Hola, queridos O. y N.,

Por razones ajenas a la voluntad de la empresa ayer se me pasó enviaros el correo prometido con esas ideas ordenadas en torno a septiembre. Primero, la verdad, los aniversarios son un tostón, pero hay que aprovecharlos. Más aún si se trata de Benjamin, una figura quizás oscurecida por otros personajes mucho más mediocres de la Escuela de Frankfurt… y también, incluso, por M. Heidegger.

Los temas oportunos son muchos, casi todos ellos vinculados con el arte. Lo que sigue son sólo indicios libres, aprovechando la confianza. Ni que decir tiene que cuento con que le quitéis la oscuridad, el veneno y el radicalismo apocalíptico a todo lo que digo, para hacerlo útil de cara al próximo Milestone.

1) Por una parte está la legendaria «trituración del aura», que Benjamin desarrolla en «La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica» y en «Pequeña historia de la fotografía». Es cierto que la aversión de nuestra cultura al aura real, a esa inmediata presencia de una lejanía espectral, no ha dejado de crecer. Todos los signos del mundo contemporáneo van en la dirección de restarle aura a la inmediatez terrenal y objetual; por tanto, en la dirección de quitarle valor de verdad al arte y relegarlo a los museos, a la cultura del espectáculo y al metalenguaje especializado que lo esteriliza.

2) El valor cultual ha cedido a manos del valor cultural, espectacular o técnico: los tres unidos en la estrategia del desplazamiento, esa dialéctica de aislamiento (ante la cercanía aurática) y conexión, con la lejanía virtual y desencantada, que constituye nuestra ortodoxia social. Por la izquierda y por la derecha, dicho sea de paso: por eso las ideologías apenas cuentan ante el resto del mundo. De ahí la broma de Baudrillard para defender el aura y su doble, esa «operación poética de la forma» que debe recibir el espectro real: «Todo lo malo que le pase a esta cultura me parece bien» (La comedia del arte).

3) Por otro lado, junto con esto (y dado que ninguna sociedad puede vivir sin un culto) el desplazamiento, siguiendo el Norte, del aura del objeto al aura del sujeto. Nuestra cultura, por eso odiamos a los extranjeros atrasados, es cada vez más antropocéntrica: losocial también es esto. ¿Resultado? El aura huye «como un hurón» (Barthes) del objeto al sujeto. El sujeto-estrella tapa por doquier el brillo espectral de cualquier posible presencia real. Hay mil ejemplos de esto, desde lo cool a lo hortera. Žižek tiene éxito por el espectáculo que genera, con la dosis de simplificaciones requeridas por la velocidad en curso y, dicho sea de paso, con la sutil xenofobia asociada a ella… contra todo lo que sea lento y oscuro, musulmanes incluidos. Hay muy honrosas excepciones (El árbol de la vida, Boyhood o Youth son ejemplos gloriosos en el caso del cine) pero la media aritmética es furiosamente anti-benjaminiana. Aunque esto no deberíamos decirlo así.

4) Otra cuestión benjaminiana: el empobrecimiento de la experiencia, su pérdida o adelgazamiento… consumada hoy en la pasión por las pantallas planas, táctiles y fluidas. Quedan lo que llamamos experiencias, incluidos los deportes de riesgo y las vivencias paranormales, guiadas siempre por gurús, expertos mundiales y super-especialistas (no siempre «low cost»). Tenéis en mi «Para una antropología del dogma verde» algunas divertidas, y probablemente exageradas, variaciones sobre esta particular pérdida de experiencia y su reverso, la hipocondría del retiro.

5) Otro fenómeno divertida lo constituye la proliferación de pantallas vibrantes que nos separan de la sucia tierra, en medio de un ecologismo de diseño compatible con la xenofobia. Por ejemplo, la crisis de la lectura en papel. «La crisis del papel» es la crisis de lapiel, de toda relación epidérmica con el prójimo, aquí, o la cercanía terrenal, un poco más allá. ¿Amamos los árboles? No, odiamos el contacto con la materia real, atrasada, analógica: sin limpiar numéricamente. Es la deforestación de la especie humana, y de lo social, lo que está en primer plano como objetivo, aunque esto lo hagamos en nombre del Amazonas. Nuestra cultura ario-digital padece una profunda aversión a todo la suciedad de lo físico, de una materia prima sin ordenar digitalmente, sin integrar en un programa informático. El declive del esfuerzo físico, excepto para los especialistas, ¿en qué deja el pensamiento?

En fin, estos y otro ámbitos, convenientemente extirpados de mis típicas exageraciones, podrían servirnos de bloques temáticos. Es tal vez Agamben, no sé si también Didi-Hüberman, el reflejo quizá más fiel de la actualidad de Benjamin. Aparte, claro está, de mil manifestaciones artísticas muy actuales. Entre otras, las instalaciones de Bill Viola.

Creo que, en el formato de las conferencias, deberíamos escapar de todo elitismo y volver a un público «masivo». Lo alternativo tiene más sentido si el marco es anónimo, hasta convencional… Creo que debemos dirigirnos a un público no «radical», ni especialmente alternativo, ni ideológicamente homogéneo. Lo ideal sería que no nos sintiéramos «en casa», sin saber muy bien para quién estamos hablando. Esto nos obliga a afinar los conceptos, a cortar las citas eruditas y acercar el pensamiento, y nuestro radicalismo de cartón-piedra, tan cómodo (tal vez el mío), a lo que todavía quede de sentido común.

Al fin y al cabo son cosas muy elementales las que hoy están en peligro de extinción, de la percepción a los afectos. Esta hibridez filosófica, no fácilmente identificable con corriente alguna, nos hará más fácil conectar con las personas potencialmente receptivas a hacer algo distinto, sea A. Q. o esa cátedra con la que contactamos.

Continuará. Debería continuar. Abrazos,

Ignacio

Madrid, 10 de mayo de 2016