Querida E., no tengo grupo musical, ni secta ni adeptos. Por lo tanto, malamente podría tener groupies. Pero vamos, si tú quieres serlo, creo que haría una excepción contigo. Ayer lo pasé muy bien y solamente me dolió no poder apenas pararme con nadie, ni siquiera con mis sufridos alumnos del año pasado que acudieron en tropel.

Me levantaba al día siguiente a las seis de la mañana, de ahí mi estampida. Y me dolió de verdad no estar realmente con nadie. Son cosas del novio: no sabe a quién atender… y a la mínima queda mal con todo el mundo. Me dolió especialmente contigo y con algunas otras personas que ya era la segunda vez que acudía a una presentación, ya no sé (aunque yo la encontré muy distinta a la de Enclave) si cansina. La verdad es que me vuelco en cada convocatoria, y soy muy pesado insistiendo, porque me da pánico lo que alguna vez me pasó: que haya más gente en la mesa que entre el público.

Aunque algunos problemas no los hubo. La verdad, no creo que nadie dejase de hacer las preguntas que quiso, algunas más bien afiladas. Tal vez el que más diplomático estuvo fue mi presentador, pero su papel le obligaba. Y aún así me gustó, más incluso de lo que esperaba. Lo vi bastante más cómodo con mi libro de lo que me podía imaginar.

Por ahí, bien. Después, es cierto, mucha gente se queda callada, más o menos siempre, pero yo no puedo hacer mucho más de lo que hago para provocar. Tengo que ir a unas «evaluaciones iniciales» de mis actuales alumnos. La ontología es así, entre el estruendo y lo insignificante.

Sigo con la carta que tuve que interrumpir ayer. Claro, todos los muertos, griegos y no griegos, deben resonar en la letra de un «autodidacta» que no tiene otro maestro que la docta ignorantia, lo que uno mismo no sabe de su propia experiencia. Supongo que Adán (y Eva) es todo aquel que consigue no tener nada más que el desierto por suelo, después de ser expulsado de todos los paraísos de la costumbre para volver a comenzar desde cero. Es una accidente raro, pero puede ocurrir.

¿»Luz y taquígrafos»? ¿Por qué lo dices ahora? Ay, Dios mío, qué tímida eres y qué tímido es mi público. Esa pregunta habría sido muy útil para mí y fácil de responder, a la vez que muy significativa del meollo que se discutía. Cosas de la vida. Al cabo de unos años de la vuelta -más o menos, lo cuento en el prólogo de Roxe de Sebes- un poeta y editor gallego, tan encantador como minoritario, me insiste, en un conversación telefónica casual, en su interés por publicar el testimonio externo de aquella estancia. Externo, puesto que el leitmotiv, el libro llamado Días, había «fracaso» desde dentro, arrastrando mi propia voluntad de publicarlo. Así que doce años después me puse manos a las obra, trabajando las dos partes ya echas allí -el diario de haikusy las cartas- más ese ensayo sobre el retiro -«Mil días»- y un ensayo más amplio sobre la cuestión del lugar. Cuestión que ya me había ocupado un tiempo en Madrid: existen dos libros colectivos, editados por mí, con esa temática de lo local.

Me puse a reordenar todo ese material y de ahí salió un libro en 2001 que tuvo un pequeño recorrido, en Galicia y en gallego. Otra edición posterior del mismo texto no consiguió arrancar Roxe de Sebes de un pequeño objeto de culto para iniciados. Y poca más difusión -ya verás- voy a conseguir ahora, en el mercado un poco más amplio del castellano. ¿Por qué se publica ahora? Porque he tardado quince años en conseguir que una editorial madrileña se interese aproximadamente por el texto. Pero no te engañes. A pesar de que el libro coincide con una «vocación salvaje» que pueda estar de moda, a costa de Thoreau y Snyder, no conseguiré otra cosa que darlo a conocer en un pequeño circuito. Si el miércoles logré vencer todas las dificultades, y llenar aquella sala el mismo día en que mi amigo J. A. -que nada a favor de corriente- presentaba su libro con Pablito, fue al precio de rozar la prostitución. Por favor, no me pidas más detalles.

Y tampoco esta vez lograré mucho, no te preocupes, poco más que pequeñas gotas de agua en el desierto de la pantalla total y de los grandes dominios editoriales. Sin embargo, hay una cuestión importante en la que no conseguí explicarme… y aquí es una lástima que en público seas una groupie tan tímida. Fíjate en el fragmento 5.64 del Tractatus. Cuando dije que en Roxe de sebes hacía una vida de una precisión neoyorquina, viviendo, pescando o cocinando como si todo el mundo estuviera mirando, no me refería a ninguna perspectiva pública, que estaba completamente ausente de aquel escenario, sino a lo comunitario que sale a través de nosotros cuando uno se deja caer en el agujero negro del «solipsismo». Nada de lo allí escrito, las actuales primera y tercera partes de Roxe de Sebes, está hecho pensando en ningún público. Solamente obedecen al peligroso empuje de una experiencia, ateniéndose a la crudeza de los hechos. Lo público, si se le puede llamar público a estos pequeños fogonazos que vendrán, vino después y completamente al margen del núcleo de aquel viaje.

De la dificultad de preguntar por la experiencia, aunque solamente la hayas revivido a través de la lectura, no te aflijas demasiado. Yo mismo he tardado mucho años en hacerlo, y ha estado mucho tiempo dormida antes de que pudiera decir algo. Te agradezco ese carácter de acontecimiento que le otorgas, profundamente político, pero hace que las palabras -también las mías- sean difíciles y equívocas.

Ciertamente, V. estuvo sembrado. Toda la escolástica freudiana que se pueda volcar sobre el asunto, y veremos otras versiones de ella en la última presentación lacaniana, hay que aceptarla con humor. Gajes del oficio. Pero a los equívocos sobre este punto, por cortesía o lo que sea, no siempre tengo la voluntad o los reflejos de contestar. Para empezar, no había ninguna reconciliación pendiente con el padre, pues ésta estaba de sobras lograda años antes de subir a la montaña. El problema era, no lo familiar, sino el mundo: aceptar lo inmundo del mundo.

Celebro de verdad que mi libro te haya interesado tanto, como un proyectil interesa a un órgano, que dificulte el habla en la obscenidad de lo público y te lleve ahora a este desahogo etílico-nocturno. Ambos fenómenos son muy dignos. Pero insisto, suponiendo que conozca algún éxito público significativo, que está por ver, la ardiente soledad que anima a ese objeto le salvará de la hoguera de las vanidades. No hay nada como saber del infierno para ser inmune a los rituales baratos de los cielos servidos.

Que además, no llegarán, te lo juro. Y si no, al tiempo. Me gustaría que tuvieras razón en tus temores sobre las tentaciones mercantiles que me cercan, pero te haría una apuesta ahora mismo.

Gracias por tu fidelidad casi constante, que nunca asocié con el groupismo. Si hubiera ese riesgo, tu carta te ha librado de él.

Besos,

Madrid, 6 de octubre de 2016