Queridos J. y K.,

Antes de nada, perdonad el tono un poco irónico de esta carta. El artículo de Yasnaya en El País (curioso medio para buscar la liberación) no lo pude leer entero. Solo la puntita: exigían no sé qué clave que no pude introducir. Mi torpeza tecnológica me salva de la fluidez global, de la pesadilla monocorde que es el mundo mundial.

Pero lo poco que leí ya prometía lo mejor. Para empezar, el título: «Escribir ante la catástrofe». Si lo que le rodea a una es la catástrofe, sin más matices, una se convierte casi automáticamente en portavoz de la redención, en adalid de otro mundo por venir. Si lo que queda atrás es solo o básicamente la catástrofe, además, el mundo es el mismo en todas partes (Nueva York y una aldea perdida zapoteca), con lo cual valen los mismo remedios. Se trata de una premisa de la ideología global que yo no puedo aceptar, pero funciona.

Funciona. De tal forma que las y los líderes «indígenas» se convierten a veces en portavoces de los mismos remedios que se venden en la Quinta Avenida. Así, la misma empresa que ha generado la «catástrofe» te vende después el remedio: no, gracias, suena demasiado conocido.

Desconfío de esta nivelación que, casi automáticamente, pone otra vez la dirección de los movimientos emancipatorios en el mismo epicentro del sismo wasp que nos sodomiza, a «indígenas», mexicanos blancos, brasileños pobres y españoles un poco menos pobres.

Me acordé también, leyendo eso poquito de Yasnaya, del artículo de Agamben sobre Greta Th., «acusándola» de utilizar a fondo el miedo, la proyección mesiánica que antes se le otorgaba a la religión, y la escatalogía de una liberación que, indefectiblemente, pasa por extender a Chile y a España la receta del norte: ser libres significa estar solos e insularizados, cada uno en su cápsula (como la misma Greta en su autismo), para así poder multiplicar los contactos tecnológicos y siderales por fuera.

Sobre esto no se extendía Agamben, pero es curioso cómo todas las quejas contra las opresiones de ayer y hoy (patriarcado, etc.) parecen concluir en que México o Colombia se parezcan cada día más a Suiza o Wisconsin, con una multitud de seres solitarios que se auto-explotan a sí mismos con la ayuda de un estado benefactor. Liberación solipsista con subvenciones estatales, destruyendo todo lo que de comunitario quede en la tierra. Las quejas de tantas mujeres sobre el patriarcado, olvidando que son muy distintos según los sitios y que siempre están asociados a un matriarcado, recuerdan demasiado a la queja norteña contra toda clase de compromiso en el afecto, unos vínculos afectivos que siempre generan autoridad. Como decía Lacan, padre es quien «trabaja para todos»: es normal que quiera ser querido. ¿Queremos de verdad romper con eso y con las madres asociadas?

Además, ¿qué tendrá que ver el «patriarcado» judío, o danés-protestante, con el patriarcado que opere en S. María Yaviche? Todo patriarcado (también en Galicia y en Euskadi) funciona asociado a un matriarcado, y romper con eso, como si fuera una maldición en bloque, es arrojar a la gente al individualismo de Los Ángeles. ¿Queremos eso, para ser verdaderamente modernos y estar a la moda? En mi caso, me quedo con lo que queda de oscura comunidad gallega, madres y padres incluidos. Peor aún, hermanas y cuñados.

Desgraciadamente, lo que leí de Sandra Xinico Batz (curiosos apellidos) tiene puntos de convergencia con estos temores y sospechas. Primero, dice ella, la historia de Guatemala «no es un enigma». Vaya, ahora resulta que varios siglos de historia de una tierra remota, dejada de la mano de Dios, no posee una pizca de complejidad y se puede resumir en un rápido mantra que, otra vez, es perfectamente comprensible en Nueva York: violencia, terror, mentiras, genocidio, misoginia… Hasta en el lenguaje Sandra recuerda demasiado a cualquier varón progresista desarrollado: patriarcado transversal-interseccional, qué lenguaje…

Yendo al grano: ¿Nada bueno en tantos siglos de historia? ¿Todo ha sido una pesadilla y vamos nosotros, las que hemos leído a Betty Friedman y Judith Butler, a liberar por fin a los pueblos de siglos y siglos de sangre? Qué ejercicio de modestia. Y perdonad, pero recuerda otra vez a una vieja historia que recordaba Kiado: la misma empresa canadiense extractora, después de consumar el expolio, lleva detrás una ONG humanitaria asociada que va brindando ayuda y reordenando los restos.

Por otra parte, si el pasado ha sido tan monocorde y negro, ¿cómo Sandra es capaz de hablar entonces con tanta rotunda claridad? ¿Desde qué planeta viene?

¿La colonización española practicó la violación de mujeres en masa, al estilo del poder belga en África? El catolicismo, la religión sureña del amor (muy distinta al frío protestantismo del norte) que convirtió a los «indios» en súbditos de la corona, en igualdad de condiciones que los castellanos, ha colaborado a fondo en las matanzas? Pero, entonces Fray Bartolomé y tantos otros defensores de los indígenas, no se explican muy bien de dónde vienen…

En fin, escribir con trazos gruesos facilita la labor de oposición, de resistencia y liberación, pero corre el peligro de hacer una liberación en el aire, elitista, que no comprende la complejidad de los lazos de poder tradicionales, donde opresión y felicidad, patriarcado y matriarcado, abusos y protección, tal vez se mezclaban.

El desprecio hacia la vida de tantas mujeres indias, recuerda Sandra. Seguro, y un desprecio del que nunca sabremos lo suficiente (y casi mejor no saber). Pero los varones indios patriarcales, ¿no sufrieron también una masacre que dejó a veces desprotegidas a sus propias mujeres? Supongo que no vamos a decir ahora que ser viuda es mejor que sufrir el patriarcado de sus propios hombres.

Se dirá que la protección es otro concepto patriarcal. Pero entonces estamos en el horizonte que señalaba Jazmín: un futuro sueco donde el estado limita su «protección» al derecho a ser completamente independiente y vivir y morir solos, como ratas limpias en un laboratorio. Una vez más, ¿queremos eso, esa ausencia de comunidad y de su interdependencia, imitando lo peor del capitalismo? Lo peor del capitalismo no solo es el patriarcado, el racismo, el colonialismo… Sino la soledad que promete como horizonte para sus beneficiarios, el aislamiento (sin patriarcado ni matriarcado) que se exige para que un ciudadano moderno esté siempre inseguro y sea buen productor y consumidor.

Tiene gracia que, en más de un sentido (lo señalaba Badiou en La verdadera vida), con frecuencia el feminismo redentor, incluso en estas versiones originarias, puede aparecer como un raudal considerable de aportación de sangre fresca para el turbocapitalismo. En un punto además en que las dos mujeres no mencionan: esa dialéctica entre aislamiento individualista real y socialismo tecnológico virtual que (libre de patriarcado y de todo hábito de proximidad, dependencia, protección y ayuda) parece ser la promesa elitista de emancipación que promete el Norte. ¿Están estas dos mujeres libres de ese elitismo homomatriarcal, que podría ser una quinta columna (un Caballo de Troya) incrustada en sus respectivas comunidades?

No me hagáis caso, seguro que estoy otra vez exagerando, para liberarme (a mi vez) de la complejidad del problema. Mi odio mítico al puritanismo norteño seguro que me lleva por una vía excesivamente maximalista, que me ahorra el compromiso y los matices.

Pero gracias por esta oportunidad, pues estoy trabajando en temas afines. Me meteré más a fondo en documentos parecidos, a ver si confirmo o no mis paranoias. Qué lástima que no dispongamos de un Illich que haya deconstruido estas posibles complicidades de algunos feminismos con lo peor del capitalismo, esta fluidez anti-patriarcal que se nos vende.

Un abrazo a los dos y besos a Socorro, a quien los tres queremos,

Ignacio

Madrid, martes 25 de febrero 2020