuando Elsa [Morante] me dijo que quería escribir un libro titulado Senza i conforti della religione («Sin los consuelos de la religión») sentí de inmediato que ese título me concernía y que, como Pepe, yo vivía de algún modo con Dios, pero sin los consuelos de la religión.

    Roma, 13 de julio de 2014: «Sueño de esta noche. Estaba con Pepe,  y con otra gente, en la casa donde vivía en España. Una casa sencillísima y maravillosa, como todas las casas en las que ha vivido: una gran habitación se abría sobre dos terrazas contiguas, igual de amplias. Había pocos muebles, todos de madera, entre ellos una pequeña silla que yo acercaba a Pepe para que se sentara, pero que él la usaba para apoyar los pies. Después salíamos en coche para prolongar la tarde, quizá para ir a cenar, pero probablemente sin un fin establecido. Éramos felices. Cada instante del sueño estaba tan lleno de alegría que de algún modo retardaba su final, como si la alegría fuese la materia de la que estaba hecho el sueño y que mi mente no debía por ninguna razón dejar de tejer. Después, al despertarme, me di cuenta de que la materia de la que estaba hecho el sueño no era otra cosa sino Pepe».

    A través de Pepe conocí España, precisamente gracias a él, que había pasado gran parte de su vida en el exilio. Su Madrid, sin duda, ese Madrid gris y modesto del barrio de la vieja mezquita –y después Sevilla y Andalucía, deslumbrantes de sol. Pero, antes aún, las últimas huellas de algo parecido a un pueblo, ese pueblo-aldea que para él no era una sustancia, sino siempre y únicamente minoría: no una porción numérica, sino más bien eso que impide a un pueblo coincidir consigo mismo, ser todo. Y este era el único concepto de pueblo que podía interesarme, esa era la lección política que Pepe me enseñó.

    Recuerdo que un día me dijo que se había dado cuenta de que el pueblo español había muerto antes que él y que ese había sido el momento más trágico de su vida. Sobrevivir al propio pueblo es nuestra condición, pero también es, quizá, la extrema condición poética, que para Pepe –como para todos nosotros- es tan difícil de aceptar, a pesar de ser irreparable.

    Sus tres lecturas fundamentales: Spinoza (a los dieciséis años), Pascal y Nietzsche. Cuando le comenté que ningún autor español le había formado, me respondió: «Precisamente eso es España».

    Decía, como Nietzsche, que Sócrates es el gran corruptor, y que Platón se burló de él. «Que Sócrates duerma junto a Alcibíades sin tocarlo: esa es la corrupción».

    Decía que la lejanía de Dios es la intimidad de la vida. Que rechazar la repetición es propio del esteta, y repetir sin entusiasmo, del fariseo. Pero repetir con entusiasmo es el hombre.

    De sí mismo decía que no era un hombre, sino un esqueleto. Y que el esqueleto es lo que sostiene al hombre –pero sólo hasta un cierto punto, mientras no se burle de él.

    Decía que en la verónica[1] es esencial el momento justo: el torero debe esperar el instante en el que la cabeza del toro se encuentra con el capote (como el rostro de Cristo se marca en el paño de la mujer). Si espera un segundo más o un segundo menos, está perdido. Y que en la arena, el hombre es el toro; el torero es ángel o dios.

    Decía, citando a Puskin, que el genio de Francia es la antipoesía: Rabelais y Voltaire. Y que en política hay que arriesgarse y nunca comprometerse.

    Recordaba haber visto a Nijinski bailar desnudo El Espectro de la rosa: el salto final era tan alto que caía entre bastidores sobre los brazos de los auxiliares.

    Entre uno mismo y la naturaleza –me dijo una vez- hay que poner siempre un jardín. Decía también que la mujer ha permanecido en el Edén y que su error es ponerse de parte del ángel, mientras que tendría que hacer volver a entrar al hombre, que fue expulsado, sin que el ángel se dé cuenta: «El ángel: lo única vez que dios se ha equivocado».

    Decía que las raíces del paraíso están en el infierno y que, como el árbol, no hay que mirar nunca las propias raíces. El error del psicoanálisis: mirar las propias raíces.

    Decía que la magia es siempre buena: no existe una magia negra, existen sólo falsarios. Y también: que la infancia es una lucha contra la juventud, la enfermedad mortal.

    La ligereza de Pepe  –su legendaria frivolidad- residía totalmente en la cualidad volátil e insustancial de su yo. Era perfectamente él mismo, porque no era nunca él mismo. Era como una brisa, o una nube o una sonrisa –absolutamente presente, pero nunca obligado a una identidad (por esto la condición de inexistencia burocrática a la que le había obligado el gobierno español privándole de documentos le agradaba y le divertía). Toda su doctrina del yo se resumía en un verso de Lope que le gustaba citar: Yo me sucedo a mí mismo[2]. El yo no es sino ese sucederse a sí mismo, «adentrarse» y «salirse de sí mismo» –o «enfurecerse»[3]– como él decía, salir incesantemente de sí mismo y volver incesantemente a sí mismo, echarse de menos y aferrarse –en última instancia sólo un punto de la nada en que todo se cruza[4], siguiendo, como escribía a propósito de su amado Lope: «El dictado del aire que lo dibuja». Airoso –Pepe lo era: por eso le gustaba firmar en forma de pájaro.

    Hay una fotografía de Pepe donde aparece de pie en el borde de una carretera, con una cartera en la mano, como si esperase un autobús –pero su espera está como atravesada por un estremecimiento de impaciencia. Y así era su alegría –una alegría impaciente, quizá por cristiana, necesariamente en espera. Así lo recuerdo en sus últimos años, cuando esperaba la muerte –»la mano de nieve»- con una suerte de impaciente fervor. Como la de Pepe, también mi espera se nutre de esperanza y de prisa.

    Giorgio Agamben
    Traducción: Mar García Lozano

    [1] En español en el original (N. de la T.)

    [2] En español en el original (N. de la T.)

    [3] Agamben crea dos neologismos: «insearsi» e «infuorarsi» que se podrían traducir como «adentrarse» y «salirse de sí mismo». Utiliza, además, los términos parónimos «infuorarsi» e «infuriarse» («enfurecerse»), jugando con las palabras «fuera» y «furia» (N. de la T.).
    [4] En español en el original (N. de la T.)