No, querida, no me molesta nada. Todo lo contrario, me parece muy bien. La verdad es que, debido tal vez a mi amplia experiencia sexual (je, je), no, no le concedo a la diferencia genérica ninguna entidad significativa, ni ontológica, ni política ni antropológicamente. Sólo social, escénica, y esto para mí es epidérmico, ocasional; también muy engañoso.

Creo que todas las culturas de nuestro entorno, la angloamericana, la centroeuropea y la euro-latina (incluyamos aquí a la querida Francia), han pasado gradualmente una mutación perversa desde la geometría rígida del clásico poder patriarcal, ese rompeolas autoritario y vociferante que frenaba nuestra vitalidad, a una forma de poder «uterino» (perdón por la expresión) que tiende más a la colaboración, la ayuda y la sonrisa sexy de la tabla de surf.

Una muralla patriarcal es muy fácil. Dibuja una línea de sombra que, si no nos destruye, enseguida nos arma para la resistencia. Una ondulación «matriarcal», la propia del Estado-mercado, es terrible, pues se confunde con nuestras vísceras y emociones. De ahí que uno, alguno, se pueda sentir rodeado con frecuencia de policías cuyo uniforme es multicolor y emotivo. No azul ni gris, tampoco armado de correaje, porra y pistola, lo cual dejaba las cosas muy claras.

El papel de la juventud y de «la mujer» (o de los estilos femeninos y minoritarios de actuación) en las formas de control y represión actuales, una represión voluntaria, enrollada e interactiva, es indicativa de esta metamorfosis contemporánea del poder. Mutación que nos deja desarmados y hace insignificantes algunas clásicas diferencias ideológicas de ayer, en medio de esta gran clase media donde la multiplicidad incesante se desliza sobre un fondo de indiferencia. Indiferencia ferozmente selectiva, valga la paradoja: pensemos en esa serie ininterrumpida de pequeños crímenes entre amigos que es necesaria para que continúe un mundo de selectiva definición.

La amistad, no digamos el amor, es una de las primeras víctimas de este poder microfísico, empotrado en la soltura laica de los cuerpos. Es un tema controvertido, lo sé, que se merece muchos correos y unas cuantas cañas, pero estoy en él desde hace veinte años. Esto hace que para mí el espectro político sea, de cabo a rabo, masivamente homogéneo y deprimente. De la derecha a la extrema izquierda, el entero arco parlamentario tiende hacia un «centro» definido por su aversión al afuera: el exterior de unos malvados oficiales (eslavos, musulmanes), una tierra atrasada, otras culturas que han de ser continuamente satanizadas.

Cerca de Lispector y de Pasolini estoy con los bárbaros de las afueras. No sé si Pablito, con su sonrisa institucional, podrían comprender hoy algo de esto, incluso entre cañas y coñas.

Así pues, mil gracias por escribirme. También por intentar difundir mis difíciles escritos.

Besos y hasta pronto,

Ignacio

P. D. ¿Conoces un libro llamado A nuestros amigos? ¿Y La insurrección que viene? Los dos aproximadamente de la misma onda. Más bien, de una extraña anti-onda que continúa algunas obsesiones de Foucault y Deleuze.

Madrid, 26 de junio de 2016