Tocadas por un difícil erotismo, estas figuras dan miedo porque nos recuerdan algo, un riesgo que se ha metido en la carne. El miedo es la pasión de las sociedades técnicas, el resultado de la seguridad como actitud fundamental del hombre contemporáneo. Cada uno es para sí mismo su bien más preciado, se relaciona consigo mismo como con un objeto. El resultado es que el miedo se hace omnipresente y la salud se convierte en aleatoria, una función espectral de onda. El miedo se hace más sutil, se insinúa en lo más íntimo, en el propio cuerpo sentido como extraño.

Disertando acerca de la muerte como un epifenómeno de la tecnología del trasplante, Martínez del Río sigue trabajando sobre nuestra afasia emocional, su pleno empleo. No daríamos ya nuestra vida por nada, no nos atreveríamos a existir de otra manera, así que nos hemos reciclado una y otra vez. Nos hemos cosido y remendado, aprovechando los rotos y jirones para simular nuevos órganos de los sentidos. Por supuesto, no sienten nada. El resultado es este tórax compuesto, zurcido de vulvas, apéndices y lóbulos inútiles. No se trata del rigor mortis, sino de una cadavérica flexibilidad, pues al ser que podría morir le hemos trasplantado todos los órganos y sólo le queda la función de permanecer en escena. ¿Tenemos nosotros otra? Escaparate de nuestra espera, estos muñones para vestir acentúan la floritura para recubrir la ausencia de esqueleto, de decisión alguna.

 

Ignacio Castro Rey. Madrid, 7 de diciembre, 2008
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