Querido L.,

Primero mis disculpas. He tardado en contestar porque yo también estoy muy ocupado, viajando además, y también (je, je) porque entendí que no tenías ninguna prisa en tu respuesta, como si ya lo tuvieras todo muy clarito. Con este blindaje tuyo cuento para puntualizar, con toda la calma del mundo, dos o tres cosas sin importancia. Y te contesto finalmente, después de este tiempo y de unas cuantas dudas, por lo que el asunto de la sordera tiene de alcance prolongado, casi mundial. No te tomes a mal el tono, por favor: no encuentro otro y, además, está cargado con todo el cariño del mundo. Para más Inri, casi todo lo que digo de tu aplomo blindado me lo podía aplicar a mí mismo en ocasiones parecidas.

Me llamó la atención una cosa. ¿Por qué aprovechas mi intento de pedir disculpas -no pedidas- con esa insistencia tuya en tener la razón, todas las razones, hasta el final? Insistencia rencorosa que, por cierto, el bueno de N. no tuvo: sin compartirlas en absoluto, creo que entendió mis razones para el No a Avidan. Supongo que lo seguirá intentando. Y yo también, que tengo mucho que aprender, lo seguiré intentando. En unas ocasiones habrá suerte, como en aquel encuentro inesperado de Mehldau. Y en muchas otras no. Pero no pasa nada, tan amigos.

Repitiendo un viejo chiste se te podía replicar en este caso: ¿qué parte del No no has entendido? E. y yo, es cierto, nos comportamos como dos amigos que se aburren y establecen una complicidad juguetona. Pero, la verdad, no tan estridente, no tan ofensiva. Lo que no sabíamos es que estábamos en misa, rodeados por un público en trance. Y claro, es en esa atmósfera de devoción y velas donde hasta el vuelo de una mosca perturba. A ver si vuelve a tener razón J. Lacan con aquello de que al final la religión siempre triunfa.

Yo podría pasar por la música y el espectáculo de Él… como fondo sonoro de una tarde de copas. Me cayó simpático y hasta tierno. Lo que me irritó un poco fue la veneración religiosa del público. Es lo que pasa al no tener claro el concepto -más bien, la experiencia- de Acontecimiento: al creerlo diluido, se extiende entonces a cualquier cosa.

A todo esto, querido L., en lo que tú llamas graciosamente mi anestesia sónica, se suma el agravante de que me deleito con gente como R. Wyatt, Hattfield and the Norh y Soft Machine -no sé si conoces una cosa llamada Fourth– desde hace cuarenta años. Sigo la vanguardia musical -con muchos altibajos, naturalmente- desde los 70 y Eyeless in Gaza. Esto por no hablar de mis pequeños hallazgos actuales, de Animal Collective a Comet Gain, de Nick Cave a Extra Life o Mark Kozelek. Y cien nombres más que tiene que haber, de los que no nos enteramos ni los  enterados. Así que no hay mucho de anestesia sonora, creo. Más bien, modestia aparte, lo contrario. Fue desde una amplia experiencia musical que encontré completamente blandito a este hombre. Y encantado además de haberse conocido, lo que aumentó el distanciamiento.

No tenía mal día, repito, ni sufría ninguna atrofia en particular. Dije lo que digo, que musicalmente tenía la pobreza de un gato maquillado. Todas sus supuestas heridas las exhibía con tanta pulcritud, tanta pose y control, que todo parecía parte del habitual narcisismo que se sabe compartido. Hasta las fotografías de Avidan que andan por ahí son tan remilgadas que hacen presagiar, musicalmente, lo peor.

Sé que todo esto no es suficiente para ti, tampoco mis explicaciones anteriores, pero sólo porque tienes dogmáticamente claro, una vez muerto el acontecimiento, las situaciones donde se debe guardar un respeto eclesiástico y las que no. «Incapaz de entender lo que allí estaba pasando». Vaya, L., pues sí que te las gastas de diálogo inclusivo con los amigos. ¡Qué harás –haha– con los enemigos! En realidad, tenía esa tarde tan buen día que ni un concierto mediocre, ni el público entregado a la minoría consagrada de turno, me lo estropeó.

Con todo el afecto del mundo, el tono de tu último correo me recuerda a la seguridad de los elegidos que ya han llegado. Como no pueden ni maginar que a veces no están en la cresta de la ola, todos los que no le acompañan en ese entusiasmo inmanente son unos anestesiados. De ahí el chiste del adolescente, tan piadoso por tu parte como manido. Prueba aplicártelo a ti, querido, a ver si sientes cómo funciona.

Sin ir más lejos, me tomé la molestia de volver a escuchar al Kozelek de la banda sonora de Youth y -sin ser exactamente mi música- lo encontré a años luz, en delicadeza y sensibilidad, de Asaf Avidan. Sabes que te guardo todo el respeto y la ternura de siempre, sólo que a veces irrita un poquito la autosuficiencia de cierto autismo universitario que, además, siempre acaba de llegar a las supuestas novedades y habla con la suficiencia del converso.

En venganza, te reenvío una cosa que tal vez ya te llegó y leíste. O no. Viene al caso porque se menciona de pasada el tema genérico de la «sordera elitista». Dicho esto, querido, que no tiene más importancia que la de seguir el diálogo, yo también considero -de verdad- una pena que tengas que desentenderte de la organización de ese ciclovulario que promete, aunque su realización esté tardando un poquito.

Abrazos y hasta pronto,

Madrid, 21 de noviembre de 2016