Discurso de Ivan Illich frente al CIASP (Conference on InterAmerican Student Projects) en Cuernavaca, Morelos, México.20 de Abril de 1968.

 

En las conversaciones sostenidas hoy me impresionaron dos cosas que quiero comentarles antes de presentarles mi discurso. Me impresionó que reconocieran que la motivación de los voluntarios estadounidenses en otros países proviene en su mayor parte de sentimientos y conceptos muy alienados. De igual manera, me impresionó lo que llamo un paso hacia adelante entre los que quieren ser voluntarios como ustedes: están abiertos a la idea de que lo único por lo que se puede ser voluntario en America Latina es la falta de poder voluntaria, presencia voluntaria como receptores, y como tales esperamos que estén amados o adoptados, sin ninguna posibilidad de devolver el regalo.

Me impresionó también la hipocresía de la mayoría de ustedes: la hipocresía de la atmósfera que domina aquí. Lo digo como un hermano que habla con sus hermanos y hermanas. Lo digo con mucha resistencia dentro de mí mismo, pero se debe decir. Su conocimiento, su estar abierto a las evaluaciones de los programas anteriores, los convierte en hipócritas ya que (la mayoría de) ustedes ha decidido pasar el próximo verano en México y, por ello, no están dispuestos a explorar lo suficiente respecto a la reevaluación de su programa. Cierran los ojos porque quieren seguir adelante y no lo podrían hacer si se fijaran en algunos detalles. Es posible que esta hipocresía es inconsciente en la mayoría de ustedes. Intelectualmente están listos para reconocer que las motivaciones que pueden haber legitimado las acciones de voluntarios fuera de los Estados Unidos en el 63 no pueden ser usadas para la misma acción en el 68. El comienzo de la década, para los estudiantes estadounidenses bien situados las «vacaciones con mission» entre mexicanos pobres era «la» cosa que había que hacer: la preocupación sentimental por la recién descubierta pobreza al sur de la frontera, combinada con una ceguera total frente a una pobreza mucho peor en casa, justificaban tales excursiones benevolentes. El conocimiento intelectual de las dificultades de una acción voluntaria fructífera no había desilusionado al espíritu de los CuerposVoluntarios de Paz al estilo papal o con estilo propio.

Hoy en día, la existencia de organizaciones como la vuestra es una ofensa para México. Quería hacer esta declaración para explicar porqué me siento mal acerca de ello y para despertar su conciencia acerca de que las buenas intenciones no tienen mucho que ver con lo que estamos discutiendo aquí. Al infierno con las buenas intenciones. Este es una declaración teológica. Con sus buenas intenciones no ayudarán a nadie. Hay un dicho irlandés que reza que el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones. La frustración que la participación en los programas CIASP puede significar para ustedes podría llevarlos a nuevos conocimientos: que los mismos estadounidenses pueden recibir el regalo de la hospitalidad sin la menor capacidad de pagar por ella, o el conocimiento de que para algunos regalos ni siquiera se puede decir «gracias».

Ahora paso a mi disurso preparado.

Señoras y Señores, durante los últimos seis años me he hecho famoso por mi creciente oposición a la presencia de algunos y todos los «bienhechores» estadounidenses en Latino América. Estoy seguro de que saben de mis esfuerzos actuales para obtener la retirada voluntaria de todos los ejércitos de voluntarios estadounidenses en Latino América ¾misionarios, miembros de los Cuerpos de Paz y grupos como el de ustedes¾, una «división» organizada para la invasión benevolente de México. Ustedes estaban conscientes de estas cosas cuando me invitaron entre todos los asistentes a ser el orador prinicipal de su convención anual. Esto es asombroso: Solo me queda concluir que su invitación significa una de al menos tres cosas: Algunos de entre ustedes pudieran haber llegado a la conclusión de que la CIASP debería o disolverse, o bien sacar la promoción de ayuda para los mexicanos pobres de sus propósitos institucionales. Por ello me podrían haber invitado para ayudar a otros a llegar a la misma decisión. También me podrían haber invitado para aprender cómo tratar con las personas que piensan de la misma manera que yo, cómo discutir exitosamente con ellos. Ahora es cosa común que se invite a los portavoces del movimiento Black Power para que se dirijan a los Clubes de Leones. Siempre es necesario incluir a una «paloma» en la discusión pública organizada para aumentar la beligerancia de los EE.UU.

Finalmente, me podrían haber invitado, esperando que serían capaces de estar de acuerdo con la mayor parte de lo que digo y luego seguir adelante con la buena fe y trabajar durante este verano en los pueblos mexicanos. Esta última posibilidad está abierta solamente para aquellos que no escuchan o que no pueden entenderme. No vine aquí para pelear. Estoy aquí para decirles y, en lo posible, convencerlos, que espero detenerlos de imponerse pretenciosamente sobre los mexicanos. Tengo una profunda fe en la enorme buena voluntad del voluntario estadounidense. Sin embargo, su buena fe se puede explicar usualmente solo mediante una falta abismal de delicadeza intuitiva. Por definición no pueden ayudar siendo, en última instancia, vendedores del American Way of Life de la clase media que está de vacaciones, ya que ésta es la única vida que conocen realmente. Un grupo como éste no pudo haberse desarrollado a menos de que un sentimiento común los hubiera apoyado: la convicción de que cualquier verdadero americano debe compartir los regalos de Dios con sus compañeros más pobres. La idea de que cada uno de los americanos tiene algo que dar y que siempre tiene permiso, puede y debería darlo, explica cómo se les ocurrió a los estudiantes que pudieran ayudar a «desarrollarse» a los campesinos mexicanos, pasando unos cuantos meses en sus poblados. Naturalmente, esta convicción sorprendente fue apoyada por los miembros de una orden misionera que no tendría razón de ser a menos que tuvieran la misma convicción, con excepción de una mucho más fuerte. Ha llegado el momento de curarlos a ustedes de este mal. Ustedes y los valores que representan son el producto de una sociedad americana de hacedores y consumidores, con su sistema de dos partidos, su sistema escolar universal y su flujo de autos familiares. Son, en última instancia, conscientemente o inconscientemente, «vendedores» de un ballet despistante de ideas de democracia, de igualdad de oportunidades, así como de la empresa libre entre personas que no tienen la posibilidad de beneficiarse de ellas mismas. Después del dinero y las armas, el idealista americano es el tercer bien de exportación más grande de los Estados Unidos. Éste aparece en cualquier teatro del mundo: el maestro, el voluntario, el misionero, el organizador de la comunidad, el desarrollador económico y los ociosos bienhechores. Idealmente, estas personas definen su rol como el de servicio. En realidad terminan frecuentemente aliviando el daño causado por el dinero y las armas o «seduciendo» a los «subdesarrollados» con los beneficios del mundo de la prosperidad y los logros.

Tal vez para las personas estadounidenses ha llegado el momento de llevar a casa el conocimiento de que el tipo de vida que han elegido no está lo suficientemente vivo como para ser compartido. Ahora debería ser evidente para todos los americanos que los Estados Unidos están metidos en una tremenda lucha por sobrevivir. Los Estados Unidos no pueden sobrevivir si el resto del mundo no está convencido de que aquí tenemos el cielo en la tierra. La sobrevivencia de los Estados Unidos depende de que todos los así llamados «hombres libres» acepten que la clase media estadounidense «los hizo». El tipo de vida de los estadounidenses se ha convertido en una religión que debe ser aceptada por todos aquellos que no quieren morir por la espada o por el napalm. En todo el mundo, los Estados Unidos luchan para proteger y desarrollar por lo menos una minoría que consume lo que la mayoría estadounidense puede pagar. Este es el propósito de la Alianza para el Progreso de la clase media que los Estados Unidos firmaron con América Latina hace algunos años. Sin embargo, esta alianza comercial a menudo debe ser protegida con armas que permite a la minoría que logra «hacerla» proteger sus adquisiciones y logros. No obstante, las armas no son suficientes como para permitir que la minoría gobierne. Las masas marginadas se vuelven agrestes a menos de que se les proporcione un credo o una creencia que explique el status quo. Esta tarea le es asignada al voluntario estadounidense, sea éste un miembro de la CIASP o un trabajador del así llamado «Programa de Pacificación» en Vietnam (u otras partes del mundo). Los Estados Unidos están involucrados actualmente en una lucha de tres frentes para afirmar sus ideales de una democracia orientada hacia la adquisición y el logro. Digo «tres» frentes dado que tres grandes áreas del mundo están desafiando la validez de un sistema político y social que hace aún más ricos a los ricos y que margina paulatinamente a los pobres. En Asia los Estados Unidos están amenazados por un poder establecido: China. Los Estados Unidos se oponen a China con tres armas: Las diminutas élites asiáticas que no podrían tener mejor suerte que una alianza con Estados Unidos; una inmensa máquina de guerra para detener a los chinos de «tomar el poder», como se dice comúnmente en este país y; la reeducación forzada de las así llamadas personas «pacificadas». Aparentemente, los tres esfuerzos están fallando. En Chicago los fondos para combatir la pobreza, las fuerzas policiacas y los predicadores parecen no avanzar con sus esfuerzos, constatando la falta de voluntad de la comunidad negra a la hora de esperar la integración gratuita al sistema. Finalmente, en América Latina la Alianza para el Progreso ha tenido bastante éxito con respecto al aumento de personas a quienes no podría irles mejor, es decir, las diminutas élites de las clases medias, por lo que ha creado condiciones ideales para las dictaduras militares. Anteriormente, los dictadores estaban al servicio de los dueños de las plantaciones. Ahora protegen a los nuevos complejos industriales. Por tanto, ¡ustedes vienen a ayudar al vencido a aceptar su destino dentro de este proceso! Todo lo que harán en un poblado mexicano será crear el desorden. En el mejor de los casos, pueden intentar convencer a las chicas mexicanas de que deberían casarse con un joven exitoso, rico, con un consumidor que padece una falta tan grave de respeto por la tradición como cualquiera de ustedes. En el peor de los casos, con su espíritu de «desarrollo de la comunidad» crearán los suficientes problemas para que alguien sea matado a tiros de pistola después de que terminen sus vacaciones y de que se apresuren a regresar a sus barrios de clase media donde sus amigos hacen bromas sobre los «espaldas mojadas».

Comienzan su tarea sin ningún entrenamiento. Hasta el Cuerpo de Paz gasta alrededor de $ 10,000 por cada miembro del Cuerpo para ayudarle a adaptarse a su nuevo ambiente y para protegerlo del choque cultural. Qué raro que nadie nunca pensó en gastar dinero en educar a los mexicanos pobres y así protegerlos del choque cultural de conocerlos a ustedes. De hecho, ni siquiera pueden encontrarse con la mayoría a la que pretenden servir en América Latina, aun si hablaran su idioma, lo que la mayoría de ustedes no es capaz de hacer. Pueden dialogar solamente con aquellos que se parecen a ustedes, es decir, con las imitaciones latinoamericanas de la clase media norteamericana. Para ustedes no hay manera de encontrarse realmente con los subprivilegiados, o sea, con la mayoría de la población, dado que no existe una base común para que ustedes se encuentren. Permítanme explicar esta declaración y explicar también porqué la mayoría de los latinoamericanos con quienes ustedes podrían establecer una comunicación, estarían en desacuerdo conmigo. Supongan que este verano van a un gueto estadounidense donde intentarán ayudar a los pobres de ahí a «ayudarse a ellos mismos». Pronto les escupirían o se reirían de ustedes. Las personas ofendidas por sus pretenciones los golpearían o les escupirían. Las personas que entienden que la mala consciencia de ustedes los empujan a este gesto estarían riéndose condescendientemente. Pronto se les aclarararía su irrelevancia entre los pobres, su status de estudiantes universitarios de clase media con una asignatura de verano. Se les rechazaría contundentemente, sin importar si su piel es blanca ¾como son los rostros de la mayoría aquí presente¾ o morena o negra, como algunas pocas excepciones que de alguna manera se infiltraron aquí.

Sus reportes sobre su trabajo en México que me envian tan amablemente transpiran  auto-complacencia. Sus reportes sobre el verano pasado comprueban que ni siquiera eran capaces de entender que su buenhacer en un poblado mexicano es aún menos relevante de lo que sería en un gueto estadounidense. No solamente hay un abismo entre lo que ustedes tienen y lo que los otros tienen, abismo aún más grande que aquel que existe entre ustedes y los pobres en su propio país. También hay una distancia incomparablemente mayor entre lo que sienten y lo que los mexicanos sienten. Esta diferencia es tan grande que en un poblado mexicano ustedes, como americanos blancos (o culturalmente americanos blancos), se pueden imaginar en la misma situación en la que vivia un predicador blanco al ofrecer su vida cuando se dirigía a los esclavos negros en una plantación en Alabama. El hecho de que vivan en chozas y que coman tortillas durante unas cuantas semanas solo hace un poco más pintoresco a su grupo bien intencionado. Las únicas personas con quienes pueden aspirar a establecer una comunicación son algunos miembros de la clase media. Y recuerden, por favor, que dije «algunos» referiéndome a una diminuta élite en América Latina. Ustedes vienen de un país industrializado tempranamente que ha logrado integrar a la mayoría de sus ciudadanos a la clase media. En los Estados Unidos el haber terminado el segundo año de la universidad no es ninguna distinción social. De hecho, la mayoría de los americanos tienen ahora este tipo de escolaridad. En este país, cualquiera que no haya terminado la preparatoria es considerado como subprivilegiado. En América Latina, la situación es bastante diferente: el 75 % de la población abandona la escuela antes del sexto año. Consecuentemente, las personas con la preparatoria terminada forman una pequeña minoría. Luego, una minoría de esta minoría continua su educación y se inscribe en alguna universidad. Entre estas personas encontrarán a sus educativamente iguales. Al mismo tiempo, una clase media es la mayoría en los Estados Unidos. En México, es una élite diminuta. Hace siete años, su país comenzó y financió la así llamada «Alianza para el Progreso». Fué una «Alianza para el Progreso» de las élites de clase media. Ahora bien, entre los miembros de esta clase media encontrarán a pocas personas dispuestas a pasar su tiempo con ustedes. Y son, curiosamente, aquellos «niños buenos» a quienes también les gustaría calmar en sus consciencias agitadas, «haciendo algo bonito para la promoción de los pobres indígenas». Naturalmente, cuando ustedes y sus contrapartes mexicanas se encuentren, se les dirá que están haciendo algo valioso, que se están «sacrificando» para ayudar a los otros. Y será el sacerdote extranjero el que confirmará especialmente la imagen que ustedes tienen de ustedes mismos. Después de todo, su subsistencia y el sentido de su propósito depende de su firme creencia en una misión de año completo del mismo tipo que una misión de vacaciones.

Existe el argumento de que algunos voluntarios que regresaron habían obtenido una visión del daño que han hecho a los otros y que, por ello, se convierten en personas más maduras. Sin embargo, se menciona menos frecuentemente que la mayoría de ellos están ridículamente orgullosos de sus «sacrificios de verano». Posiblemente también hay algo de cierto en el argumento de que los hombres jóvenes deberían ser promiscuos durante una época para darse cuenta de que el amor sexual es más bello en una relación monógama. O que la mejor manera de liberarse del LSD es intentarlo por un periodo. O también, que la mejor manera de entender que su ayuda en el gueto no es necesaria ni solicitada es intentarla y fallar. No estoy de acuerdo con estos argumentos. El daño que los voluntarios causan involuntariamente es un precio demasiado alto para reconocer que, en primer lugar, no deberían haber sido voluntarios. Si tienen el menor sentido de responsabilidad, quédense en casa con sus revueltas. Esperen las siguientes elecciones: Sabrán lo que hacen, porqué lo hacen y cómo comunicarse con aquellos con quienes hablan. Y sabrán cuando fallen. Si insisten en trabajar con los pobres, si esa es su vocación, entonces trabajen con los pobres que les puedan decir que se vayan al diablo. Es increíblemente injusto por su parte imponerse en un poblado donde ustedes están tan sordos y mudos, lingüísticamente hablando, que ni siquiera entienden lo que están haciendo o qué piensan las personas a las que están «ayudando». Crean un daño profundo cuando definen algo que quieren hacer como «bien», «un sacrificio» o «ayuda». Estoy aquí para sugerirles que renuncien voluntariamente a ejercer el poder que tienen por ser estadounidenses. Estoy aquí para recomendarles renunciar consciente, libre y humildemente al derecho legal que tienen de imponer su benevolencia sobre México. Estoy aquí para desafiarlos a reconocer su incapacidad y su falta de poder para hacer el «bien» que intentan hacer. Estoy aquí para recomendarles usar su dinero, su status y su educación para viajar a América Latina.

Vengan a ver, vengan a escalar nuestras montañas, disfruten nuestras flores. Vengan a estudiar.

Pero no vengan a ayudar.