Queridos L. y D.,

He leído casi toda la larguísima carta que le enviasteis a A. Sólo me falta un poquito del final.  ¿Qué contestó ella a un documento así, tan minucioso, tan exigente, tan complejo? ¿Ella es tan lista como para seguirlo? Aunque estamos de acuerdo en que la carta vale por sí misma, al margen de la respuesta y del destinatario. Hay flechas, las que sorprenden al arquero que dispara, que son ellas mismas la diana.

Me hace mucha gracia vuestra ortodoxia tiqquniana, de la que hace tiempo que estoy muy lejos. Lejos, porque me separa de una militancia sin horizonte insurreccional alguno; sin ideología, sin política, sin partido. Militar en el desierto impolítico de la existencia: ¿es posible? Para mí el Partido Imaginario es lograr simplemente vivir sin doctrina, alcanzar una forma de vida a la vez antigua y vanguardista, aunque sea a ráfagas.

No quiero ni puedo dejar atrás nada, separarme de nada «viejo y caduco». Ni emprender acciones que no puedan ser comprendidas por cualquiera, completamente al margen de su ideología. Tampoco tomar ni un solo milímetro de distancia con el «canalla Heidegger», a quien adoro incluso cuando odio. Etcétera.

Pero me cae simpática vuestra militancia clásica, que comparto en su intensidad no sectaria, en su intención. Mi línea es cuasi militar en su militancia, pero es una militancia en nada (la «nada de la revelación»), en un tiempo no cronológico, en un existir que a priori no debe dejar fuera cosa alguna. Tampoco el mercado y el capitalismo, tampoco la economía, las tradiciones, la derecha, etcétera. «También allí hay dioses», diría un pensador legendario. Dios es no dejar nada fuera, asumir el desierto como centro del oasis, la suma total de nuestras posibilidades vegetales.

Y uno, ética y políticamente, ya no puede vivir sin «Dios». Quiero decir, sin una disciplina de la potencia, del milagro potencial de cada ser. De una posibilidad sin doctrina, dijeron en otro tiempo algunos amigos comunes. En otras palabras, busco continuamente, porque pierdo sin cesar, una infiltración que va a la forma de vida personal, casi siempre sumergida. Busco ignorar todas las convenciones ideológico-políticas, de la extrema izquierda a la extrema derecha. En este sentido, me he prohibido preguntarle a nadie si simpatiza con Tiqqun o con Vox. Me da exactamente igual, con tal de que ese alguien cumpla (Zambrano): sea capaz de amar, incluyendo en ese «juego del amor consigo mismo» al demonio de lo peor. Ya sé que este anarquismo no es fácilmente practicable, pero es el único que no me enferma.

La forma de ser «ingobernable» que poco a poco se me impuso consistió en dejarme gobernar por cualquiera, hacerme amigo de cualquiera que todavía escuche ese milagro llamado «corazón». Es posible que esta actitud ancestral tenga algo que ver con la prostitución, pero ya sabéis que eso para mí no es un insulto sino la más alta tarea mesiánica. Creo que hay que acostarse con la sombra, el signo de lo que viene, no elegido.

Por cierto, entré en ese enlace pero no encontré mi Glosario, que hace tiempo que no releo y ya no sé qué me parecería hoy, a estas alturas.

Por la tarde os escribo con más detalle y os envío de paso mi propio trabajo ético-político sobre la cocina, hecho ya hace bastantes años. Lo recuerdo reiterativo, pero lleno de rabia, de ironía y cálido sentido del humor. A ver.

Falamos. Un abrazo a los dos, a las tres, a las cuatro. Y uno especial para A., que espero que se recupere cuanto antes,

Ignacio