Querido R.,

No te preocupes por lo de hoy. Aunque seamos siete personas, lo pasaremos bien: intentaré encargarme de eso. Lo que resulta un poco asombrosos es lo otro que me cuentas de ese Congreso que estás organizando. Es un poco asombroso que entre tantos nombres, muchos de ellos desconocidos, a nadie, tampoco a ti, se le ocurra invitarme. Como si uno no llevara años trabajando sobre Foucault y Deleuze.

Pero lo mismo pasaría si el tema fuera Nietzsche, Heidegger o Benjamin. En fin, no sé si nunca se me invita porque no estoy en la Universidad o no estoy en la Universidad, justamente, por la manera en que pienso y escribo, también sobre Foucault. Sea como sea, no es solamente que yo esté un poco «desaparecido» (porque, entre otras cosas, me he cansado de tirar del carro, organizando eventos sin que después nadie me devuelva la invitación) sino que además muchos amigos me han hecho desaparecer.

Comprendo que mi pensamiento, si alguien se acercó él, es incómodo: por ejemplo, mi libro sobre Marx («Sociedad y barbarie»), donde se habla mucho de Foucault. Pero, no sé, justificar este cerco de silencio que a veces siento, aun sin tener en gran estima a la Universidad, en fin, parece más bien espectacular y recuerda tiempos siniestros.

No te lo tomes a mal, querido R., porque además no va sobre todo contigo. Hay bastantes profesores que me conocen mucho antes que tú y nunca han hecho ninguna seña ni devuelto ningún gesto.

No importa, hoy, mañana y pasado, uno sigue muy ocupado. Y me imagino que es un signo inevitable, tal como pienso, que un ente tan endogámico como la Universidad madrileña me ignore olímpicamente.

No creo que pueda pasarme por el Congreso: estoy muy ocupado y tampoco me parece particularmente apasionante. A ver entonces si encontramos una tarde para tomar unas copas y reírnos un rato, aunque no sea al estilo de Zizek.

Un fuerte abrazo,

Ignacio

Madrid, 5 de mayo de 2016