Buenas noches, A.,

Has leído mi envío varias veces, dices. Y tal como te vi, te creo. Gracias y disculpa. Mea culpa, sin perdón. Cuando además me paso el día criticando a la gente «muy ocupada» que hace lo mismo y no responde durante días y días.

La carta «Vosotros» la hice para unos alumnos con los que tengo buena relación, a los que quiero tal vez más que ellos a mí, pero que están en las antípodas de tus valores. Y sobre todo, de tu valor. Si tú, con ese valor que muestras, no eres nadie, a mí me gustaría seguirte y tampoco serlo. Pues tal vez solo los nadie pueden ser alguien, cualquiera, algún día. Y desde ahí descolgarse del carrusel general para ver el mundo con ojos marcianos, que es hoy tal vez la única mirada que puede arrancar algo de sentido común a un uni-verso taladrado por los códigos de la información.

Tienes razón e cuento a nuestra eterna manía de la crítica. Con frecuencia nos aparta de aceptar las cosas, las situaciones, los fenómenos y las personas. El narcisismo del que critica, que no ve su propia nariz, se salva de la complejidad de lo criticado, de toda posible cercanía con eso, que sólo es aceptado con reservas y parcialmente.

Tu caso personal es además conmovedor. Ya me lo pareció el día que te presentaste, aunque te eché en cara que, con esa presencia y esas ideas adorablemente silvestres, no me hubieras ayudado ante un público un poquito autista, aunque menos que  otras veces.

Eres un encanto, A. Una especie volátil en vías de no extinción, espero. ¿De dónde sacas el coraje para tanta singularidad resistente? Ya lo has dicho: «Es posible salir de ese círculo de ‘enganche continuo a las tecnologías’, solo hay que verse desesperado, solo, con miedo, triste, desesperanzado y viendo un futuro horrible, siendo realista. Pero pocos tienen la capacidad de ver su futuro; quizás sea mi pequeña virtud, y la de muchos en esa minoría que buscan la supervivencia o el éxito por caminos más nobles que ‘un selfie con poca ropa’. Quizás muchos la tengan (que estoy segura de ello) pero la ignoran con toda su alma por miedo».

Muy bien, querida. Me siento absolutamente culpable por no haber podido (o querido, quizás por cobardía) responderte antes. Pero quizás tu «nivel» me impuso y pensé: «Uf, mejor le contesto más adelante». Ha pasado casi un mes.

Gracias y, por favor, no cambies. Te va a costar mucho, pero si abandonas ese portentoso sentido común el mundo se hará más pequeño. Y algunos sufriremos por ello.

Hay algo que casi no entiendo. ¿Cómo has conseguido sobrevivir siendo tan original, al margen del postureo, el alcohol y el poliamor de los botellones? Creo que también has contestado a esto. Tu texto, aún con las simpáticas erratas propias de la época, es muy digno de ser leído. De hecho, en parte, creo que he tardado en responderte porque me imponía la solidez de tu argumentación. Por ejemplo en esto: «Siempre ha habido dos culpables, el ciego y el sordo; el joven y el viejo. El conservador y el revolucionario». Sí, sí, sí. El bueno y el malo: hay que salir de esa trampa bipolar.

Por lo demás, casi nunca soy tan crítico. Con frecuencia me ocupo de cosas que amo. Por ejemplo, esta película que te recomiendo: Tierra de Dios (God’s Own Country), cuyo comentario te pego más abajo.

Como no tengo la suerte de odiar el tabaco y el alcohol, te sugiero tímidamente, si quieres y cuando y donde quieras (hasta me acercaría a tu aburrida Facultad), que continuemos esta divertida conversación un día en directo. Yo me tomo una caña y tú un café.

Y si no, al tiempo. ¿Te parece? Mil gracias de nuevo por tu coraje. Buenas noches y un saludo muy cordial,

Madrid, 10 de diciembre de 2017