la ausencia necesaria

¿Existen acróbatas de la inmovilidad? Es posible que, allí donde esté, el artista -epítome del hombre cualquiera- permanezca en perpetuo tránsito. Aunque parezca inmóvil, un viaje interminable se puede concentrar en él, vibrando en un solo punto. Esto emparentaría a algunos de nuestros modernos con el brujo de la antigua tribu, que también estaba embarcado en metamorfosis y trances in situ, aunque parezca distraído y ocupado en tareas intrascendentes.

 

Juan Carlos Meana nos narra en La ausencia necesaria las estaciones de un viaje a los bordes de Europa, a una Bulgaria donde la tierra todavía humea. No es solo que subsistan en esa esquina del orbe ecos de viejos conflictos, sino que la realidad, todavía no numerada por la furiosa voluntad de control que marca nuestro nivel de vida, humea con un aura de lejanía. La historia occidental sepulta en los sótanos todo lo que sea pasado, indefinición y ruina. En otros lugares, apartados de la alta velocidad del desarrollo, la lentitud fulgurante de una inmediatez sensitiva puede permanecer todavía en primer plano.

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hermano de hielo

«Mueren dos personas, una madre de ochenta y dos años y su hija discapacitada de cuarenta. A la muerte de la madre, por causas naturales, sigue la muerte de su hija discapacitada, por inanición. ¿Vivían solas, aisladas, en el Polo Norte? No, vivían en mi país». Bajo el estruendo de la comunicación total, el frío se ha expandido, bajando a cualquier esquina. Quiero entender que Hermano de hielo (Ed. Alpha Decay) es también un alegato moral y político contra este silencioso glaciar que opera hoy bajo el color de cualquier ideología, incluida la del narcisismo minoritario.

 

La escritura de Hermano de hielo es tersa, con el estilo depurado de quien camina sobre un volcán helado que puede descongelarse y hacer temblar el suelo. Alicia Kopf, sobrenombre de Imma Ávalos, usa lo polar como metáfora privilegiada de un extremo que nos toca, que puede rebrotar de nuestro «inaudito centro» (Rilke) en cualquier momento. La vida nos devuelve fantasmas igual que la nieve polar devuelve al cabo de décadas cadáveres perdidos o blocs de notas que arrojan nuevas luces sobre la silueta de expediciones en el filo de lo posible. Cada uno de nosotros, bajo la superficie de redes que nos sostiene, es un iceberg sumergido en el fondo lechoso de un azul turquesa.

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todo este caer

El arte nace de lo intolerable, de una infancia maltratada que acompaña a la historia como una queja muda: Chet Baker, Morandi, Matisse, van Gogh. Para quien crea que la tortura es un fenómeno propio de la Edad Media, que se asome a Cartas a Theo, a De profundis, a Ecce homo… En más de un sentido el libro del pintor Alfredo Igualador (Todo este caer, Ed. Casus Belli) trata sin cesar del oficio de vivir. Supongamos que en nuestro orbe industrial una mayoría de humanos llevan una existencia privada, opaca y segura, un poco anodina, sepultada bajo la dedicación obsesiva al trabajo y a la especialidad profesional. La especialización, hoy casi anímica, nos salva de la soledad común ante una pregunta arcaica. Podemos entender el calificativo «privada» como un índice de una reducción de la existencia a la pantalla de la visibilidad y el éxito económico. Nos hemos expropiado, nos hemos privado de la sombra de vivir. La obsesión por el nivel de vida y el consumo; por la casa, el coche, el fin de semana y las vacaciones; finalmente, por una ansiada jubilación gloriosa son los hitos que jalonan el calvario de una entrega al dios de la historia que poco tiene que envidiar a la antigua y denostada vocación religiosa, que sacrificaba las vidas al más allá. Más de un pensador insigne ha establecido las conexiones anímicas entre la llamada interior de Dios, que vacía la tierra, y la llamada de una acumulación económica que debe salvarnos de una vida que esa misma llamada(Beruf) ha desencantando.

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el sentimiento de la vista

Dedicado a Olvido G. Valdés, El sentimiento de la vista es -entre otras muchas cosas- un canto a la grandeza escondida de las rutinas. Aunque comentan errores, existen mujeres y hombres inmunes al espectáculo del poder, a esta visibilidad obscenamente tipificada que es la vida pública. Vacunados por una conexión natal con el secreto que parpadea en los sólidos, esta estirpe de humanos a la que pertenece Miguel Casado conspira a favor de la subversión suprema de volver a soñar el mundo con los ojos abiertos, acercando lo visible a lo invisible que lo anima por dentro.

 

Armado de desfallecimiento, volviendo siempre de una país que tiene el corazón en ruinas, el poeta consigue volver a soñar la inercia, el dolor y la alegría pueriles de las situaciones diarias. En un mundo donde las noticias se acumulan como cadáveres, la poesía se hace cargo de la morrena de seres nimios desechados por el calor glacial que nos arrastra. Algunos humanos se quedan con todo, lo grande y lo pequeño, y lo viven como si fuera propio. A la vez, intentan mirarlo como algo ajeno, embarcado en un tránsito extraterrestre. El poeta puede lograr así que la sensación, en palabras de Casado, se transmute en un recuerdo de sensación. Digamos, en un sentimiento que consigue, en su mismo desorden, una peculiar inteligencia. Podría decirse que se llega a soñar el día con los ojos abiertos, mirándolo bajo una luz crepuscular que se cuela incluso en el más seguro mediodía.

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rojos, negros, verdes

A luz más cierta está escrito en Oaxaca hace ya diez años. Pero diez años no son nada para una disciplina de lo vivido que carece de tiempo, igual que no lo tienen tampoco los muros de piedra bajo los olivos. ¿Por qué hacer poesía ya es un signo en sí mismo? ¿Un signo de interrogación, de inquietud, de búsqueda? Debido a que, narcisismos aparte, nadie se complica la vida con tal laberinto de la línea recta si otra estrategia personal, cualquier empresa del yo, es posible. Para cuidar el habitual narcisismo bastaba con hacerse editor, profesor, agente cultural o, simplemente, ser un intelectual.

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