Según la RAE la memoria es la «Facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado». ¿Es muy útil esta definición? Apenas dice nada. En todo caso, «retener» no es nada neutro, no puede aludir a nada ajeno al presente, a los intereses y la vida del sujeto. La memoria es cualquier cosa menos neutral, nada parecido a un archivo inerte del cual se extraen objetiva o libremente elementos disponibles del pasado. ¿Es fácil recordar? ¿Todo el mundo tiene memoria? Para empezar, fijémonos en que buena parte de la memoria es involuntaria. A la vez, siempre nos hacemos -o nos hacen- responsables de recordar o no recordar. A veces pasamos vergüenza si no recordamos un nombre, etc.
La memoria es nada mecánico, ajeno al conjunto complejo de una subjetividad. Supongamos que, en cuanto al tiempo de persistencia, existen tres tipos de memoria cognitiva: a) La memoria sensorial es la que retiene los datos durante un breve momento, de 1 a 2 segundos: se supone que es, por ejemplo, la memoria óptica que nos permite ver cine, televisión, un anuncio, etc.; b) La memoria a corto plazo que logra retener información de 15 a 20 segundos; c) La memoria a largo plazo que es capaz de guardar información de manera casi definitiva. Recuerdas desde pequeño, por ejemplo, el nombre en latín de una de las variantes del erizo de mar: Strongylocentrotus lividus. Nunca olvidarás, lo sabes, aquella luna fría de enero entre nubes fantasmales, mientras tu amigo y tú recorríais una carretera desierta.
Se recuerda lo que, de un modo u otro -sea debido a nuestro modo de ser o a las circunstancias- nos ha marcado, aquello que ha dejado huella en nosotros. Y esto vale tanto para la memoria cognitiva o consciente como para la llamada memoria procedimental, implícita o inconsciente. Ésta última es utilizada para realizar acciones que no requieren de un concepto: cosas como comer, montar en bicicleta, esquiar, bailar, etc. Pero la memoria, de algún modo, siempre es muscular: está ligada a los cuerpos -asocias inmediatamente una cara con un nombre- y requiere entrenamiento y esfuerzo. De ahí que, para recordar, a veces se recomienda «no pensar», dejarse llevar. Cuanto menos se piense, mejores resultados se obtendrán en algunas actividades que requieren memoria. «No mires a la rueda, sino a la carretera y al paisaje, delante». Como la reflexión, nuestra manía de «tomar conciencia», requiere salirse fuera de una situación, a veces se requiere lo contrario, fundirse con ella: «No pienses, déjate llevar por el ritmo», se nos dice para enseñarnos a bailar.
Sin duda la memoria se ejecuta removiendo cosas del pasado, entrando en él, modificándolo al recordarlo y cambiando así el presente. El hombre solo recordará aquellas cosas que le hayan dejado huella o marcado. Tal vez por esta razón, entre otras, no es fácil «recordar» el futuro, pues todavía no nos ha marcado. No obstante, como recordamos lo que nos dejado huella, por ello mismo, la memoria es considerada significativa de nuestro presente, de cómo lo vivimos. La memoria es indicativa para caracterizar a una persona: en función de las cosas que recuerda se puede averiguar a qué le da importancia. Todo el mundo nos juzgará por nuestra memoria, y tiene razón. Lo que se recuerda es una proyección de lo que hemos vivido, de la singularidad de la persona. «Dime qué recuerdas y te diré quién eres».
De todas maneras, por eso es siempre significativa de nuestro modo de ser, la importancia de la memoria estriba en una función en el presente, un instrumento de él. Lo queramos o no, jamás salimos del presente; es en él donde imaginamos y recordamos. En el presente el individuo se topa con accidentes que provocan un pequeño «efecto mariposa» en su interior; esto, estimula un recuerdo con frecuencia involuntario de las cosas. Y lo grave es que cualquier incursión en el pasado lo cambia, lo modifica y lo interpreta de otro modo. Se dice del futuro, pero lo cierto es que tampoco el pasado está escrito. Cada vez que hacemos esfuerzos por recordar entramos en nuevas capas de él, ponemos el acento en otro rasgos, lo modificamos. No somos el «producto» de nuestro pasado; si fuera así, simplemente, podríamos dejarnos llevar. Por el contario, como el pasado es un magma vivo, en movimiento, tenemos siempre que estar dialogando con él para saber qué dice.
Además, tenemos la memoria para resistir al presente, con frecuencia difícil. Para dinamitar el presente, decía W. Benjamin. Nuestra experiencia, nuestra forma de vivir el pasado, depende de qué presente busquemos, de qué futuro deseemos. Recordar es con frecuencia subversivo, modifica nuestra relación con el presente, con el futuro que le espera. Al respecto, recordemos que casi todas las revoluciones se hacen en nombre de un pasado no cumplido o no del todo muerto, un pasado que habría que recuperar: la revolución francesa rememora a Roma; la revolución nazi remueve mitos germánicos… Y o mismo ocurre en el plano personal: si quiero, si necesito dar un salto en mi vida, es porque siento que, en este presente, la masa viva de mi pasado está sepultada, desactivada.
Se debe mencionar que recordar, igual que pensar, es una actividad para la que a veces hace falta valor, pues puede jugar malas pasadas. Para empezar la imaginación, teóricamente lanzada hacia el futuro, está profundamente ligada a la memoria: en ésta nunca se trata de escoger en un archivo disponible, sino de rebuscar, a veces cambiando, en los rastros de ,o vivido. De hecho, conforme vivimos nuestro pasado también se mueve. Cuanto más viejo es un hombre más ahonda en su infancia.
El olvido es en todo caso una de las funciones de la memoria. Recordar está ligado a la voluntad de las personas para vivir de un modo u otro su presente. Pero no se puede recordar continuamente: a veces, para vivir, hay que olvidar. «No puedes seguir en política si eres rencoroso», decía un hombre público dudoso. Pero algo parecido se podría decir de la vida común. No hay hombre honesto que no haya de mentir diez veces al día, recordaba Borges. Los olvidos pueden ser comprensibles, obligados, convenientes o imperdonables… Pueden ser sinónimo de un perdonarse a sí mismo, de una voluntad de cambio, de dar cabida a nuevas cosas. El olvido de una anterior pareja es imprescindible para darnos segundas oportunidades o aprender a vivir de otro modo. Se podría decir que la memoria es una escalera de acceso que hay que saber tirar a cierto tiempo para poder vivir algo nuevo. Si recordamos demasiado, ni siquiera podríamos decidir y actuar. Vivir exige seleccionar, excluir y olvidar. «En toda acción hay olvido», decía Nietzsche.
Ahora bien, el futuro no es tanto lo que aún no ha llegado, como lo que adivinamos o intuimos en el movimiento actual del presente, en sus temblores. Y como la memoria es una función del futuro, del porvenir del presente, es normal que esté en entredicho. Al menos coyunturalmente, la memoria es una especie -otra más- en peligro de extinción. El estilo de vida urbano en la actualidad, bastante monótono fuera del ámbito laboral, sujetado por la obsesión del bienestar y la seguridad, busca la ausencia de complicaciones o abruptas situaciones de presión. Tendemos a una experiencia sin relieve que enseña poco, ha excluido el peligro y es difícilmente memorable. Si nada nos deja huella, mientras los impactos virtuales se suceden cada hora, ¿qué vamos a recordar? Los profesores, los padres, los músicos, los poetas y los cineastas no lo tienen fácil, lo mismo que todos los creadores. Nos rodea una desmemoria tan generalizada como recortada y plana es nuestra experiencia real de las cosas. Todos tenemos que actualizarnos» cada semana y, a ser posible, lograr otro efecto viral… incluso para que los amigos nos recuerden.
Se vive en una sociedad en la que se ha automatizado casi todo en entornos climatizados. Pero una tecnología corporal, sea la imaginación o la vista, tiene siempre algo que ver con lo muscular. Y ya no hace falta ejercitar el «músculo» de la memoria: ni para recordar un número de teléfono, un cumpleaños o un rasgo de una persona… Lo encontrarás en tu agenda, tu calendario o Internet. Cuando se garantiza todo a la especie, esa catarata de facilidades con la que se nos convierte en mascotas, ya no necesitamos armas con las que dinamitar el presente. Éste fluye, como una pantalla táctil. ¿Hay aquí un nuevo problema psíquico y político? Probablemente. Las pizzas, como el conocimiento y las imágenes, llegan a domicilio. Por lo tanto, no se requiere de la memoria para saber cómo debemos actuar en un presente servido.
Todo esto es quizás una gran trampa, pues nos endeuda a un entramado general que nos obliga a olvidar nuestra radical individualidad. Pero la sociedad, el espectáculo de masivo, es el mito de la época… y un mito no se discute. Se trata de una coacción, y una servidumbre voluntaria, profundamente ligadas a la actual crisis de la presencia y del encuentro. Se trata, en suma, de la consiguiente desactivación de las técnicas corporales por una tecnología numérica que podría caracterizarse de invasiva. Es posible que los constantes homenajes, efemérides, centenarios y Días mundiales oficiales sean la cara externa de una corrosión profunda de la memoria en las vidas. Lo cual querría decir, dado el papel de la memoria más animal en nuestra proyección, que nuestro futuro ha dejado de estar en nuestras manos.