Una historia de vida familiar, música, religión, sueños y frustraciones en la Texas de los años cincuenta. La
cámara vaga entre recién nacidos, árboles iluminados, ventanales, humanos que oscilan entre el miedo y el
amor, la cólera y la piedad. La superficie del mundo enseguida parece la máscara de un interior que está en
todas partes y no cabe en ninguna.
Incluso en sus posibles defectos, es difícil describir esta película. Para empezar, cada momento de ella es tan complejo que habría que verlo tres veces. A pesar de diez minutos iniciales y diez finales que tal vez sobran (tampoco es seguro, después de la conmoción que producen las dos horas del medio), El árbol de la vida tiene algo de sobrecogedor. También de insoportable, según algunos. La hierba y los árboles son el modelo de una metafísica en la que los hombres son sólo raíz oscura que sueña con cielos. Cada latido humano compone un todo orgánico con las figuras caprichosas del suelo y las nubes.