«Incluso comprender ya es un heroísmo (…) Cada vez me parece que todo es una cuestión de paciencia, de amor que crea paciencia, de paciencia que crea amor». Clarice Lispector
I
No hay lágrimas suficientes para estar a la altura del dolor de cada una de las 129 víctimas parisinas, de su angustia y zozobra, de su desorientación. Es el espanto de una humanidad que de pronto, buscando recuperarse del agotamiento laboral, se ve atrapada en un infierno de estallidos, plomo y fuego, teniendo que oler su propia sangre por todas partes, mezclada con el suelo que pisa.
II
El mal existe, ha existido siempre, un mal que incluso no tiene nombre. Si el hombre no es el mal, al menos éste siempre ha estado en la historia. No volvamos entonces a repasar la lista de afrentas, de un lado o de otro. No hace falta, y sería un poco obsceno, buscarlo sólo en los otros. Los atentados de París, mientras tanto, han impactado en un público apacible y multiétnico -curiosamente, también es multiétnico el grupo de atacantes-, pero masivo en sus costumbres. Una población pacífica, pero un poco ensimismada y bastante previsible. Un blanco fácil, pues. Y la masificación es así: es sencillo infiltrarse en ella, actuar en medio, simular su simulación. Nos juntamos en masa para no pensar por cuenta propia, de ahí las olas de pánico.
III
No hay que descartar que a nuestros líderes les importe tanto la sangre de los muertos y heridos, en pleno altar de la Libertad, como los otros símbolos lesionados: el corazón de Europa y de la democracia, el santuario de la civilización, el universo del orden y la seguridad… Y es esta cuasi religión -compuesta de aislamiento individualista e información masiva- la que crea el peligro, la que atrae los estallidos y la metralla. Aproximadamente igual que una torre atrae el rayo a la más mínima señal de tormenta eléctrica.
IV
Por su propia inercia la masificación teme a cualquier peligro externo. Y en ella, todo lo oscuro o silencioso es externo. Tememos entonces a cualquier lobo solitario como un globo hinchado teme a una aguja. La avidez de la prensa estos días, pendiente del «hombre más buscado del planeta», tenía algo de atávico y también de dramáticamente significativo. Buscando localizar el mal fuera, la información es el opio del pueblo. No obstante, todas las medidas preventivas serán insuficientes para contrarrestar un temor que viene de abajo, de la indefensión que produce la inercia, el automatismo que llamamos Seguridad o simplemente Economía.
V
Parece también sintomático que el Estado Islámico haya atacado a un público alternativo, a ese tipo de europeo multiétnico y libertario que está a favor del diálogo y de tender puentes. No hay que descartar esta hipótesis: golpear el ala izquierda de París, como si nuestro orden democrático fuera uno solo para ellos. Y enconar así el choque de civilizaciones.
VI
La gran ventaja de Daesh –Isis o EI: no sabemos ya cómo nombrarlo, y esto tal vez indica una naturaleza móvil, mutante, proteica- es estar dispuestos a dar la vida por algo en medio de una religión de la Seguridad donde nadie daría su vida por nada. Hasta el terrorismo, a su pesar, demuestra que no existe tecnología numérica comparable a la voluntad o a la resolución; al coraje de mantener una decisión, una sola idea que le de forma a la vida. En nuestra existencia capitalista, encauzada por la metafísica del cálculo y la seguridad, ¿recordamos todavía algo de ese suelo elemental? Ellos sí, y ésta es su primera gran baza.
VII
Es desde esta opulenta neutralidad y distancia -la democracia formal como masivo aislamiento personal conectado después por fuera- que hemos bombardeado a los musulmanes sin piedad. Civil y militarmente, conceptual y materialmente. Da un poco de vergüenza, es odioso y cansino volver a repetirlo, pero la historia misma se repite. Repasemos sólo esta lista de nombres: Afganistán, Mazar-i-Sharif, Irak, Faluya, Abu Ghaib, Guantánamo, Somalia, Sudán, Chad, Mali, Libia, Siria… Y Gaza y Cisjordania todos los días. Millones de muertos, de heridos y humillados, de aldeas y familias destrozadas. Sin mucho detalle, busquemos en las hemerotecas o Internet el significado de estos nombres; muy distintos, pero significando una similar torpeza. Peor aún, señalando un mismo desprecio, una idéntica estrategia de desconocimiento del mundo islámico.
VIII
El pánico es la mejor arma del terrorismo. Incluso sin suspensión de encuentros deportivos, sin estados de excepción, sin endurecimiento de leyes ni persecución de los inmigrantes. Pero el pánico es también nuestra vida cotidiana, un mecanismo sin el cual no podríamos vivir. Es anterior al primer atentado, del cual apenas tenemos memoria. El miedo está instalado, inyectado, y duerme con nosotros. Tememos de hecho a todo lo durmiente porque sabemos que hemos abandonado el atraso de la tierra, las relaciones afectivas en lo comunitario, lo arcaico de los sentidos y la intuición. ¿No será que todas las culturas comunitarias son temibles, para nosotros, por esa fidelidad al afecto y los sentidos?
IX
El terrorismo nos expropia la paz cotidiana, es cierto. Pero éste es también el método de toda nuestra cultura occidental: una especie de estado de excepción permanente. No hay más que ver cómo se regodea la información durante estos días, con todo tipo de detalles escabrosos, para comprobarlo. Una sociedad que apenas tiene nada afirmativo que ofrecer, dijo hace ya treinta años un francés célebre, sólo puede vivir de sus enemigos. Es como si, internamente, necesitásemos el terrorismo, en sus distintas variantes.
X
El dispositivo cultural podría ser éste: Es posible que no nos vaya muy bien, pero el exterior es aún peor, prácticamente un infierno. Otra muestra de esta posible implicación interna con el terror es el hecho de que, como en el caso de Bin Laden y otros, los autores de la matanza sean casi un producto nuestro. En este noviembre trágico, jóvenes franceses y belgas de origen; antiguos chulitos de barrios, casi de discoteca; incluso pequeños delincuentes de las drogas.
XI
La macroeconomía, ideología salvadora -y sin ideas- que se incrusta en cuerpos, mentes y costumbres, supone un odio sonriente y democrático hacia la tierra. Nos hemos alejado de ella y de todos su pueblos atrasados, también de sus dioses. A los que, con frecuencia, hemos ofendido y castigado sin piedad. Porque además, muy particularmente, a la opulenta democracia capitalista Alah siempre le ha parecido un Dios de los pobres.
XII
Nueva York, Madrid, Londres, París. No es tan extraño que los errores externos reviertan algún día hacia dentro. No se trata de justificar nada -como asesinos en masa, ellos sólo entienden el poder de las armas- pero sí de entender. ¿De dónde viene todo esto? No es de Marte: el mal está cerca, incluso dentro. En el fondo, el terror es para nosotros lo real, el atraso de la vida terrenal. Y el problema es que nosotros, que huimos de ella, no tenemos mucho que ofrecer. Sólo un espectáculo efímero de gestión, extremadamente vulnerable.
XIII
No es disculpa para nada, pues los terroristas no merecen más que la represión armada. Pero habría que explicar algunas cosas: esta oleada que no cesa, esta organización fluida y mutante, la migración a la Yihad de miles de jóvenes europeos, convertidos a una rabia suicida. Como decía un ministro español: «Contra ETA todo era relativamente fácil. ¿Qué hacemos sin embargo frente miles de personas que están dispuestas a morir? Y un palestino, recuerden, decía hace años: No pueden matarnos, ya estamos muertos.
XIV
Nosotros también hemos hecho el mal, masivamente. Por razones estratégicas de una inteligencia dudosa, hemos destrozando naciones que, sin ser perfectas -Irak, Libia, Siria-, se mantenían en una relativa paz. ¿La paz de los cementerios? ¿En naciones artificiales creadas ayer? No, no exactamente. Y además, aunque fuera así, eran naciones que mantenían una cierta convivencia. Sin embargo, aprovechando incluso laprimavera árabe, las destrozamos; elegimos el caos, el enfrentamiento tribal que las empuja a «la edad de piedra». Cuando, hay que recordarlo, nadie entre nosotros prefiere el caos a una dictadura: ni siquiera ocurría esto bajo el régimen de Franco.
XV
Es necesario, si no creemos estar en un enfrentamiento de civilizaciones, sino en una «guerra» de distintas civilizaciones contra el terror, revisar nuestra estrategia geopolítica. Debemos cambiar urgentemente nuestra lógica de alianzas. Para empezar con Rusia, a la que hemos dejado sola en la lucha contra esa fuerza armada con el resentimiento y el odio. Es necesaria otra política militar que haga entrar a Irán y a los países musulmanes en la alianza. Hoy y mañana, el entendimiento político y militar de Francia con Rusia es clave, ponga la cara que pongan Obama y Netanyahu.
XVI
Lo otro, nuestra relación con la religión, parece que por ahora no podremos revisarlo. La reforma cultural habrá que dejarla para más adelante. Pero algún día tendremos que encararla. Y entonces, algún día, habrá que entrar en la religión y tomarla en serio. Y no sólo como respetablecreencia que conmueve nuestra tolerancia -siempre un poco paternalista-, sino como una tecnología punta del conocimiento en todos los pueblos que no quieren despegarse de la tierra.
XVII
El cristianismo ha sido, desde hace mucho tiempo, más comprensivo con el Islam que la furiosa religión del capital, este integrismo laico de la libertad individual -su furioso aislamiento- sedada con el derecho a la conexión. Es urgente pensar el pensamiento que porta lo religioso. Y en particular, por lo que nos atañe, las tres religiones del Libro; también para estudiar lo que tiene en común, que puede ser mucho. Pero tres no comercian si uno no quiere.