Querida I.,

¿Cómo estás, qué tal encontraste a tu madre, a tus amigos y tu país, a la vuelta de esta enésima semana en Galicia? Tu paso por aquí fue otra bocanada de aire fresco. Nunca dejará de asombrarme la facilidad que tienes para conectar con mis amigos -incluso cinco a la vez- y con mi familia, siendo sencillamente una más. Como de casa, desde siempre.

Por mi parte, no sé si me viste distinto. Yo me encontré básicamente, ante ti, siendo el mismo hombre de siempre, alguien -ya un poco mayor- que «todavía» no se gusta a sí mismo. Adulto, pero bromista; capaz de reflexionar en serio, pero conservando a la vez el niño que somos por dentro, ese pequeño que necesitamos para no ser definitivamente abominables.

Con  mi familia es otra cosa, como nos ocurre a todos, cuando nos mostramos frenados por la confianza, por el afecto y los lugares comunes, a los cuales hay que ceder para convivir. Pero me gusta verte como una más en las reuniones familiares, sentir lo bien que te sientes entre ellos, como si fuera una segunda familia para ti.

Tu facilidad para estar en España explica de paso algunas dificultades que tienes en tu propia cultura, en cierto modo tan distinta. El hecho, por ejemplo, de que tengas que buscar con frecuencia amistades y relaciones un poco «marginales» a la cultura mayoritaria en Alemania. Tal vez en España sea más fácil que en Alemania, no sé, encontrar personas que sean «alternativas» de alma, incluso románticas, pero que mantengan a la vez una cierta presencia a la luz del día. Como Ch. tal vez, como G. y algunos de mis amigos.

Tal vez, no sé, yo he tenido más suerte en buscar esas relaciones, con las cuales se puede hablar de cualquier cosa, y que sin embargo no son marginales en la sociedad. O le he dedicado más tiempo a esa búsqueda, o le he echado más «caradura», más desparpajo.

Invierto mucho en mis amigos. El caso, es que -ya sabes- tampoco estoy muy contento conmigo mismo. No sé cómo me viste, pero sigue siendo igual de ambivalente mi relación con la luz pública de las cosas, como si nunca sacara un pie de una vieja zona de sombra que pertenece solamente a los seres mutantes. Es posible que Ella, con su encanto latino, y México sean parte de esa ambivalencia, de una relación con las afueras que me impide ser, simplemente, lo que podría ser: hermano de mis hermanas, profesor de filosofía, escritor, etc.

En todo caso, nuestras conversaciones me sirven de drenaje para darle forma y sacar a flote todo lo que haya escondido en una época. Al hablar contigo de tu hermano, hablo de mis hermanas y hablo de muchos de los que me rodean. Al hablar de tu madre, hablo y repaso la relación con mis padres. Nos quedó pendiente, lo sé, esa hipótesis sobre tus relaciones latinas, sobre los distintos morenos -M., Á., A. y yo mismo- que te rodean.

Es posible que los dos, tú y yo, tengamos que hacer otro esfuerzo para ser un poco más promiscuos y adentrarnos más, más descaradamente, en la vulgar luz del día, llevando mejor a todos esos seres que -como tu hermano- no parecen saber mucho -o nada- de la noche. Pero sí saben, aunque disimulen; no pueden no saber, pues esa noche se cuela por todas partes, en el centro del más radiante mediodía.

Tienes en Nietzsche un ejemplo de esa pasión por la sombra del mediodía. Pero lo tienes también en la escritura de una mujer extraordinaria llamada Clarice Lispector. Busca, por favor, Aprendizaje o La pasión según G. H. Es posible que la lectura de un libro alemán, pero muy universal, un librito clásico y a la vez clandestino llamadoCartas a un joven poeta, hecho con un puñado de cartas que Rilke le escribe al joven poeta F. X. Pappus, te ayude en ese último giro que siempre nos falta por dar. Ese giro que la desaparición de los padres nos obliga a dar: reconciliar la sombra con el brillo del día, un estoicismo de pensamiento con un cultivo de los sentidos y los placeres.

Reconciliar por fin, tal vez para ya no tener nada que temer, la sombra que hemos visto los que sabemos con la infancia del día. Y también con una humanidad que, aunque a veces parezca estúpida y aberrante, ya lo sabe -aunque no sea conscientemente- todo.

Tú y yo lo queremos todo, por eso a la vez no tenemos nada. Por eso tenemos que partir cada día como desde el desierto, como si no tuviéramos ninguna seguridad acumulada. Por eso somos también inmunes -para bien y para mal- a la opulencia inmoral de la riqueza, a las habituales liturgias del poder y las instituciones. Pero también nosotros, sobre todo nosotros, debemos dar ese giro. Hacia una calma madura e interior que pueda con el movimiento vertiginoso de lo común y externo.

Besos, querida, y hasta pronto. L. y yo tenemos que hacer en este invierno un viaje a Alemania.

Ignacio

P. D. Déjame la dirección y te envío Biografía del silencio, ese librito de P. D’Ors que te ayudará a mantener tu castellano.

Madrid, 16 de julio de 2016