Desde cualquier ángulo La cinta blanca es infumable, a veces rozando el ridículo. Lo mejor, el maravilloso
alemán que emplea. El resto huele a Inquisición, incluida la fotografía. Disculpen las molestias. No es sólo
que uno inevitablemente se repita, sino que además se repite –esa es la fascinación- el dispositivo
cultural que nos envuelve cual celofán, este cordón sanitario que combina aislamiento y comunicación.
Igual que en la tribu, la repetición es la madre de todas nuestras paredes. Hasta donde hemos visto,
Haneke juega así con dos efectos metafísicos profundamente inmorales: uno, llenar el vacío, desactivar
la “banalidad del mal”; es decir, lastrar nuestro malestar flotante, la ambigüedad de vivir; dos, avalar
nuestra ansiedad de ser “vanguardia”, logrando sutilmente localizar el mal en otros, aunque estén muy
cerca de nosotros. La cultura a la que nuestro director sirve es un gigantesco interior, un dispositivo
mundial para localizar y demonizar. Ya se dijo en algún lugar: al aislamiento por la comunicación; a la
comunicación, por el aislamiento. Y Haneke es bueno en esto. ¿Tienen unos minutos? Vamos por partes.

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Publicado en FronteraD