Queridos amigos,
Bienvenidos a un curso que promete resultar inolvidable. Mientras explosiones sin fin convierten Gaza en escombros, seguimos usando alegremente la comparación entre Rusia e Israel como dos potencias maléficas que merecen el mismo repudio.
Atendamos entonces a cómo razona un miembro destacado de la intelligentzia que está detrás, muy atrás del Kremlin, incluso seriamente enfrentado a él. ¿No es Putin lo peor? Escuchemos pues el modo de razonar de esa Rusia profunda que un día, con Solzhenitzyn y otros, quisimos poner de nuestro lado, liberándola de la melancolía de la tundra para que abrazase los traslúcidos valores occidentales.
Temo que pocos de vosotros se atreverán a recorrer esas casi veinte páginas, plagadas de sorpresas, de «Una mala ruptura con Europa». Primero porque se trata de un intelectual ruso, que además no es enemigo declarado de Putin –aunque discuta seriamente sus tesis–, y Rusia ha caído hace tiempo del lado del mal. En segundo lugar creemos, desde una arrogancia europea que Karanágov fustiga, conocer de sobra a esa nación de tercera. Es una lástima, pues el artículo de Sergei Karagánov, demasiado espiritual para ser un simple halcón, está lleno de anuncios.
La primera nota desconcertante de «Una mala ruptura con Europa» es que no nos habla a nosotros, ni le interesamos ni intenta convencernos de nada. Al contrario, declara como un craso error –que ha alimentado nuestro engreimiento– la tradicional eurofilia de Moscú. Lejos de ese supuesto mantra de las élites rusas, Karagánov plantea rotundamente un «retorno a casa», al santuario de una Siberia que permita hacerse más fuertes y afrontar una probable guerra termonuclear.
«Es necesario por fin renunciar, al menos a nivel de expertos, a la tontería heredada de la época de Gorvachov y Reagan: la afirmación de que ‘en una guerra nuclear no puede haber vencedores y por tanto no debe desencadenarse'» (p. 12).
No se lo pierdan. Mientras las élites europeas gesticulan ante el espanto totalitario que encarnaría Putin, Karagánov considera que la tibieza de Moscú con Europa ha agigantado nuestra vanidad hasta niveles de megalomanía autista. Aunque este investigador reconoce que el «injerto europeo» en el tronco de la cultura tradicional rusa ha producido la «mejor literatura del mundo» [sic], y un poder científico y militar sin precedentes, a la vez ha debilitado a Rusia con falsas esperanzas. Además, según él, alimentó el «embrutecimiento» europeo con una arrogancia suicida.
Ya me contaréis, en el caso improbable de que os decidáis a probar este amargo billete transiberiano. Un abrazo,
Ignacio Castro