psiquismo de clase (Neds, Peter Mullan, 2010)
Desde hace tiempo la izquierda que presume de radical se recrea en el horror. Esta parece ser la única venganza posible, la única alternativa admisible a la bochornosa impotencia de la izquierda tradicional. ¿Se trata de dos niveles de un mismo colaboracionismo con la cultura de nuestro altanero Occidente?
Neds emprende un análisis casi puntillista de la fealdad, las barrigas salientes, las arrugas de la carne, los granos en la cara, la violencia estatal y doméstica, los olores a refrito en un barrio desvencijado. ¿Es esto condición suficiente de una literalidad indiscutible? Pues no, no lo parece. Haría falta además una cierta épica, una tensión óptica e intencional para que todo ese amasijo de la realidad humana resultase creíble. La ventaja de una historia no es sólo que pone el sentido establecido en suspenso, sino que se asoma a otro sentido. Al margen de una historia en marcha, ¿qué inmediatez puede ser creíble si no es una escena aislada, inmovilizada en su fuerza?
lost and broken, (Lost in translation, Sofia Coppola, 2003), letra clara, nº18, Granada, julio 2008
Bob Harris, el Bill Murray de Atrapado en el tiempo o La chica del gángster, y Charlotte, la Scarlett Johansson de El hombre que nunca estuvo allí, son dos norteamericanos de paso en Tokio. Bob es una "estrella" de cine, tal vez estancada, que ha viajado a rodar su enésimo anuncio de whisky, que le aburre profundamente. Charlotte viene acompañando a su hiperdinámico marido, un fotógrafo adicto a su propio halo y al trabajo que la deja continuamente sola.
Insomnes, ellos dos se cruzan de noche en el no-lugar del bar de su hotel, tan lujoso como insulso. Digamos que Bob transporta su crisis de madurez a Japón, "un lugar ya de por sí bastante confuso" (Coppola). También Charlotte está un poco perdida entre su filosofía clásica y su idiota marido actual. Tal como Coppola los pinta, no resulta fácil imaginarlos a él y a ella dejando de alimentarse de la crisis como primer combustible. A primera vista, pertenecen a ese selecto tipo de gente que saca su energía de las desapariciones, la ruina, las caídas. Recién casada una, antiguo casado el otro, padecen un simétrico desfondamiento, y la consiguiente ansiedad que hace que se entable entre ellos una especie de camaradería. Como seres neutralizados por la indecisión de cien caminos abiertos, tienden a una comprensión mutua anómala, fraternal, pero entre ellos no cabe el sexo. Se hacen pronto demasiado cómplices, demasiado hermanos. Y sin embargo, la insinuación erótica es constante.
todavia
De una cuestión preliminar a todo acercamiento posible a la obra de arte
(Conferencia leída en el Nucep, dependiente de la Escuela del Campo Freudiano)
1 Queridos amigos, abandonad toda esperanza de que el arte haya muerto, por muy eficaz que nos parezca la labor policial de la institución Arte y toda su batería de metalenguajes. Anunciada cien veces, sería una estupenda noticia que nos permitiría definitivamente recluirnos (lo estamos ya bastante) en las consignas de nuestros respectivos gremios, sin tener que atender más a lo que surja por fuera, sorpresivamente. Pero este anuncio extremadamente edificante, que nos convertiría automáticamente en póstumos, en herederos, y santificaría para siempre el "todo vale", no puede ser verdad. Al menos si tomamos en serio a Lacan (y hasta a Heidegger): lo que "no cesa de no escribirse" no va a parar ahora por ningún decreto postmoderno; la ex-sistencia cuyo ser más íntimo consiste en ser-afuera tampoco va a dejar de actuar, por mucho que esta época se sienta el fin de la Historia.
imagen sin imagen
Subsisten todavía dos tipos de imágenes. De un lado, los iconos publicitarios que nos rodean, mayoritarios y funcionales, remitiéndose unos a otros, envolviéndonos con una pared protectora que se engarza al tiempo lineal y a sus metas. Estas imágenes, que inundan a veces al arte, aparecen "colgadas" en la cronología social y crean cobertura porque su teleología nos permite seguir con la velocidad de la comunicación. Nos permiten interactuar, deslizarnos, consumir: ser salvados, por la religión de la circulación, del demonio de lo real, este espectro de lo inmóvil que recorre los bajos de este capitalismo cultural en el que convergen derecha e izquierda El referente de todas estas imágenes es la seguridad del desplazamiento continuo, que se ha convertido en nuestra idea fija. Individualismo y comunicación trenzan con esas imágenes una dialéctica sin fin.
encrucijadas de percepción, catálogo Cariño, seguro que tú sabes hacer algo, Círculo de Bellas Artes, Madrid, enero de 2004
En un texto sistemáticamente ignorado, podemos leer esta desconcertante afirmación: "Todo lo malo que le pueda ocurrir a la cultura me parece bien"[1]. Baudrillard se refiere a que el arte, mientras subsista, provoca una operación poética con la forma para la que no existe revestimiento, ninguna cobertura social de signos. Frente al enigma inapelable del objeto, dice Baudrillard, lo que hoy llamamos cultura representa un sistema de tránsito, de aplazamiento, a la postre de censura. Y las cosas, se podría decir, no son en este punto más fáciles que hace décadas. El neoliberalismo ha reducido todo lo que se quiera el espacio de lo comunitario en beneficio de la voracidad privada -se podría incluso decir que lo global es hoy la privacidad expandida-, pero la mayoría del arte contemporáneo no ha dejado de colaborar en esta tarea. Lejos de las anteriores formas de disciplina, concentradas en espacios cerrados, los nuevos medios de poder han conseguido un estilo casi lúdico de régimen abierto que Deleuze llama de "geometría variable". Del cine a la televisión, de la cárcel a la pulsera electrónica, del cuartel a la escuela y la "cultura", el fresco poder interactivo se acopla a la carne del individuo y se parece más a una tabla de surf que el consumidor cabalga que a un severo rompeolas que frenase las ondulaciones de la vida[2].