Fíos da alma. Teatriños de lo imposible. Jorge Naval. Arranca ed., Madrid, 2025*
La existencia clandestina de Jorge Naval como pensador, lector y erudito, dice mucho del bucle cultural en el que vivimos, allí donde la miseria académica y la obscenidad televisiva se alían para cerrar el complot contra lo real que nos hace globalmente autistas. Que Naval apenas sea conocido en la filosofía española indica que casi todo lo que conocemos de ella debía de ser harto sospechoso.
Seguir las corrientes subterráneas requiere una conspiración casi nocturna. Este libro es eso. También es el diario de alguien que no renuncia a la humilde, a la terca fidelidad de tener un alma. Con la minuciosidad propia de un relojero, Jorge Naval se propone en estas trescientas páginas atender a lo impersonal y anónimo, al cualsea de los seres escondidos en nuestra perpetua iluminación, secretamente poblada de hilos. Fíos invisibles en los que todo conspira y se relaciona, aunque sea a distancia. La más inconcebible lejanía alienta en cada ser, y esto es de lo que se ocupan nuestros Teatriños, donde la fragilidad del saltimbanqui es una figura central.
En medio de nuestro estruendo social, una orfebrería de lo ínfimo y cambiante sólo pudo ensayarse con un trabajo en el silencio de las noches. Sí, como si fuera necesario sorprender a la impiedad del día desde un huso horario donde los vínculos reales sean otra vez posibles. Quizá una de las primeras tareas políticas, en este mundo sometido a una despiadada radiación, es no dormir muy bien. En principio, en medio del despotismo de la visibilidad es fácil liberarse, pues bastaría con dar un paso al margen. El único problema es que los nuevos apóstatas, conspirando bajo un complot contra el alma que está consensuado hasta el último hilo, conocerán una soledad que apenas rozó a nuestros abuelos. Hoy Naval nos recuerda, citando a Vallejo, que hay gente tan desgraciada que ni siquiera puede tener un cuerpo, yaciendo así casi invisibles. Pero es preciso recordar que en este libro el «casi» lo decide todo.
Hay que estar muy preparados, sin embargo, para la conversión a lo inmediato que se propone en Fíos da alma, un libro que se demora en aleaciones prohibidas y es completamente ajeno al miedo atávico que guía nuestra velocidad de escape. Es constante el retorno de estas páginas a vivir y pensar la sustancia de las gotas, aquello que apenas es un punto de vibración. Heredera de Benjamin y Agamben, la apuesta de Jorge Naval por lo necesariamente contingente nos invita a atender una existencia que no necesita cables ni coberturas, pues mantiene toda clase de vínculos en su más escondida intimidad. Esto quiere decir que en cualquiera momento, en cualquier ser, hay una procesión que va por dentro.
En la fluidez de esta dureza optimista es posible que Naval está más cerca de Leibniz que de Kant. Lo importante, sin embargo, son las verdades que nos dona en este libro la literatura, de Rilke a Celan, de Cervantes a Kafka o Rimbaud.
No hay aislamiento sin vínculo, igual que no se da en Fíos da alma ninguna puntada sin hilo. La soledad es en nuestro libro una encrucijada de la que parten todos los caminos. A la manera de María Zambrano, Naval genera un público potencial en el acto mismo de crear y tender hilos imprevistos. Y ello con una obra inmensa y miniaturista, subdividida en escenas y pequeños teatros de encuentro. En cada uno de ellos la irreparable soledad de algunos pálpitos permite encontrar un abrigo, la morada propia de cada intemperie. Nuestras escasos santuarios actuales han de conseguir que el frío exterior se haga al fin habitable. Con estos hilos sentimos que la tarea mesiánica de los solitarios es forjar una especie de aristocracia del subsuelo, una vanguardia de lo abierto.
Como un orfebre nocturno, maestro de aleaciones imprevistas, Naval ensaya incansablemente la copia, una traducción que es a la vez variación. Reproduce colores, formas y sombras; calca palabras, susurros y silencios. Todo lo relevante es difícil, y todo resulta relevante en este inmenso retablo del corazón. Copiar una y otra vez es para Naval embeberse de lo extraño, del extranjero que habita en el centro. Algo así como aprender de memoria, par coeur, aquello que es común y a la vez subsiste enterrado. Copiar es al mismo tiempo calco y versión. De paso que se imita algo, se le empuja a una pequeña variación que lo hace comunicable. Y en esa pequeña diferencia de un casi continúa la llama, la pulsión humilde de una épica, aquello que siempre se debate en la tormenta y a un paso de la desaparición.
En la ausencia se posa el dios, escribe Jorge Naval, un mesías que puede venir cuando no se le necesita y sin perjudicar a nadie. Las criaturas viven administrando su éxtasis, nos recuerda en estas páginas Emily Dickinson, aunque solamente el verano debe saberlo. ¿El verano sería sólo la imagen de cualquier despertar, de un mediodía que reabsorbe las sombras?
Estos teatros de lo imposible son también un canto a los guijarros del camino, a aquellos humildes seres caídos en los que también se demoraba Machado. Desde una sensibilidad galaico-portuguesa, este libro intenta narrar el renacimiento latente de todo aquello que es poco más que un hilo. Eternamente corruptible y fugaz, cualquier criaturita encarna ahora una promesa humilde de felicidad. Estamos así ante una Summa de casi todo lo pendiente. Lo abandonado y sumergido, lo perdido y fracasado, albea de nuevo en umbrales. Es como si un Arca de Noé salvase otra vez la innumerable reproducción de las cosas, pero sólo muy cerca de su irremediable perdición.
Ignacio Castro Rey. Madrid, 1 de junio de 2025
* Una versión más breve de esta reseña se publicó en la revista Zenda el pasado sábado 14 de junio.