Pronto sabré quién soy. J. L. Borges

Angelos: mensajero, enviado, nuncio. Encontramos estos «Fragmentos de un evangelio apócrifo» en Elogio de la sombra, un libro de poesía de 1969. La palabra fragmentos alude a los restos, las ruinas de una totalidad perdida. Es conocido el gusto de Borges por estos espejos de sombras. Pecios no consecutivos, escalones sin escalera, eslabones perdidos, restos de un naufragio. Hablamos quizá de la discontinuidad –sendas perdidas, dice Heidegger- en la que ocurren las cosas importantes, las revelaciones, las verdades, las iluminaciones. Cada epifanía se produce en una pequeña concentración del tiempo. Casi todo lo intenso se realiza en el vaivén de una ráfaga, igual que el amor, el temor, el odio o la respiración.

Es una vieja historia. En cada peldaño se acumulan «racimos de siglos», leemos en Hojas de hierba. De un lado, el devenir; del otro, la historia. De un lado Dioniso, del otro Apolo. El reino de Dios y el reino del César, el inconsciente y la conciencia. Sentir ocurre a golpes y detrás va la razón, cojeando. Una institución, incluso la Literatura Universal o la Poesía, es siempre el eco de un suceso muy particular, por no decir nimio. Como oímos en una película reciente, la sabiduria no se acerca a través de avenidas en los parques, sino en un vuelco del corazón. Lo que ocurre en un instante, de repente, o no ocurre. «Pasa un ángel». Es posible que la verdad no soporte el largo formato, las series que tanto gustan para entretenernos. Algo viene, ocurre en una aparición repentina, y se va para siempre. Dejándonos descansar… o bien atormentados. De ahí la obsesión de atrapar el momento, el latino carpe diem.

Hay que destacar en estos Fragmentos que Borges no tienen ningún problema con la palabra Dios, como si dios -precisamente con mayúsculas- fuera un misterio último y común que está en el aura de cualquier cosa. Esta página de Borges tiene buena relación con lo religioso. Como quizá todas las páginas de sabiduría, trata de una verdad que tiene poca relación con el saber. El propio Cortázar, tan laico y tan distinto del autor de estos Fragmentos, dice en una entrevista tardía: «Parece una broma, pero somos inmortales».

Imbuido de una inmensa piedad por los humanos, el breve documento que tenemos hoy entre manos no es precisamente fácil, ni inclusivo, ni lo que se dice solidario. Es más bien algo implacable, como si una vieja soledad latiese en sus sienes: «El que matare por la causa de la justicia, o por la causa que él cree justa, no tiene culpa» (17) . De un realismo terrenal, sin tiempo, bíblico. No precisamente muy «democrático», pues es omnipresente el peso del destino, como si la verdad fuera muy anterior -y posterior- a nuestros sueños públicos de progreso. A golpe de breves emblemas, que son transformación de algo que ya nos sonaba, Borges nos devuelve a una condición elemental que vive al margen de culturas y épocas, de identidades, sexos y posiciones sociales. Este hombre es de una cultura inmensa: hispana, angloamericana, gaucha, germánica, nórdica, judía… De los tangos y las milongas a Cervantes y Milton, nada humano -ni inhumano- le es ajeno. A veces, en los cuatro primeros fragmentos, parece más cerca del Antiguo Testamento, de su Dios lejano y temible, que del «espíritu de dulzura» (S. Weil) del Nuevo Testamento. No le falta a este Borges, sin embargo, la suavidad de la aceptación, incluido su relámpago. La subversión propia de la renuncia, diría Lispector. No olvidemos que los estoicos y Spinoza siempre le han influido mucho. No falta así la vieja sabiduría según la cual Dios es la inagotable materialidad de cada cosa, cada acto o cada pasión humana.

Estamos ante un contenido conceptual muy alto, pero con un universo de significados concentrado en una sola frase: igual que el aforismo, el refrán, el poema. La leyenda del infinito en acto, en un solo punto. Es decir, el mito del instante. En El monte, ese libro perfectamente desconocido de Mariano Giménez, leemos: «Lejos de toda causa, solo». Veremos que la densidad de contenidos en esta página y media de Borges es suficiente para que no quepa en una sesión de dos horas. Tampoco en cuatro.

Hablo ahora de memoria. En un poema anterior Borges cuenta cómo se para al caminar y siente, rememora: Todo, las nubes, el color de las casas y las balaustradas… tal vez un sueño de niña en el balcón… «todo entró en mi vano corazón con limpidez de lágrima»*. Este es el instante que forja estos fragmentos, el fulgurante santiamén que nos permite hablar de memoria: by heartpar coeur. Está ocurriendo un minuto del mundo y no podemos tomar ninguna distancia, solo dejarnos abrazar y abrazarlo.

Profético en todo. El abuso que es la democracia y la pasión por lo popular; la importancia de Joyce, de Whitman y Schopenhauer; de Spinoza y Berkeley… Ya solo que a alguien así no le hayan dado el Nobel, ausencia con la cual él siempre bromeó, dice mucho de la patraña que es el planeta de los premios. No creía en la religión de la democracia, ese «abuso desmedido de la estadística». Porque tampoco creía en que la vida pueda tener reflejo en la historia: «Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha está en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio» (11). O también el fragmento 15: «Que la luz de una lámpara se encienda, aunque ningún hombre la vea. Dios la verá».  Y aún (40): «No juzgues al árbol por sus frutos ni al hombre por sus obras; pueden ser peores o mejores». Tal vez la inquisición de esta época le castigó -como a Handke y a tantos otros- por su filosofía, y no por las opiniones «políticas» del ciudadano Borges.

Erudito, enciclopédico, no hay tema del cual no se haya ocupado: incluso la mítica apocatástasis («Historia de la eternidad»). Naturalmente, no exento de posibles contradicciones. Por ejemplo, sobre la justicia, entre los fragmentos 10, 13 y 17. Pero no hay ningún problema, pues «No hay mandamiento que no pueda ser infringido»…

Termino ya con un pequeño ejercicio, uno solo, sobre esta interminable densidad. Fragmento 14: Nadie es la sal de la tierra… Nadie es más que nadie, decía un refrán castellano. A la vez, Nadie, en algún momento de su vida, no lo es. Todos hemos sido elegidos… aunque tardemos en saber para qué: «Pronto sabré quién soy». No hay esclavo que no sea a la vez amo. De algo, sea un caballo, un sueño, una ilusión… En última instancia, dueño de su vida intransferible, de sus reinos secretos.

 

Anarquía coronada, se dijo un día. En todo humano de carácter, según Nietzsche, hay una vivencia típica y propia que retorna siempre.

Picón, 18 de febrero de 2022

FRAGMENTOS DE UN EVANGELIO APÓCRIFO

3. Desdichado el pobre de espíritu, porque bajo la tierra será lo que ahora es en la tierra.

4. Desdichado el que llora, porque ya tiene el hábito miserable del llanto.

5. Dichosos los que saben que el sufrimiento no es una corona de gloria.

6. No basta ser el último para ser alguna vez el primero.

7. Feliz el que no insiste en tener razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.

8. Feliz el que perdona a los otros y el que se perdona a sí mismo.

9. Bienaventurados los mansos, porque no condescienden a la discordia.

10. Bienaventurados los que no tiene hambre de justicia, +porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es inescrutable.

11. Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha está en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio.

12. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ven a Dios.

13. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque les importa más la justicia que su destino humano.

14. Nadie es la sal de la tierra; nadie, en algún momento de su vida, no lo es.

15. Que la luz de una lámpara se encienda, aunque ningún hombre la vea. Dios la verá.

16. No hay mandamiento que no pueda ser infringido, y también los que digo y los que los profetas dijeron.

17. El que matare por la causa de la justicia, o por la causa que él cree justa, no tiene culpa.

18. Los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni los cielos.

19. No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz.

20. Si te ofendiere tu mano derecha, perdónala; eres tu cuerpo y eres tu alma y es arduo, o imposible, fijar la frontera que los divide.

24. No exageres el culto de la verdad: no hay hombre que al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces.

25. No jures, porque todo juramento es un énfasis.

26. Resiste al mal, pero sin asombro y sin ira. A quien te hiere en la mejilla derecha, puedes volverle la otra, siempre que no te mueva el temor.

27. Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón.

28. Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres.

29. Hacer el bien a tu enemigo es el mejor modo de complacer tu vanidad.

30. No acumules oro en la tierra, porque el oro es padre del ocio, y éste, de la tristeza y del tedio.

31. Piensa que los otros son justos o lo serán, y si no es así, no es tuyo el error.

32. Dios es más generoso que los hombres y los medirá con otra medida.

33. Da lo santo a los perros, echa tus perlas a los puercos; lo que importa es dar.

34. Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar.

39. La puerta es la que elige, no el hombre.

40. No juzgues al árbol por sus frutos ni al hombre por sus obras; pueden ser peores o mejores.

41. Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena…

47. Feliz el pobre sin amargura o el rico sin soberbia.

48. Felices los valientes, los que aceptan con ánimo parejo la derrota o las palmas.

49. Felices los que guardan en la memoria palabras de Virgilio o de Cristo, porque éstas darán luz a sus días.

50. Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.

51. Felices los felices.