Queridos amigos,

A pesar de su abundante aparato crítico y sus más de cuatrocientas notas, la clave de Ética del desorden estriba en un intento de afrontar de nuevo las cosas directamente, como si éstas -sean la percepción, el espacio, la muerte o el lenguaje- todavía pervivieran en estado salvaje, libres de la inmensa capa de juicios históricos que ha caído sobre ellas desde hace mucho tiempo. No es extraño que este intento haya de ser largo, tanto como agotadora es la cobertura de mediaciones que hoy nos impide un contacto vivo con la inmediatez.

Para facilitar el acceso del lector, y una lectura más libre, he confeccionado esta guía. Para algunos, es posible que el intento de articular un índice temático de Ética del desorden sea una torpeza -incluso en relación al título del libro- y éste se explique mejor solo, sin ninguna guía que seleccione los signos enterrados que contiene.

Con esta duda, ahí va. Se ha trabajado a fondo, no sé si más para los lectores de filosofía o para los ajenos a nuestro peculiar medio. Tal vez este «mapa» ayude a situarse en esas más de cuatrocientas cincuenta páginas. Y tal vez sea un buen instrumento de verano, facilitando la lectura selectiva y desordenada de un libro que, al fin y al cabo, debe estar entero en cada parte.

Abrazos,

Ignacio Castro Rey

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Ética del desorden es un libro nacido de la amistad, de un haz muscular de relaciones que sólo parcialmente se refleja en las abundantes citas y en la lista final de agradecimientos. El libro surgió del hábito en una comunidad afectiva que incluye una relación moral con lo no humano. La prueba de la amistad es la ambivalencia de lo impersonal, lo desconocido que no tiene amigos ni es susceptible de organizar aparte. Por sí sola, la amistad ya piensa, pues se ve obligada a ordenar su hospitalidad hacia vínculos inesperados, que arriesgan nuestra seguridad estratégica.

Si Roxe de sebes fue la crónica de un áspero retiro, éste es un libro de entrada -no menos ardua- en nuestra cotidianidad urbana, mundialmente compartida. Se trata de un libro básicamente afirmativo, donde la crítica debe ocupar un lugar secundario. De ahí que no sea exactamente un tratado de ética. El título Ética del desorden juega con el encabezamiento de un libro mítico en la modernidad, una Ética demostrada según el orden geométrico(Spinoza) que tampoco es un libro específicamente moral. En él la exterioridad, el orden contingente de lo que ocurre, es el índice del ethos humano.

Tras los modelos con los que encaramos la realidad la palabra desorden suele designar la riada del exterior, una fuerza ciega de la que debemos protegernos. Pero éste no es un libro de ética al estilo usual. No opera con la contraposición del bien al mal, no busca un conjunto de prescripciones para una vida mejor ni una idea del deber que guíe la acción. No intenta tampoco que los hombres aprendan a conducirse en términos supuestamente morales, sino que cada uno asuma su indescifrable signo natal y le dé una forma de vida. El vínculo entre ética y alegría, entre moral y fuerza, ha sido peligrosamente olvidado. La disciplina no es reclamada por las señas externas de la organización, sino por el desarrollo interior de la potencia.

En su largo desarrollo Ética del desorden intenta actualizar con detalle una de las tesis más antiguas e incómodas de la filosofía, la afirmación de que la corriente imparable de las cosas transcurre dentro de una mente, con un orden intelectual oculto y potencialmente comprensible. Según esta antigua certeza, a la vez oriental y occidental, los sucesos contingentes son la manifestación de una necesidad profunda que Platón llama idea. Para Leibniz y los racionalistas, la razón no es primeramente la facultad específica de un ser llamado hombre, sino la cifra secreta con la que devienen de los fenómenos materiales. Lo mismo es «ser y pensar», se dijo antes, dándole la palabra a una experiencia vertiginosa que relaciona cualquier opuesto y que ha tenido expresión en la filosofía, la literatura y la sabiduría popular. Si Ética del desorden tiene la pretensión de actualizar esta certeza filosófica es intentando mostrarla a la vez en la más cotidiana y banal comunidad. Mientras el aparato erudito de apoyo es más bien clásico, los ejemplos reales que se usan son a veces de una inmediatez casi popular.

Como ontología de la superficie actual, Ética del desorden es un ensayo sobre los tres metros que nos rodean, ese absoluto local que sostiene e impulsa desde abajo el estruendo de la vida pública. Desde tal subsuelo común, que sigue recorriendo los bajos de este siglo con una alianza silenciosa de contrarios, se abordan en Ética del desorden una sucesión de momentos significativos del pensamiento contemporáneo. Se convoca a muy distintos pensadores, pasando por alto los rencores declarados de sus respectivos sistemas, atendiendo a una experiencia elemental desde la que diferentes filósofos hicieron algo similar, poniendo a dialogar cada época con su fondo ahistórico de sombras.

No es tan extraño que un libro así deba incluir, junto a una amplia relación de emblemas del sentido común y mil frases robadas al pasar, un largo catálogo de saberes anómalos de distintas épocas. Es parte de la naturaleza de las cosas que lo más importante comience a veces de modo imperceptible, cerca de lo que podríamos considerar un fenómeno de borde.

El estilo ha tenido que ser forzosamente libre, sin excesivas prudencias académicas, cuando se trata de mostrar la actualidad común de lo absoluto. No es extraño así que se usen a fondo una poesía y una literatura que siempre han pensado antes que el discurso propiamente filosófico. Tampoco debe sorprender que, sin demasiados complejos, se piense el laberinto del siglo en español.  Con una geografía muy expandida, la cultura hispana es un excelente observatorio mundial. Todo llega a nosotros, pero inteligentemente filtrado por la distancia sentimental que guardamos con el enfriamiento norteño que sufren las formas de vida.

 

Largo ensayo sobre la cuestión más breve, común y difícil, la dificultad de este libro estriba también en que lo inmediato se ha vuelto intrincado en unos tiempos de huida masiva, personalizada según el narcisismo de cada cual. ¿Pánico?: porque pisamos un suelo volcánico, aunque la época nos prometa otra cosa. ¿Sentido?: porque estamos obligados a llevar el desorden que nos impulsa a la cura de una común verdad.

La propuesta de este libro, de una espiritualidad que acompañe la fuerza laica del siglo, tal vez pueda leerse de modo discontinuo. Al fin y al cabo, cada parte debe encerrar una versión singular de la totalidad, conteniendo la tesis entera del libro. En resumen, un índice temático puede ser éste:

INTRODUCCIÓN: ser es ser percibido por una mente cualquiera: la tesis idealista radical (21); soberanía de lo individual, pues la naturaleza mental de las cosas es lo que impide pensarlas a fondo (21); lo trascendente, eje de la inmanencia cotidiana: verdad material de la religión (22); un platonismo del devenir (22); el sujeto como alteridad de los objetos, de una especie de psicosis real (23); lógica e indeterminación: la necesidad que juega a los dados (23-25); el infinito en acto de la finitud real (27); ¿qué es un milagro?: Whitman (27); argumento ontológico y certeza poética (27).

I TRAMOS DEL DÍA

Visto y oído: la profundidad intelectual de lo sensible (32-35); cuerpos del espíritu: ¿por qué los secretos queman? (34); creer en lo visible (34); individuaciones impersonales: sentir que Ello piensa (35); cada sitio nuevo, cada película desvela algo presentido (35-36); ¿qué ruido hace un árbol al caer en el fondo de la selva? (36); el individuo, inagotable para un concepto que no siempre es lo bastante abstracto (37); el empirismo trascendental de Deleuze (38); ¿qué es el encanto personal? (39); esta espectral inmediatez (40-42); pesimismo vital y optimismo civil (43); una percepción asistida (44-45); la política es siempre personal (46).

Inmediatamente vivido: no hay cámaras para lo que ocurre un día cualquiera (47-48); percibimos ideas (49); la dificultad de sentir y la obligación de olvidar lo sentido (50-52); jamás sentimos algo «confuso» (53); la poesía como vuelta, regreso a lo vivido (55); en el principio era el Verbo: este absoluto sensible (56); el placer de esconderse (57); sentir y recordar (58-60); la necesidad de olvidar (61).

Poor little thing: seguridad e indecisionismo (63); Lispector, una teología de lo sensible (63); bordes secretos del mundo (64); ilusiones ópticas y perspectivismo: sólo hay concepto en la percepción (65-66); percibir es afirmar (67); el interior nos distrae (68); está pasando un minuto del mundo (70); visitas no guiadas: sentimos desde el atraso (71); mirar es hacerse cargo, dejarse tocar, estar cerca (72); importancia de los prejuicios (73); cobertura: obturar la percepción (74); secuestro de la atención (76-77).

Éste es tu cuerpo: la deformación que nos forma (78-101); la economía del tiempo de los sentidos (81); andar y pensar (79-81); el alcohol, las drogas, los caminos (81); química y física (81); percepciones anómalas (81-82); una ebriedad del vaso de agua (82); para escapar de una prisión incesante (83); lo externo como despertador del corazón (84); género de terror (87); también yo soy un fenómeno de la mente: mi cuerpo, el cerebro, el hombre como una imagen del pensamiento (86-89); locura en la cordura: «el pensamiento del pensamiento» (86); antropomorfismos (88); Yo como una cifra del cosmos (90-92); ecología del cuerpo (94); la casa, morada del afuera (95); el exterior que cura: algunos límites de Freud (96); Watts y su go-with (97); el hombre como umbral de lo no humano (97-98); espiritualidad animal (100-101).

Vientres y territorios: el cuerpo no termina en la punta de mis dedos (102); la muerte anterior (103); el amor como recepción corporal del afuera (102-105); templo corporal, erotismo y descendencia (105); la enfermedad como signo de la salud (106); ¿evolución?: nos sigue la misma sombra, aunque cambie de perfil (107-109); ambivalencia médica de lo humano (109); vacío y lleno: relaciones monadológicas (110); el demonio interior (110); Velázquez, Monet, Van Gogh: tierra y desterritorialización (111); Gestalt y darwinismo (112); alianzas contra-natura (112-117); en cada ojo de pez, todos los mares (114); franciscanos (115); Ovidio, Lucrecio y Serres: clinamen (115); la magia de lo inmaterial: vidas errabundas (116); mística del materialismo (117).

II ¿QUÉ SIGNIFICA SENTIR?

Lógica de la intuición: una potencia intelectual: solipsismo cartesiano y extensión (127); Cristo y Spinoza (128); certeza animal (129); haecceidad: un individuarse por indeterminación (129); atletismo afectivo (130); solipsismo y realismo: Descartes y Wittgenstein (131); la theoria, la angustia (132); método del encuentro, del acontecimiento (132); Blake: creer para comprender y la inteligencia del mal (133); el genio del intruso (134); piensa mal: abstracción y primitivismo (135); relación de irracionalidades y línea de brujería (136); sangre del concepto: Hegel (136).

Artes de la respiración: la diversión obligada, la crítica como coartada (137-138); públicos cautivos (138); el encadenamiento de imágenes, madre de todas las paredes: crisis del silencio (139); miedos inducidos (140); mantenerse atrasado para percibir: vacuolas de no comunicación (142-143); alta indefinición (143); una alucinación fundamental: Lacan (144); crisis de ausencia y fenómenos de borde (145).

Sin término: por qué sentir no puede cesar (146-147 ); ¿inteligencia artificial? (148-149); baja inhibición latente: la necesidad de ser inestable (150); intelecto y sentimiento, estoicismo y hedonismo (151); tecnológicamente incorrectos (152); seres infraleves y certezas de umbral (153); endebles, ensimismados, lentos: los elegidos (155); el cristianismo como crisis perceptiva (156); en qué sentido el extranjero es una figura crucial (157); esconderse para ver y oír (158); sentir no tiene término para librarnos del pensamiento (159-162).

Sexto sentido: cura por variación (163-165); el ascetismo como síntesis de los sentidos (164-165); el cansancio que enlaza: Handke (167); el reinado de la vista: Agustín, Heidegger y la concupiscencia de los ojos (168); un sexto sentido anterior a los otros cinco (168-169).

El tacto en el ojo: corazón negro del iris (169); la cueva y los espectros: mantener el sol lejos (169-171); modulaciones de la sombra en el cine, la televisión y el ordenador (170); ¿qué ha sido del aura? (171); paseos por mundos incognoscibles: Uexküll y el mal de ojo (172); fantasmas de la fotografía (173); bajo la vigilancia, Ello mira (175); cegarnos con los focos: un poco de fiebre nocturna (176-177); importancia de las grietas y las serpientes (178); ¿ario-digital?: la razón judía, musulmana y eslavo-cristiana (179).

III LUGARES DEL TIEMPO

Meteorología: consuelos de lo indirecto y secundario (188); ¿qué permanece en lo que siempre pasa? (188-189); Benjamin ante Kant: un tiempo inmediatamente espacial (190-193); Ereignis y carpe diem (194); ¿se puede perder el tiempo? (195); ocupados en no concluir nada (196); Padre temporal, Hijo espacial: necesidad de las rupturas para tener futuro (196); traicionar: Jagger y Lennon (196); ¿existe un terror de la inmanencia? (197); el pasado no justifica el presente (198); déjà vu y reminiscencia (199); necesito olvidar (200); adivinar el presente, el movimiento secreto de lo actual (201); el futuro nunca está aquí (202); ¿cómo se puede tener una impresión del futuro?: ingenuidad de Hume (201-203); morada del ser (203); amor fati, circularidad y perspectivismo (202-203); ninguna eternidad libre de la situación temporal (204); lo nouménico llena los fenómenos: el tiempo es lo que se precipita en un paraje (205); dos a priori distintos: Nietzsche y Kant (206-207); ¿venimos de los primates, no de las piedras? (208); de nuevo el argumento ontológico (209); tocar espacialmente el tiempo: belleza y placer corporal (210-211); no hay una historia del tiempo (212); en qué sentido lo temporal no se mueve (213-214); libre acaecer contingente de lo absoluto (215); el arte como ciencia exacta (216); lo extraterrestre en la tierra (216-217).

Lo que se desvanece: el bostezo, el aburrimiento y sus signos (217-218); la labor callada de los relojes en la sombra (218-219); en cada peldaño, racimos de siglos (220); ser agente doble para ser contemporáneo (221); la ilusión de un fin de la historia (222); desarraigo: ¿por qué queremos perder los lugares? (223); la agonía de la fiesta a manos del espectáculo (224); puritanismo binario (224); ¿qué tipo de tiempo constituye al capitalismo? (223-225); a cada instante (226-227); el tiempo es breve (228); cronología y kairós (228-229); para ser contemporáneo (229); aprovechar el momento (230); es el espacio el que transita, donando tiempo (231); siempre hay historia, pero no sabemos escucharla (231); aquel final de Boyhood (232); amar la fugacidad de lo inmóvil, sus arrugas espaciales (233-234); el temor a la vejez, a la actualidad de lo arcaico: nuestros protocolos de cirugía estética (235); Velad: según Borges(236); en qué sentido la recta es una ilusión inmoral (238); el acontecimiento como pulpa de un momento cualquiera (239).

Momentos sin estrella: detención mesiánica del acaecer: otro tiempo dentro de la cronología (239); concentrar, no dispersar todavía más (240); la necesidad íntima de las contingencias (241); el acontecimiento que nos divide, humillando el narcisismo (242); interactividad para desactivar el tiempo (243); es la eternidad la que no puede durar (244); arte: imitar el movimiento de lo que no tiene tiempo (245); ¿de qué huye la historia? (246); inmortalidad de la muerte (246); por qué hay algo en vez de nada (248); ¿qué tenemos contra el ocio, qué tememos en él? (249); dos tipos de imágenes: la eternidad del instante (250); dialéctica inmóvil, constelación (251); el temor a lo durmiente y la soledad de ser integrado (252).

La más silenciosa de todas las horas: ¿queda poco tiempo? (253); la obsesión por los aniversarios y el cumpleaños (254); el instante como expansión repentina del tiempo (255); fundirse con un momento, librarse del pensamiento (256); la potencia que sobrevive a cualquier acto (256-257); límites prácticos del empirismo insular (257); la memoria como arma del presente, su imaginación expansiva (258-259); el muro de la velocidad calculada: las eras se acortan, las áreas se agrandan (260-261); circular, obligación ciudadana (262); el odio actual al espacio, al tiempo muerto (263); ¿era del acceso o era del retiro? (264-266); instantaneidad de un diferido continuo (266); economía temporal y jibarización espacial (267).

IV VIVIENTES

Ya no ser ahí: un no-ser que es: vivir la muerte para que no tenga nada que llevarse (275); la obsolescencia programada del consumo, un modo de arruinar la posibilidad suprema (276); algo mortal que está dentro (277); enrojecer de vergüenza (278); la comunidad animada de lo mortal (279); conciencia animal de la muerte (280); demasiado muerto para vivir, demasiado vivo para morir: la longevidad (281); la inmortalidad de aprender a morir (282); odiar al otro por lo no ocurrido entre nosotros (283); salvarse entrando en la muerte (283); la hermandad de una oscura desgracia (284); el espectáculo letal que tapa la afirmación mortal: es el capitalismo quien tiene horror al vacío, no la naturaleza (285); Berger: cambiar los muertos por víctimas eliminadas (287); Malick, Viola, Sokurov: alta indefinición de un arte de vanguardia (288); 24/7: que la noche no se cuele por ningún resquicio (289); infancia y culto a la muerte: la presencia ambigua de los cadáveres (290); muerte, magia, religión (291).

Lo que se dice llorar: un desahogo en el límite del lenguaje: articular la desarticulación (292-293); la muerte disuelve al sujeto de la psicología (294-295); ¿por qué enterramos con un ritual?: tumbas y urnas (295-296); adelantarse a la muerte, saber desaparecer, entrar en una despersonalización (297); carne última del viviente, su más alta posibilidad: el temor de algunos cadáveres (298); el erotismo de jugar: dejarse seducir por una muerte viva que expande los cuerpos (299); la inmortalidad de la muerte en el cristianismo y los Upanishad (300); empuñar la posibilidad de morir: la depresión de retroceder ante eso (301-302); persistir desconocido: vivo de lo que los otros no saben de mí: quien es libre no piensa en la muerte, sino desde ella (302); ser tímido, comienzo necesario del heroísmo (303); saber envejecer es poder extraer de cualquier edad su juventud natal: la seguridad nos avejenta (304); certeza de la muerte e indeterminación de su cuándo (306); la ilusión de cierto humanismo: una individuación que no cabe en el individualismo (305); retroceso de la muerte y sacralización de la economía (306); mientras soy mortal, jamás seré igual a mí mismo: habitar obliga al nomadismo (307).

Sellos que abren: visiones de moribundo (308); el asedio del sueño como retícula de confianza común (309); pensar, prepararse para el sueño de la muerte: Hipnos y Tánatos (310); mortales a cada momento, aunque viviésemos mil años (311); «mejor es callar» sólo se puede decir al final (312); Wittgenstein y los misterios de Eleusis (313); un juego infantil que sabe de la muerte (314); ¿corremos para no tener destino?: filosofía y religión (315); verdad y superstición en el espiritismo (316); la sencillez de una fortaleza ante la muerte (317-321).

Tentaciones suicidas: una posibilidad soberana sin la cual no podemos vivir (322-323); desapariciones sin rastro (324); tapiar los huecos de la gravedad (325); la prohibición de vivir y de morir (326-327); el suicidio a plazos como forma de vida (328-329); no dar la vida por nada (330-331 ); irse como modo de permanecer (332).

Muerte y revolución: mística, verdad e infancia (333-334); pervive el individuo, no la especie (335); lo trágico del suicida: no consumar la muerte en vida (336); miedo al miedo (337); el suicidio animal (338); el absoluto individual y el retroceso edificante de la filosofía (339); la muerte como algo que hay que hacer, un culmen de todas las tareas (340); venir del país de los muertos, como un extranjero (341); la revolución natural de lo que muere (342-343); no hay «después de la muerte» si ésta asume lo absoluto de la vida (344); la posibilidad de una revolución en cualquier momento (345); perder la muerte: lo eterno es que la finitud no cese (346); la eternidad se declina en presente: ser mortal como único modo de regresar (347); «Dios nos enseñó a morir, no a ser viejos» (348); Rilke y Agamben: rezar por el diablo (349); Never for ever (350).

V FORMAS DE HABLAR

Carne de palabra: el lenguaje no es del hombre, sino una secreción del aura de las cosas (357-359); hablamos sin una gramática previa (360); etimologías heideggerianas (361); tocamos, vemos, olemos palabras: sentir, pensar y hablar es un solo acontecimiento (362-363); una copa resuena (364); insignificante y simbólico (364-365); ¿por qué no podemos dejar de hablar? (365); la primera lengua no es la materna: hablamos desde el mutismo de vivir (366); el órgano del lenguaje es el cuerpo, cualquiera (367); expresarse, comunicar (368); el don de la palabra, el don de vivir (370); una sola lengua primordial (371); cada lengua es todas las lenguas: traducir (370-372); desesperanto global: inexpresivos en varios idiomas (373-374); ¿emitimos continuamente para no escuchar? (375).

Oficio y exterioridad: nunca ha sido más difícil lograr decir algo (376-379); absolutismo lingüístico y poesía (380-381); empobrecimiento del lenguaje y recorte de la experiencia (382); la voz retrocede (383); mímica de los afectos (384); el ser entero en el lenguaje (385); ¿quién, qué no escribe? (386); crear por fuera de la cultura: Walser y Sebald (387); Nobel y la literatura de consumo (388-389); quien escribe es la misma geo-grafía (390).

Hegel en Rilke: ¿intertextualidad?: grietas e intrusos (392); de tal biografía, tal lenguaje (392-393); ¿qué no es un signo lingüístico? (394-396); lo arbitrario ya está en las cosas (397); Leibniz: máquina natural e ingenio construido (398); las palabras son cuerpos (399); la hierba y el árbol (400-401); para acabar de una vez con el sueño de la gramática (402-404); el significado y la enfermedad de la conciencia (405-407); la articulación y el grito (406); el sustantivo que nos dificulta los verbos (408); hablar: jugar en cada caso (409-410).

La lengua en la piel: lo que nos cura nos hace a todos escritores (411-412); las entrañas, el hueco de la boca y el declive de la voz (413); la rareza de vivir, el secreto del lenguaje (414-416); infancia del significado (417); lo que desborda el corazón (418-419); el poder de las grietas sin historia (420-421).

5 ¿Qué es expresarse?: el nombre y la personalidad de las cosas (422); inmersión: se aprende a hablar como se aprende a nadar (424-425); innatismo (426); niños ferinos, endemoniados, tarados: bendito idiotismo de la especie (427); Kaspar Hauser (428); ética y estética de la desaparición (429); usos imprevistos del lenguaje (430-431); amansar la fiereza de vivir (432); libre uso de lo propio: autorizarse a sí mismo (434); el código del lenguaje, el árbol de la vida (435-436); la palabra en los actos: que el ruido de lo que hacemos no tape el sentido de lo que decimos (437).

EPÍLOGO: Política del eterno retorno repasa los signos actuales de un mundo que sigue reposando en una mente impersonal, en una irremediable coincidencia de la realidad empírica con una idealidad trascendental. Lo individual es inaccesible al concepto porque respira con el fondo sombrío del espíritu. Nietzsche en el vientre de Sócrates: el «león» de lo político depende del juego ético de una infancia que nos sigue. Lo absoluto de una cercanía espectral gobierna la relatividad de las épocas. Por eso cuidamos a los muertos, para que nos cuiden; en cierto casos extremos, sólo ellos pueden hacer algo por nosotros.