Buen año, querida,

Mil gracias por escribir. Es posible, sin embargo, que vivamos en sensibilidades distintas. Por ejemplo, me asombra que en el correo que me escribes enumeres un sinfín de problemas que aquejan a la humanidad y, casualmente, todos ellos sean coincidentes con los que ya está en primera plana de los medios: cambio climático, guerras, virus… ¿Guerras, qué guerras? No quiero dar lecciones a nadie, pero me escandaliza que olvides los centenares de miles de muertos que llevan a sus espaldas los palestinos. Eso no es ninguna guerra, es un genocidio. Los niños y las mujeres primero, claro.

Como sabes, el tema vuelve a estar de moda gracias a la barbarie desatada por el Estado de Israel. Aunque los grandes medios europeos lo hayan relegado, aproximadamente, a la página 26. Eso no es una «guerra», es una matanza que nos tiene como cómplices, pues buena parte de la élite europea -Universidad incluida- calla. ¿Qué hay que cuidar aquí? Tal vez la raquítica respuesta de los intelectuales europeos, especialmente de filosofía, se debe a que nos hemos cuidado demasiado unos a otros. Cuidarnos «unos a otros», en cierto modo, ya lo hacemos demasiado. Ello explica la censura encubierta en la que nadie se atreve a dar un paso al margen, o al frente. Ni en el tema palestino ni en casi ningún otro. ¿Alguien de la Universidad -por ejemplo- ha dicho sobre Rusia o sobre la Ley Trans algo distinto a lo que está mandado, a lo que ya dice «todo el mundo»?

Eres extremadamente prudente. Tal como están las cosas, yo no puedo serlo tanto. Por ejemplo, en cuanto a una juventud que es lo mejor y lo peor de este mundo. Por una parte, los jóvenes -con frecuencia, contra sus profesores- han protagonizado, de Estambul a Nueva York, las escasas muestras de asco y horror por lo que está sucediendo en Cisjordania y Gaza. Por otra, desgraciadamente, los asesinos de las FDI (Tzáhal) también son jóvenes, incluso cuando orinan sobra los cadáveres destrozados de los niños gazatíes. ¿Qué hay que cuidar aquí? Estoy en contra de cierta clase de cuidados.

Qué quieres que te diga, me parece un escándalo «cuidarnos unos a otros» cuando tenemos a los neonazis del sionismo en nuestras filas. Por cierto, de la poca gente que ha levantado la voz (Petro, Corbyn, Lula, Erdogan…) no son precisamente jóvenes. Mientras los cadáveres se acumulan, Sánchez y Yolanda callan durante casi todo el tiempo. Sin pretender dar lecciones a nadie, ¿cuándo entenderemos que el capitalismo que viene ha de ser, para mejor ejercer su labor de ablación anímica, rabiosamente joven? Por no decir alternativo. La bandera LGTBIQ+ puede ondear fácilmente en los tanques que revientan niños en Cisjordania. Después, la misma bandera seguirá en una fiesta techno.

Pensando en cuidar la vida, ¿te incomodaría si te digo que cada día que pasa entiendo más la resolución violenta de Hamas? Casi lo dijo Guterres: este «terror» no ha venido de un cielo sereno. No somos yo ni tú los «apocalípticos». Es el sistema, con el que la izquierda colabora -en Israel y fuera-, el que es apocalíptico. No estoy seguro de que para defendernos sea suficiente con volver a leer a Simone Weil, aunque la adoro, y cuidar el cuidado. ¿Hemos de cuidar también a los asesinos que tenemos al lado? Me parece que se trata más bien de empuñar un arma, aunque sólo sea la del lenguaje claro e incómodo.

Los intelectuales europeos han callado ante esta matanza por cuidarse en exceso unos a otros, constituyendo una torre incluso frente a sus alumnos. Creo que el cuidado pasa hoy por gritar algunas verdades, romper el pacto de silencio de las élites y volver a ser temible. Me escandaliza la complicidad de los intelectuales progresistas con el genocidio que se está ejecutando ante nuestros ojos. Y que se pueda prohibir la bandera palestina en Berlín, París y Londres impunemente, mientras los académicos siguen leyendo tranquilamente a Derrida.  Ante la matanza que está en curso con nuestra anuencia, el cambio climático, los virus y las cuestiones de género me parecen un lujo de señoritos urbanos. ¿La socialdemocracia en la que estamos inmersos no hereda todo los vicios de sordera y cinismo que Marx criticaba en la burguesía del XIX?

Estoy a favor de la justicia que sólo puede ejercer cierta violencia. Eso significa también conectar con lo mejor de la juventud, su rabia antigua ante la vergüenza que es el mundo de los adultos.

Como ves, no estamos totalmente de acuerdo. Pero gracias por darme la oportunidad de intentar explicarlo. No te preocupes por el viaje a Girona. Era sólo un viaje más y, posiblemente, dudoso en todos los sentidos.

Agradecido por escribir, te mando un beso y un deseo de feliz año, de nuevo,

Ignacio