En Los idus de marzo vimos una película bien hecha, una trama creíble donde hasta los segundos y terceros personajes están bien perfilados. Nuestros actores que no vocalizan destrozarían una historia así, la convertirían en plastilina. Sin embargo, a pesar de su ritmo sin tacha, Los idus de marzo no aporta absolutamente nada. Peor aún, remueve un viejo juego, un clásico mecanismo de captura.
EEUU nos vende la hamburguesa, el napalm, la tecnología a distancia y la invasión de Irak. Después, nos vende también la primera crítica, la gran versión del complejo de culpa. Es la empresa perfecta y su trampa luminosa es en parte la de Los idus de marzo: el intrincado laberinto del poder en unas elecciones norteamericanas, con algunas pasiones soterradas y grandes ambiciones entretejidas. ¿Moraleja? Los EEUU son grandes, incluso en lo peor. Su poder fascinante e imbatible, pues incluye su propia crítica. Hasta la corrupción es estelar. El público se rendirá extasiado ante esta crítica de la inmoralidad del imperio, como antes se ha rendido ante su mayoría moral y las incesantes guerras justas que atiza. El emblema In God We Trust se encarna ante todo en la eficacia terrenal de la bandera luminosa de barras y estrellas.
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