Hola, I., buenos días. Sólo unas pocas líneas sobre el texto del otro día. Como te decía, el libro en el que estoy metido (lleva dos años agotándome) no va en absoluto “sobre” Wittgenstein. La verdad es que, después de años de zigzagueo, me tragué de cabo a rabo el Tractatus en estas pasadas Navidades. Y me impactó seriamente, pero en buena medida porque el marco en el que lo leí poco tenía que ver con Wittgenstein y su pequeño gran mundo.

Mi libro aborda el problema del sentido. El sentido real que resta cuando todas las disciplinas particulares (también la lógica) han agotado su campo. Lo que es lo mismo, el sentido perentorio que nos reta cuando ningún sentido particular está ya al alcance de la mano. Dicho en un lenguaje caro a algunos deleuzianos, ya sabes: volver sobre el laberinto de la línea recta, el temblor del mediodía, la ebriedad que cabe en un vaso de agua.

Me muevo en un universo de referencias muy distinto al de Wittgenstein, por más que haya encontrado en el Tractatus Logico-Philosophicus múltiples y sorprendentes puntos de contacto. Sea como sea, el hilo de este trabajo mío es lo que equívocamente se podría llamar “lógica material” o “empirismo trascendental”. En resumen, la relación íntima entre los extremos que la metafísica ha separado, incluidas la contingencia y la necesidad, el mundo y Dios, la perdición y lo salvación. O, para emplear algunas palabras de Wittgenstein, la relación íntima entre la superstición y la lógica. Como un teorema de Gödel generalizado y llevado a la afirmación, a un sentido pueril. Más cercano al Niño que al León. Como ves, sencillo y complicado a la vez, con un Nietzsche que es enemigo mortal de otro Nietzsche.

No existe para mí ninguna forma lógica que no esté de antemano endeudada a un axioma “pre-lógico” que ha quedado atrás, que se ha tenido dar por supuesto. Claro, desde ahí, toda personalidad (incluso lo que de sublime y estúpido tiene una personalidad, en los lugares, en las cosas y los humanos) está incluido de antemano en un “sistema” que no puede de ninguna manera oponerse al no-sistema de lo que acaece. Creo que la tarea de la filosofía, mucho antes de Nietzsche, es llevar al decir lo místico-nouménico que para Wittgenstein sólo se puede mostrar. Tampoco el bueno de Kant, desde esta óptica, es alguien autorizado para decir nada conclusivo, toda vez que el soltero de Königsberg (muy por debajo de san Agustín, Leibniz, Berkeley y Spinoza) no hizo más que ponerle barreras al reto de conocer la contingencia, el Ereignis de un absoluto sensible, con una materialización enigmática en cada caso distinta.

Si hubiera unos mentores modernos de esta urgente investigación filosófica serían Kierkegaard y Nietzsche, pero precisamente ellos (con sus cien personajes incorporados) no son casi nadie en particular. Son tomados como el nombre ocasional de lo que adviene sin nombre, una “personalidad” que está también en las cosas mudas. De ahí que los dos, luchando a brazo partido contra el oscurantismo de la modernidad, pasasen un tormento en nuestra vida moderna.

Tiene gracia. Precisamente una de las cosas que he encontrado más irritantes de la Ética de Spinoza ha sido el hecho de que intente poner en pie una geometría que tiene que esquivar el idiotismo de lo local y del nombre propio. Son más geométricos Nietzsche y Leibniz, precisamente porque desde el comienzo abordan la cuestión de una ciencia paradójica del ser único, de la máscara “particular” que a la fuerza ha de adoptar lo profundo. “Cambiando descansa”.

Si Wittgenstein entendía su Tractatus como autoconclusivo, cosa de la que no estoy completamente seguro, es su problema. No creo que haya nada “autoconclusivo”, nada excepto lo que se llamaba Dios o Naturaleza. Eterno Retorno, Devenir o Real, en un lenguaje más cercano. No hay más autoridad que la experiencia real, ni más lenguaje que el advenir ordinario, que bordea siempre el balbuceo. Ni más lógica formal que la de la carne del mundo, un ser-así que roza siempre lo ilógico, el absurdo de cualquier materia. Sin ir más lejos, el propio Heidegger apuntó algunas intuiciones en esta dirección que a Wittgenstein le viene un poco ancha.

Por la misma razón, me parece cómica por parte de los psicoanalistas la prohibición de pensar a Lacan al margen de la “clínica” o la práctica analítica. No hay más clínica que la escena real, con todo lo que tiene de “imposible”, pues es el propio desamparo el que cura. Etc., etc.

Finalmente, y ya termino de cansarte, sólo decirte que Wittgenstein, aun resultándome soberbio (al menos este Wittgenstein del Tractatus, dudo que haya otro más radical), me ha resultado también fácil. En el ámbito de nombres propios en el que me muevo, ámbito que intenta aproximarse a lo que no tiene nombre, nada de lo que dice Él es para echarse a temblar. En mi breve texto hago algún modesto desarrollo sobre sus posibles límites. Ya tendremos ocasión de hablar algún día sobre ello.

Mientras tanto, como ves, tengo trabajo. Está muy avanzado, pero no me sobraría un poco de suerte…

Abrazos y gracias de nuevo por tu generoso tiempo,

Ignacio