I ¿Cómo definirías el término evasión?

De una manera primeramente afirmativa. Evadirse es romper con algo que nos aprisiona. En contra de lo que a veces se dice, en momentos cruciales (y para ser fieles a lo vivido) hay que huir, romper, fugarse; incluso traicionar. Hoy en día la ruptura tiene mala prensa, pero si no somos capaces de romper con algo, de evadirnos de una costumbre, las cosas se encharcan en una degeneración patética. Por ejemplo, los Stones, y buena parte de lo que hoy se llama jazz, no han conseguido evadirse de su propia leyenda. Y esto, no sólo musicalmente, es una noticia terrible. Como decía el poeta José Ángel Valente: Llegado el caso, irse es la única manera de permanecer, de ser fiel. Dicho de otro modo, una revolución es con frecuencia la única heredera posible del pasado.

II ¿Por qué crees que esta palabra ha cobrado tanta importancia en la sociedad actual?

Acaso debido a algo un poco distinto; aparentemente contrario a lo anterior, pero en realidad complementario. El sujeto actual quiere ser libre, no tener ninguna atadura, separarse de todo compromiso de arraigo: su existencia, su origen, su sexo, su cultura y su nación, etc. Como el narcisismo universal, siguiendo el modelo americano, entiende todo arraigo como una lesión o un maltrato, entiende también que ser libre significa abandonar toda atadura. De ahí, decía Paul Virilio, nuestra cultura del divorcio constante, de incansable la huida hacia delante. El temor hacia lo que no cambia nos mueve. Creo que esto  es un error, trágico y cómico a la vez, pues sólo podemos ser libres si conseguimos atravesar aquella fatalidad en la cual hemos crecido, dialogando con ella y atravesándola.

 

III ¿De qué nos queremos evadir?

Lo insinuaba antes. De todo lo que pese en nuestras vidas, lo que sea analógico de la gravedad, de la lentitud real. La ilusión de nuestra ideología sin ideas, interclasista y compartida, es flotar. Fluir, como hace una pantalla táctil y plana: nuestro ideal es «más bien ondulatorio; permanecer en órbita, suspendidos sobre una onda continua», dice Deleuze en el desconocido Postscriptum (Conversaciones). Huimos de lo trágico, que aterroriza a nuestra juventud de diseño, por eso nuestras vidas ni siquiera pueden ser joviales. La auténtica alegría es austera, decía Séneca. Al faltar la negatividad de los límites, falta también el erotismo de una cierta inocencia.

 

IV ¿Evadirnos es una necesidad? ¿Realmente necesitamos evadirnos? ¿Qué grado de dependencia tenemos de la evasión?

No necesitaríamos evadirnos si fuésemos capaces de permanecer, de soportar la duración, la cifra de nuestra simple vida. Como no es así, la obsolescencia programada (que afecta también a las relaciones) nos salva de la ruina. No necesitaríamos evadirnos continuamente, practicando un continuo «cambio de canal», si soportásemos el límite de nuestras vidas. Como en realidad odiamos la vida elemental (natal, oscura, no elegida), nuestra dependencia de la evasión es la dependencia de un menú externo, bastante infantil, que se nos sirve como velocidad de escape. Somos así sociodependientes: es decir, dependientes de un incesante panel de App. que nos permiten escapar de cualquier zona de sombra, de lo único y primario de nuestra vida, de tener que tomar una decisión a solas. Por miedo a la vida mortal, la tecno y socio dependencia es una adicción que no tiene hoy una cura fácil.

 

V ¿Hacia dónde nos evadimos?

Querríamos llegar a una zona sideral de ingravidez, pero «personalizada». De ahí el aspecto un poco abstracto y catatónico del prójimo. Creo que la mitología de la comunicación, el comentario ininterrumpido sobre toda clase de idioteces y la fluidez de las redes sociales, ocupa el lugar de la antigua religión… y de la carrera espacial. El ideal del «nativo digital» sigue siendo algo parecido a modelo del astronauta, un ser narcisista que vive aislado del entorno y conectado a cualquier lejanía.

 

VI ¿La evasión es una necesidad actual o siempre ha acompañado al hombre?

La palabra evasión tiene esa tremenda ambigüedad que ya he mencionado, que es tan antigua como el mundo. Pero creo que hoy el ser humano soporta mucho menos que antes la vida, su ley de la gravedad. De ahí esta frenética huida hacia delante en una sociedad de eyaculación precoz.

 

VII ¿Ve con los mismos ojos la  evasión de un joven y la de un adulto?

Que una chica de 15 años se pase la semana huyendo me parece normal. La juventud tiene que viajar mucho, y esconderse, antes de aceptar el peso de las cosas. Que el padre de esa chica, con 50 años, practique esa misma huida pueril es algo que me parece más preocupante. Y hoy asistimos, me temo, a una infantilización general de los mayores. Todo el mundo quiere divertirse, a todas horas. Es decir, practicamos un culto a la juventud que indica que somos una sociedad senil, sin músculos ni reflejos para lo inesperado.

 

VII En nuestro trabajo hemos investigado que la evasión pude ser considerada como un satisfactor de las necesidades humanas; es decir, permite saciar un menester humano. ¿Tú consideras la evasión una necesidad o una satisfacción de ésta?

Si entiendo la pregunta, creo que las dos cosas. La evasión es, por una parte, una vieja necesidad: es necesario evadirse para regresar, es necesario huir para toma distancias y comprender. Es preciso soñar, tener ilusiones, tener siempre un pie fuera… Es necesario, en todo caso, curarnos a través de la variación: viajar, caminar, ir al cine, conversar, leer, cambiar de escenarios, buscar nuevos amigos… Sobre esta vieja necesidad, muy sabia, ha caído una obligación social odiosa, el mandato de reciclarse continuamente, de cambiar de fachada y actualizarse sin parar. Es esta última versión de la evasión la que me parece impuesta, como un dogma, y potencialmente muy dañina. Por ser del todo empático diría que el laicismo ha consumado, sin Dios, la peor de las religiones.

 

VIII ¿La evasión está relacionada con todos estos modelos de auto-ayuda que se han puesto de moda?

Sí. La autoayuda es la moda del narcisismo autosuficiente que, como no quiere compromisos con el prójimo, ni con la zona de sombra de sí mismo, decide depender del supuesto saber del experto.

 

IX En su libro En el enjambre, Han habla de la huida hacia las imágenes. ¿Qué opinión te merece? ¿Qué nos quiere dar a  entender?

Creo recordar que Han, a su manera «menor», realiza constantemente (en ese libro y en otros anteriores) una crítica del exceso de positividad, de una metástasis de seguridad que nos desarma. El imperio de la imagen sería la madre de todas las paredes, una parte neurálgica de esa religión de la flexibilidad que nos aparta del mundo. Al faltar lo traumático, insiste Han, al darse un déficit de negatividad, perdemos también la alegría erótica de vivir. En el fondo este pensador, de origen oriental, reivindica una nueva «pobreza» que nos vivifique sin imágenes. Estoy básicamente de acuerdo, aunque otros autores (Heidegger, Deleuze, Agamben, Badiou) ya lo han dicho antes y mejor que él. Han tiene el valor, nada despreciable, de actualizar en pequeño formato una vieja sabiduría.

 

X ¿Evadirse es huir?

Sí. Aunque insisto en que en la palabra huida, como en las palabras abandono o fuga, existe una gran ambigüedad. Es necesario atrevernos a huir de la inercia y la seguridad, el peor enemigo de lo humano. Es necesario evadirnos siempre de la «religión triunfante», que creo que en este caso es la metafísica de la Comunicación. ¿Visteis Boyhood? Entre otros, hay en esta película un momento maravilloso donde el joven protagonista Mason retrata a las redes sociales como una prisión idiota. Creo que es necesario, en todos los momentos claves del día, abandonar las pantallas planas y volver al relieve mundo real. Su peligro es lo único que puede devolvernos la humanidad, un modo terrenal de fuerza y alegría.

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