Dios mío, J., qué carácter, qué sorna. Sólo a mi rancia virilidad se le ocurre lanzarte lances o cualquier otro tipo de exigencia. Bueno, en serio, qué carajo importa ya todo eso, querida, incluso lo de coordinar agendas. Ayer os llamé dos veces, no sé si te dijeron, y llegué a hablar con B., quien (más o menos) tenía una remota idea del asunto. No es en absoluto culpa tuya, pero estoy un poco harto de trabajar para la Reina de Inglaterra.

Me paso el puto día, como un intelectual librero o un librero intelectual (tanto monta), tirando de distintas cuerdas flojas. Mientras tanto, los interesados (me refiero sobre todo a los amigos de la «monja zen») están durmiendo la siesta numérica o mirándose el nabo a través de las sucesivas pantallas táctiles.

Y además, estoy muy ocupado, mucho, con un libro que nadie leerá. Así que, nada, cariño, lo dejamos hasta la próxima reencarnación. Dile a B., si le dices algo, que se relaje y siga con otras cosas. Además, querida proletaria, para qué estresarte más. Me conformo con esos piropos que me lanzas sobre cómo se te quedó la cabeza al leer esas pocas líneas sumergidas.

Para entretenerte todavía un poco, te envío este testimonio de un primer plano con una mujer (Amy) que me conmovió hasta las lágrimas, aunque ya sé que tú eres muchos más dura.

Abrazos y gracias de verdad por el esfuerzo,

Ignacio

Madrid, 30 de septiembre de 2015